Desde hace 25 años, Flor Suárez Carrillo reside en El Limón, un asentamiento humano que hace parte del barrio La Esperanza II. Los problemas económicos y la falta de oportunidades que acompañaban su pasado siguen presentes. La acompaña el miedo constante, pues su casa se puede derrumbar en cualquier momento. “Mantengo angustiada porque uno se acuesta a dormir, pero no sabe si va a amanecer”.
Su casa está ubicada en la calle 16N con 24-07. Es pequeña (tiene un área de aproximadamente 18 metros cuadrados) y solía estar pintada de blanco, color que con los años y el deterioro se ha perdido. Para ingresar hay que subir seis escalones que están separados por las grietas, aquello que evidencia el daño de la estructura y la inestabilidad del terreno. Hay una única ventana y es azul, ese mismo tono que cubre la puerta de la entrada principal.
La decoración de la habitación la hacen unos palos amarrados que ayudan a sostener la estructura, también hay un balde que usa para recolectar agua en caso de que haya goteras. “Cuando llueve fuerte me toca estar despierta y pendiente toda la noche para que no se entre el agua y me moje las cositas”, cuenta mientras señala otros arreglos caseros que hace para mantener la estabilidad de la vivienda, como rellenar el cemento faltante con bolsas plásticas y pedazos de tela.
Un recorrido por el pasado
En 1990 esta área fue evacuada porque no se podía brindar seguridad para quienes residían en estas viviendas. Lo que no estaba previsto era que nuevas familias llegaran a ocuparlo nuevamente por la necesidad de no tener un lugar en donde vivir. Lo que sucede en estas urbanizaciones ilegales es que hay terrenos de media y alta ladera, que al ser invadidos, se ven afectados por procesos de deforestación (tala de árboles que debilita la montaña), lo cual acelera la inestabilidad, presenta deslizamientos y movimientos en masa. Este riesgo se hace mayor en temporada de lluvias.
Durante la ola invernal de 2011 los habitantes de El Limón recibieron diferentes ayudas humanitarias entre ellas mercados, los cuales variaban según el número de integrantes en la familia. “Esas ayudas fueron buenas por un tiempo, incluso, quedamos en un registro en damnificados que hicieron, pero después de eso no ha pasado nada más”, comenta Sorel Milena Rojas, quien hizo parte de la junta comunal de La Esperanza II durante diez años. Las viviendas se afectaron más por las filtraciones de agua y deslizamientos de tierra que las deterioraban.
Estos terrenos son denominados baldíos, es decir, propiedades que no son de alguien en particular sino que pertenecen a la nación. Pero, el Código Civil colombiano en su artículo 2531, establece en la prescripción extraordinaria que si la persona puede comprobar que lleva diez o más de diez años en dicha propiedad esta es suya. Haciendo énfasis en la posesión adquisitiva irregular.
Historias detrás de las viviendas

A sus 60 años, Flor es una de las personas que llegó a este asentamiento humano a principios de los noventa. Desde esa época no ha tenido la facilidad de pagar arriendo para vivir en un mejor lugar. “Es que uno de dónde saca la plata si a duras penas tiene para comer, y eso, si hay para una comida no hay para dos”, cuenta y a la vez dice que logra conseguir dinero cuando vende masato, de ahí organiza sus deudas y lo de comer por unos días. Son 25 viviendas, con más de dos familias por casa, que se ven afectadas por la misma situación.
A Teresa González Prada, otra habitante de El Limón, le da miedo el solo pensar que la casa se le vaya a caer, “es que por más que uno le haga arreglos (tapar el piso con varias capas de cemento) el terreno cede con cualquier lluvia o temblor y ahí podemos quedar”, cuenta mientras señala el daño que tiene el piso y las paredes de su casa.
Teresa tiene 58 años, es madre cabeza de familia y en su casa vive con doce personas más, entre ellos sus hijos y nietos. No se asombra por la cantidad de personas que viven en un espacio tan reducido, “hace unos años vivíamos 23 acá, todos buscábamos la forma de acomodarnos para dormir y estar bien porque no teníamos de otra”, cuenta.
Posibles soluciones
Miguel Alirio Hernández Flórez, vicepresidente de la Junta Comunal del barrio La Esperanza II, ha estado pendiente en el inicio de las administraciones de la Alcaldía y en el transcurso de estas por buscar que este problema se solucione “antes de que se lleve vidas”. La comunidad ha radicado documentos que han llegado a las manos del Instituto de Vivienda y Reforma Urbana del Municipio de Bucaramanga (Invisbu), pidiendo que tomen en cuenta el caso y buscar una pronta solución. “Nosotros lo que buscamos es que nos ayuden, que solucionen este y los demás problemas que hay en el barrio porque tenemos el derecho de tener una vida digna”, dice.
La respuesta no ha sido positiva. En algunas ocasiones encargados del Invisbu proponen que los habitantes del barrio adquieran un crédito en el que depositen 2 o 3 millones de pesos, para tener un ‘ahorro programado’ y así adquirir un subsidio del gobierno para tener una casa de interés social. Esto es lo que manifiesta la comunidad del barrio La Esperanza II. “Es difícil que ellos piensen que nosotros hagamos eso cuando no tenemos opción de pedir un préstamo porque estamos reportados o no hay forma de respaldar el crédito, entonces no hay opción”, afirma Sorel Milena Rojas.
Ante esta situación, Vicky Zambrano Núñez, funcionaria de Invisbu, asegura que no es posible dar declaraciones acerca de estas viviendas que están en riesgo porque el proceso se encuentra en revisión y hasta que no exista una respuesta sobre el daño de las estructuras y lo que sería el futuro de los habitantes, no hay autorización para hablar sobre el tema.
El transformador que también afecta a estas viviendas

El transformador, ese que ‘bota chispas’ cuando llueve como dicen Teresa y Flor, está sostenido por dos postes y uno de ellos, se ha corrido alrededor de 60 centímetros por la falla del terreno. En este caso su comunicación directa ha sido con la Electrificadora de Santander S.A (Essa) que ha hecho diferentes visitas e inspecciones al lugar, pero no han realizado el debido procedimiento para trasladarlo. “Las protecciones se encuentran en buen estado (cajas cortacircuitos), las estructuras están en buen estado, lo que se puede apreciar es que sí hay un desnivel en las crucetas que lo soportan”, comenta el profesional en mantenimiento de la electrificadora, José Alides Romero.
En este caso lo que pide la comunidad es evitar una tragedia, también estar a la espera de cuál será el mejor camino que no afecte a los habitantes del barrio La Esperanza II.
Por Laura Tatiana Perilla Ramírez
lperilla@unab.edu.co