El domingo 26 de febrero se realizó la gala de los Premios Óscar 2017. Parte de las películas nominadas (en su mayoría norteamericanas) han estado o estarán en la cartelera local.
Lo de la supremacía norteamericana es importante porque también podrían estar en cartelera películas nominadas en lengua extranjera, documentales, entre otras categorías de los premios, conformadas por cine de demás latitudes, pero sólo han llegado a Bucaramanga Toni Erdmann y El Cliente (The Salesman), ganadora a mejor cinta de habla no inglesa, que lamentablemente sólo duró una semana en las salas.
Los Premios Óscar son una referencia de la cinematografía predominante en el continente, situación que genera diferentes posturas frente a estas producciones: la primera es asumirlos como el único referente del cine que se consume en el país, a diferencia de países como Brasil, Argentina o Chile, escenario creado por la distribución fílmica nacional, cuya cuota de cine norteamericano es del 95 %. Este cine en su mayoría es una suerte de extensión de las producciones televisivas gringas que consumimos los colombianos. La situación restringe la cuota de obras nacionales en salas, las cuales deben competir en igualdad de condiciones, pero con mucho menos presupuesto. Salvo en contadas excepciones, las obras colombianas que logran establecerse por varias semanas en las carteleras reiteran las formas narrativas de la televisión nacional, o tratan de imitar el cine comercial.
Una segunda postura surge en comunidades más reducidas, que consideran que esta supremacía incesante genera un cansancio y una “ceguera” cultural. Al respecto, durante una visita a esta ciudad, el director de cine colombiano Sergio Cabrera propuso una reflexión para describir la situación actual del arte cinematográfico: Qué sucedería si usted entra a una gran librería y resulta que la mayoría de libros son originados desde la misma ciudad. Lo que Cabrera trataba de plantear es que Colombia debe y necesita proponerse cinematografía propia, necesaria, y en donde el país pueda repensarse y reflexionar a través de sus representaciones, que en todo caso serán diferentes a las de las producciones norteamericanas
El proyecto es difícil debido a que históricamente hemos estado inmersos en contenidos y en formas de narrar ajenas a nuestras formas de vida, pero a pesar de eso el cine persiste, sólo que no basta con que las películas se hagan, estas tiene que verse y distribuirse, y ahí es donde deben cautivar a un público acostumbrado ya a formas narrativas consolidadas y mediadas por la industria hollywoodense.
Es indiscutible que la sola nominación de una obra en los Óscar puede alterar la percepción del público frente a ella, propaganda que beneficia la afluencia de espectadores a las salas. Entre ellas está La La Land, cuyas 14 nominaciones la han mantenido casi dos meses en cartelera; otras cintas como Manchester frente al mar permaneció poco al ser una obra con una cadencia rítmica diferente a las películas habituales, aunque sea una obra que deje una huella en el espectador más profunda que La La Land. Recordando una obra nacional como El abrazo de la serpiente es innegable que su pasada nominación al Óscar la catapultó a nivel nacional y mundial, posiblemente otra sería su historia si no hubiera sido nominada, independiente de su calidad como obra cinematográfica.
Sin embargo, no siempre las nominaciones o los premios aciertan, hay obras que deben hacerse su propio camino, en este caso y según la crítica, uno de los grandes desaciertos de los pasados Óscar fue Silencio, la última producción de Martin Scorsese, basada en una novela del escritor japonés Shusaku Endo.
La película narra el periplo de dos jesuitas portugueses que van en la búsqueda de un misionero capturado y torturado por los japoneses a mediados del siglo XVII. Una producción de época que predica sobre el choque cultural entre oriente y occidente.
La cinta sólo recibió una tenue y única nominación a los Óscar por su fotografía, superada por otras obras más cuestionables. Ojalá el tiempo le otorgue el lugar que, al parecer, se merece.
Esto ya había ocurrido en el pasado, en 1976, con Taxi Driver, la cinta mítica de este director italiano que no recibió ninguna nominación al Óscar, pero ganó la Palma de Oro en Cannes.
René Alexander Palomino R.*
rpalomino@unab.edu.co
* Docente programa de Artes Audiovisuales de la Unab.