Por: Daniela Buitrago/nbuitrago884@unab.edu.co y Alejandra González/mgonzalez246@unab.edu.co
Tres de la tarde y 26 grados. Bucaramanga está caótica y rutinaria. Esto contrastaba con la paz y el ambiente deportivo de la imponente pista de atletismo La Flora. Nos disponíamos a charlar con uno de los referentes de este deporte en Santander. Él estaba sentado en su banca icónica que solo tiene unos 70 cm de alto por unos 50 cm de ancho, la misma que lo ha acompañado durante toda su trayectoria. Bajo los árboles que rodeaban ese óvalo azul, se resguardaba de los rayos del sol que lo iluminaban como las luces en los teatros cuando enfocan al protagonista.
Su cédula dice 170 cm de estatura, pero la edad hoy lo deja en 160 cm. Un reflejo gris cubre sus ojos color miel. Es de contextura gruesa y piel trigueña acompañada de esas manchas que son testigo incontrovertible de décadas al sol y al agua como deportista y entrenador. Estamos hablando de Humberto Gutiérrez Vega, quien a sus 75 años sigue pidiendo pista en el atletismo.
Un 16 de septiembre de 1946 nació Humberto en su casa ubicada en el barrio San Alonso, para esa época no contaba con una nomenclatura. “Eso eran puros potreros, eso no había calles y menos direcciones”. En este lugar vivió hasta sus seis años junto a sus padres Manuel Gutiérrez y Gaby Vega, y su hermana María Emilce. La familia Gutiérrez Vega fue creciendo, dos integrantes se sumaron: Jaime y Margarita.
Al recordar su infancia no pierde ningún detalle y afirma que desde muy pequeño le gustó el fútbol. Es el deporte de sus amores, pero por cosas del destino no triunfó ahí. Humberto dice que desde que tenía uso de razón, la pelota era quien lo acompañaba en cada paso que daba. Sin embargo, también tenía otro deber por cumplir: el colegio. De todas las materias que cursaba, su favorita era educación física. No le bastaban las horas que veía a la semana y por eso los fines de semana se entregaba en cuerpo y alma a su pasión deportiva: el fútbol. Eso sí, los deberes de su casa, como el aseo, debían quedar listos para salir. Con escoba en mano, debía dejar la casa impecable. Estas responsabilidades le permitían obtener algún permiso para poder jugar.
La memoria de este hombre, a pesar de su edad, está marcada con cada recuerdo como si hubiese sucedido ayer. Estudió en el Instituto Técnico Superior Dámaso Zapata y hoy su rostro dice orgullo cuando lo menciona. Cada vez que nombra su colegio irradia una sonrisa pulcra, pues el pasar de los años no ha hecho mella en su dentadura blanca y perfecta. La cancha de fútbol de ese colegio lo esperaba cada sábado en la tarde. Para llegar hasta allí, era una travesía. Sus amigos llegaban a su casa para dirigirse a su destino, pero lo que siempre les esperaba era una jornada mega rápida de limpieza en el solar de la casa de Humberto, que como bien recuerda, era más o menos de unos 20 x 15 metros. Estaba rodeado de árboles de naranjas, de mamones y de guanábana, de gallinas y de pollos. Una mini granja en una casa de la ciudad. Para sacarlo de allí, sus amigos “se ponían la 10” y lo ayudaban a limpiar, para obtener el permiso anhelado de los padres.
Su niñez se basó en estudiar, cumplir deberes en su casa, jugar lo que aún más ama, el fútbol, y durante las vacaciones de los recesos escolares, lo esperaba el trabajo: “cada vez que había vacaciones, eso para mí no eran vacaciones, porque era a camellar y a bultear como los grandes”. Humberto acompañaba a su padre en los viajes de trabajo, transportaban mercancías en el camión Ford F8 modelo 51. Desde muy pequeño tuvo que asumir la vida de una persona adulta para ganarse el pan.
En un ambiente futbolero estuvo desde la primaria hasta sus 16 años. Su estado físico y su velocidad siempre sobresalían sobre los demás jugadores que lo acompañaban. Todos ellos, recuerda él, llegaron a ser profesionales. Sin embargo, esta dicha no le tocó a Humberto, quien por cosas de la vida y “los planes de Dios”, como él mismo menciona, no pudo llegar a ser ese gran futbolista profesional que anhelaba. Se destacó tanto en este deporte que incluso estuvo en la mira de José Américo Montanini, exfutbolista argentino, nacionalizado en Colombia.
*Fotos proporcionadas por la familia Gutiérrez Castañeda en cuyo archivo hay de distintos recortes del periódico Vanguardia Liberal
Propósito de vida
Quién diría que el fútbol sería el causante de conocer el atletismo. En 1961, a la edad de 15 años, su profesor le vio las características de un corredor de 100 y 200 metros. Le aconsejó cambiar el fútbol por el atletismo. Sin embargo, su velocidad siempre fue muy llamativa en su posición como delantero, pues la mayoría de las veces dejaba botados a los otros jugadores: “No es por tirármelas de mucho, pero yo a ellos me los llevaba, como se dice, por los cachos”. Y… ¡sí que se los llevaba por los cachos!, lo demostró en su primera vez cuando incursionó en el atletismo. No le fue nada mal, le ganó en una carrera de 60 metros planos a los competidores de categoría mayores. Y eso que él apenas iniciaba. Fue allí donde sus sueños tomaron otro rumbo. De patear un balón, cambió de frente y decidió competir en las pistas de atletismo.
En 1962, corrió en su primer Campeonato Nacional en Ibagué. No lo hizo en la prueba de sus amores, los 100 metros, pero si en la de los 400. A partir de ese momento, que no le trajo muy buenos resultados, su vida cambió. Lo que más destaca fue la experiencia que adquirió allí, y que sin duda lo llevó a dedicarse durante toda su vida a la velocidad pura. Entrenar en forma, con dedicación, disciplina y pasión fue su día a día, de la mano de su entrenador Ricardo García.
En 1963, después de una larga preparación compitió en el Campeonato Nacional Juvenil en Barranquilla, en el que corrió los 100 y 200 metros. Antes de irse para La Arenosa, era el gran favorito para colgarse la medalla de oro en las dos pruebas. Su marca de 10.8 segundos daba el pronóstico de que iba a ser el ganador. Llegó el momento de la verdad, ganó las eliminatorias, la semifinal y en la final, yendo adelante 30 metros, lo pasaron y quedó de tercero, fue bronce. No obtuvo el primer lugar, porque como él mismo lo dice, “me faltó, como le decimos a los chinos: ¡pelotas!”. En ese torneo, recuerda que fueron campeones y al llegar a Bucaramanga los recibieron con caravana y paseo en el carro de bomberos por haber sacado la cara por el departamento.
De campeonato en campeonato creó una marca, que lo llevó a ser uno de los grandes referentes del atletismo en Santander. Los compromisos de su vida profesional se fueron acercando y tuvo que tomar una decisión. En medio de ese dilema de no saber si estudiar ingeniería o cultura física, le tocó hacer una pausa en su carrera deportiva, el atletismo.
El podio familiar
No fue profesional de título, pero tampoco perdió el tiempo. En medio de talleres dentro y fuera del país, como México y Cuba, se preparó para ser un docente de educación física e impartir sus conocimientos a sus estudiantes y futuros atletas. Su anhelo por estudiar cultura física fue derrotado por, quizá, su verdadero gran amor: Mercedes Castañeda, o “La Negrita”, como le dice de cariño. A sus 19 años conoció a la que sería su compañera de vida hasta el día de hoy. Con una sonrisa que ilumina su mirada, Humberto se toca el pecho y empieza a cantar. Quién diría que ese amor empezaría con una tirada de piedritas y esa canción de la época que decía algo así:
Así fue que empezaron papá y mamá
y ya somos 14 y esperan más.
Así fue que empezaron papá y mamá
y ya somos 14 y esperan más
Tirándose piedritas en la quebra’
así se enamoraron papá y mamá.

A sus 20 años se casó con su Negrita y dejó atrás su sueño de irse a Bogotá a estudiar deportes en una universidad. Pero esto no cortó sus alas, su hermana María Emilce le consiguió su primer trabajo como profesor de educación física, que, aunque no había estudiado, tenía el conocimiento y la experiencia que había obtenido como deportista. Y así sucesivamente en diferentes colegios de Bucaramanga, hasta llegar a las Unidades Tecnológicas de Santander, que por muchos años fue su casa. Hoy porta una gorra blanca con gris, en donde resaltan las siglas de esa institución: UTS. Incluso, cuando le íbamos a tomar una foto se apresuró a decir “pero que se vea que dice Unidades Tecnológicas”, seguido de su sello característico: una sonrisa transparente.
En este 2022, sigue siendo entrenador de atletismo. Cada mañana llega a la pista muy temprano, más o menos de 6:00 a 6:30 am, para dirigir a sus 6 pupilos en los lanzamientos de disco, bala y martillo. Con ellos espera lograr las preseas de oro, plata o bronce, las mismas que en algún momento ganó siendo atleta. Cuando le preguntamos qué significa el atletismo para él, respondió: “para mí el atletismo es mi forma de vivir y el fútbol es la pasión de mi vida”.
Voces de su legado
Emma Michela Gutiérrez es la hija menor de Humberto. No fue muy buena con el atletismo, pero sí con la contaduría. Durante dos años en su juventud practicó atletismo, sin embargo, en este deporte no dio frutos, no era su especialidad.
Al hablar de su padre, contagia felicidad. Una hija orgullosa de todos los logros de su papá. Michela recuerda como si hubiese sido ayer la trayectoria de Humberto en el deporte. “Cuando él viajaba era la ilusión de cómo le había ido. En ese entonces no había redes, uno no sabía qué pasaba hasta cuando llegaba a casa, o en su defecto, lo que se leía en el periódico”. Entre historia e historia Humberto llevaba sus anécdotas a casa de cada competencia que vivía. Con detalles, le recordaba a su familia que siempre los tenía presentes desde la distancia.
“¿Cuándo va a descansar?”, es la pregunta que más se repiten entre hijos y esposa del profe Humberto, puesto que, a su edad, aún sigue pisando la pista de los ocho carriles “todos los santos días. Mi mami dice que cuándo va a descansar, pero esa de verdad es la vida de él. Nosotros sabemos que la pista lo mantiene activo y animado a diario”, precisa Michela.
Pero su familia no es la única que da testimonio de este hombre. Wilson Castro, Coordinador del Programa de Cultura Física de las Unidades Tecnológicas de Santander, y antiguo estudiante de Humberto Gutiérrez, resalta su dedicación como profesor y su admiración más allá de la docencia: “siempre se ha destacado por sus cualidades humanas y profesionales. Excelente pedagogo, preocupado siempre por dejar huella y promoción de su amado atletismo”.
El profe Humberto ha dejado enseñanzas importantes en cada estudiante que dirige, por eso Wilson rememora: “cuando fui su estudiante, él me aportó como profesional la parte del conocimiento del atletismo en todas su áreas y como persona sus valores y consejos para la vida. Hoy yo vivo más que agradecido con el profe Humber”.

De sus pupilos muchos destacan ese don de gente. Señalan queHumberto Gutiérrez más que un profesor, se convierte en un amigo para sus atletas. Su rol va más allá de dirigir a sus muchachos en la pista. Se convierte en su confidente, su segundo padre y la persona que siempre está para apoyarlos. Así es como lo describe Pedro Ayala, atleta dirigido por Humberto actualmente: “me ha aportado sabiduría, me ha enseñado muchas cosas, me ha hecho ser mejor persona mejor deportista y me ha ayudado a mejorar muchísimo tanto mi nivel físico como el mental”.
El profe Humberto se despide con su mano en alto y, en cuestión de microsegundos, vuelve a entrenar a sus atletas con total concentración.
A nosotras no nos cabe duda, él nació para vivir y sentir el atletismo.