Han pasado aproximadamente 230 años desde los primeros registros de los granos de café en Colombia. Según archivos encontrados y bajo el aval de la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia (FNC), el arzobispo virrey Caballero y Góngora comunicó hacia el año 1787 en un informe a las autoridades españolas, su cultivo de café en regiones cercanas a Muzo (Boyacá) y a Girón (Santander), siendo este uno de los primeros cultivos de esta semilla del cafeto, que hoy día es usada para preparar una de las bebidas más consumidas en el mundo, compitiendo con el té (que ocupa el primer lugar), la Coca Cola y la cerveza.
En las calles de Bucaramanga se cambiaron las tazas por los vasos plásticos verdes y rosados de 3.3 onzas y 7 onzas para servir el café. Los vendedores de café ofrecen en termos con capacidad de un litro: tinto –nombre con el que es conocida la bebida de café negro en Colombia–, aguas aromáticas, café con leche y chocolate caliente.
Aunque los precios de estas bebidas en establecimientos de renombre y cafeterías de la ciudad en su presentación de 5 onzas está entre los $1.600 y los $3.700 para el café oscuro, $2.600 y $4.100 para el café con leche, y $2.600 y $3.800 para las aromáticas, un porcentaje significartivo de “tinteros” de Bucaramanga cobran por presentación de 3.3 oz de cualquiera de las bebidas solo $500. Esto significa un 81,53 % menos en comparación con el precio más alto que manejan estos locales.
Los “tinteros”, como los mismos vendedores de bebidas calientes se denominan, suelen tener una ruta común por la que se desenvuelven durante todo su día de trabajo. Algunos trabajan doble jornada para obtener mayores ingresos y otros solo laboran hasta mediodía. Uno de estos casos es el de Ana Victoria Portilla, “Anita” como le dicen sus clientes más frecuentes.
La mujer de 65 años lleva desempeñando esta labor por las calles de Bucaramanga desde hace 15. El secreto de un buen café es “hacerlo bien hecho, higié- nicamente envasado y que vaya siempre caliente”, según dice.

termine de vender todo su producto. Ana Victoria Portilla en “días buenos” acaba a las
6:00 p.m. / FOTO YESSICA ESPINEL
Luego de levantarse a las 4:00 de la madrugada y preparar su producto, Portilla sale siempre con una sonrisa a las 11:00 de la mañana a su recorrido desde el sector de Real de Minas, pasando las avenidas Búcaros y Samanes, la calle 58, la carrera 14 y los locales aledaños al sector, hasta las 6:00 o 7:00 de la noche dependiendo de la rapidez con la que acabe todas sus bebidas, vistiendo faldas de colores, zapatos de goma azul, gorra verde y chaleco amarillo que guarda algunas marcas de lo que pudo ser el logo de la Lotería Santander varias lavadas atrás.
Cada uno de estos vendedores llegó a desempañar esta labor por distintas razones. Vieron en la venta ambulante de tintos, aromá- ticas, café con leche y chocolate caliente, la alternativa económica para sobrellevar crisis, deudas retrasadas o una pérdida de empleo como la que le ocurrió a Juan Bautista Prada.
El hombre de 50 años lleva siempre un delantal blanco y una gorra que lo protege del sol. Con el factor diferenciador de su carro diseñado y mandando a hacer exclusivamente para transportar sus bebidas, recorre la “ruta de los Ricaurtes” como él la llama, la zona comercial que comprende los centros comerciales La Isla y San José, los locales cercanos y diferentes talleres del sector.
Son 18 termos los que este santandereano logra vender en un día. Después de trabajar de 8:30 am a 12:00 del mediodía y volviendo con productos calientes de 2:00 a 6:00 de la tarde, logra volver a su casa cercana al Terminal de Transportes de Bucaramanga para pasar tiempo con su esposa y Fabián, su hijo de 16 años o incluso realizar una llamada a su hija graduada de Ingeniería Química de la Universidad Industrial de Santander (UIS) a quien con este trabajo sacó adelante.

considera más importantes a la hora de desempeñar su labor. / FOTO YESSICA ESPINEL
A pesar del precio de $500 por el vaso de 3.3 onzas y el de $1.000 por el de 7 onzas, los “tinteros” venden lo que el cliente desee o tenga en el bolsillo. Así como lo expresa uno de los compradores de Bautista, “si no tiene sino 200 pues le venden 200, un poquito o un sorbito, lo que sea”.
Por la misma ruta de Juan Bautista, en el semáforo de la calle 56 con carrera 17c, frente al casino Bally’s se sitúa Flor Ángela Zambrano, una mujer de cabello rubio y delantal blanco que a sus 54 años cumple 24 meses de desempeñarse como vendedora de bebidas calientes, pan, dulces y cigarrillos.
Hace dos años se dedicaba a hacer y vender almuerzos, pero decidió intentar otra labor que le brindara mayores recursos y le aportara más a su vida personal. Zambrano se levanta de lunes a viernes a las 2:30 de la mañana, termina a las 5:00 de alistar los termos y llega a preparar su puesto informal en este sector de la ciudad. El trato y la competencia son sanos con la mayoría de compañeros.
“Los tinteros que no quieran pues que no se metan con la chusma”, refiriéndose a ella y sus compañeros más cercanos de esta manera, por la cordial relación y esparcimiento con la que cumplen las jornadas que no logran acoplarse con las personalidades más serias de algunos en el sector.
Se podría decir que la mayoría de barrios de la ciudad poseen de uno a varios tinteros dispuestos no solo a vender café, chocolate o aromáticas en un vaso plástico, sino a compartir una charla, o incluso una sonrisa con quien ahora no solo es su cliente sino una de las muchas personas que enriquecen su vida y su labor durante el día.
Por Yessica Espinel Burgos
yespinel116@unab.edu.co