Por Felipe Jaimes Lagos
fjaimes349@unab.edu.co
Desde el 24 de marzo (fecha en la que el presidente de Colombia, Iván Duque Márquez, decretó la cuarentena obligatoria) hasta el pasado 31 de agosto, los adultos mayores de 70 años vivieron su largo y arduo proceso de cuarentena preventiva. Esta población es de las más susceptibles a los efectos de la covid-19 junto con las personas hipertensas, con enfermedades respiratorias y embarazadas.
Mientras gran parte de estas personas de la tercera edad viven junto a su familia o en vivienda propia, hay 36.000 adultos mayores que viven en 1.216 ancianatos en Colombia, cifra del Ministerio de Salud. Además, el mismo Ministerio informó que el 49 % de los fallecidos por coronavirus en el país son adultos mayores. Por tal motivo, los 34 asilos que operan de forma legal en Bucaramanga, decidieron cerrar sus puertas y restringir las visitas.
Comienzan las preguntas
Cada jueves, a eso de las 4 de la tarde, había jornadas de música en la sede C de los hogares Renacer; se llevaba un trío de cuerdas, un intérprete de guitarra acústica y a veces una agrupación de mariachis. También los sábados y domingos eran días de visitas, en los cuales cada paciente del hogar empacaba desde temprano su maleta para salir junto a sus familiares.
Pero en los últimos cinco meses no hay día en los que por los pasillos del hogar resuenen constantemente las siguientes preguntas: “¿esta semana sí salimos?”, “¿cuándo son las visitas?”, “¿y la música?”, y la más importante, “¿por qué no podemos salir?”
Quien se encarga de resolver dichas dudas es Karen Yulissa Guerrero Martínez, enfermera de 23 años. “No hay día en el que alguno no pregunte sobre la situación y sobre qué ha dicho el presidente”. Cada semana ella sale de su casa en el barrio San Miguel faltando un cuarto para las seis y con el uniforme dentro del bolso para recibir el turno de seis de la mañana a seis de la tarde. Lleva trabajando en ese lugar desde febrero y, como todos, no esperaba vivir una pandemia mundial este 2020.

Antes de entrar a su trabajo, Karen Yulissa debe desinfectarse las manos con gel a base de alcohol, cambiarse de ropa y utilizar su equipo de bioseguridad que consiste en guantes, gorro, cubrebocas y careta. No obstante, el nuevo uniforme no tapa su mirada alegre, la cual es reconocida y solicitada por sus pacientes. “Para ellos fue duro y estresante el cambio abrupto de la rutina, les ha costado tiempo adaptarse sobre todo en el aspecto de no salir para absolutamente nada. También preguntan cada fin de semana por sus familiares y hasta dicen que deben irse a sus casas para verlos”.
Las respuestas se han vuelto un apartado más a su labor y surgen mientras ayuda a sus pacientes en el baño, también en el comedor cuando les da el desayuno, almuerzo y cena, a la hora de suministrar la insulina de algunos pacientes y hasta en medio de las partidas de parqués que juega con la señora Teresa Mendoza Salinas.
Cuando los días se parecen
Si se trata de mandar una ficha a la cárcel, no hay quien más lo disfrute en el hogar geriátrico que Teresa, de 81 años. “Llegar aquí es algo nuevo, desde la hora de levantarse hasta la hora de comer”, afirma Mendoza Salinas, quien llegó en enero de este año al hogar. Cada fin de semana recibía la visita de alguno de sus cuatro hijos, siete nietos o dos bisnietas, sea para salir a almorzar a algún lado o visitar la casa de algún familiar.
Ahora, no ve la hora en la “que este virus por fin se vaya” porque, aunque sus medicinas las mande la EPS hasta el domicilio de Renacer, aquello que no ha podido hacer es ver de frente y abrazar a lo que ella denomina “su mayor pensamiento”, su familia. Además del parqués (del cual se jacta de ser mejor que Karen Yulissa), doña Teresa se ha dedicado a mejorar su destreza con los colores; cada semana colorea dos o tres dibujos, los cuales tienen el nombre de cada nieto o bisnieta.
Doña Teresa no puede jactarse de ser quien mejor colorea en el geriátrico porque como competidor directo tiene a Wilson Becerra Osma, quien con 50 años, es el más “sardino” de la gallada. Alguien prolífico cuando se trata de colorear y pintar pese a que afirma que no le llega ni a los talones a su hermana, quien es diseñadora de interiores. Para Wilson, no ver a su familia es estresante y “entonces uno se conforma con estar pegado ahí en la pantalla del celular o esperar alguna llamadita”.

El portón, la ventana y el telé
En las dos plantas del hogar Renacer sede C trabajan tres enfermeras, una cocinera, una persona de servicios de aseo y la administradora del hogar, Mercedes Guerrero Pinzón, de 45 años y quien lleva desde 2013 trabajando allí. Si los pacientes del hogar le preguntan a Karen Yulissa, los familiares de los residentes le preguntan a Mercedes. Relata que “los familiares muchas veces le piden mandarle recados (con todas las medidas de bioseguridad) a los adultos mayores”.

La administradora está segura de que, aunque el aislamiento llegó hasta el 1 de septiembre, “todavía no vamos a recibir visitantes. Lo único que pido es que el virus pase para volver a la rutina que teníamos”, en la que los 13 huéspedes de la segunda planta se juntaban con los ocho de la primera a tomar el sol en la verja del recinto. Pero por el momento, aquel portón blanco es el lugar más distante donde puede estar alguien, la ventana de la sala es la vista más cercana que tendrán dentro del asilo y aquel teléfono de cable es el contacto más similar a la cálida visita de un familiar. Sin embargo, este grupo de personas seguirá viviendo más días de resistencia, aquella resistencia de los que esperan por su vida y la de quienes los rodean.