Cambiar la cultura política de un país desde una universidad es un proyecto ambicioso, que en su ejecución demandaría un gran uso de poder simbólico. Pero, ¿puede una institución educativa cambiar la cultura política de un país? Tal transformación sería posible si se tocan las fibras sensibles del medio, las raíces del poder; es decir, el sector socio-cultural, la industria y el gobierno. No obstante, antes de lograr cambio alguno hay que comprender “qué” cambiar y “cómo” hacerlo.
Modificar la máquina de la construcción social no debe ser un proceso llevado a la ligera, antes hay que comprender su funcionamiento. Para iniciar, se debe notar que esta estructura llamada Estado no es una pieza homogénea, indivisible. Tal como una máquina, está formada por cientos, miles de mecanismos, todos con una función determinada que afecta el funcionamiento de toda la estructura. De esta afirmación se deduce que la suma de los individuos conforma la sociedad, y que estos, como parte de un mecanismo que funciona gracias a la interacción de sus piezas, poseen un poder que influye directamente en su círculo social cercano e indirectamente en toda la sociedad.
Así mismo, la función de cada pieza es ligeramente diferente, a grandes rasgos se pueden clasificar por sectores y según su función en tres grupos: económico, socio-cultural y político. Estos tres, pilares que sostienen la sociedad, están interrelacionados entre sí de tal manera que tienden a confundirse; un canal de televisión hace parte esencial del medio socio-cultural, sin embargo, se usa también como un espacio para promover el consumo (espacios publicitarios) y para tratar asuntos políticos de interés público (noticias, propaganda del estado o de algún agente político, entre otros). Esta relación cercana no es casual, es necesaria; los individuos deben estar en constante interacción, pues cuanto mayor intercambio de información haya, más capital cultural habrá y más sólido será el tejido social.
Por lo tanto, es esta relación la que permite que exista o no una sociedad; al fin y al cabo “todo lo que somos es cultura”. Desde la ropa que vestimos hasta la forma en que pensamos son producto de la interacción social. En este, como en tantos otros conceptos relativos al ser humano se introduce el poder. Los ejes de la máquina no pueden girar descontroladamente, esta interacción debe ser regulada por un mecanismo especial; una serie de “orientaciones o directrices que rijan la actuación de una persona o entidad”, en otras palabras, lo que llamamos política. Pero no estamos hablando de un simple libro de reglas, la política es una práctica social, lo que quiere decir que conlleva un intercambio de sentido y que está asociada a una serie de rituales y modelos mentales; el voto, las campañas electorales, los discursos, los debates públicos, entre otros son algunos de ellos. Tales esquemas dejan de ser simple política y se convierten en cultura política.
Entonces, ¿Cómo cambiar la cultura política en Colombia desde la Unab? Aunque la tarea parezca difícil no es imposible. La universidad no es ni mucho menos un espacio aislado de la estructura social, de hecho, es uno de sus motores principales. El bienestar de una sociedad va ligado a la satisfacción de unas necesidades que en el siglo XXI se consideran básicas: entretenimiento, seguridad, alimentación, refugio, educación, entre otros. El mantenimiento de tales servicios solo es posible gracias a la existencia de individuos con un conocimiento especializado. A su vez el acceso a este conocimiento depende de una institución educativa que instruye en este saber. Esta relación permite inferir que la universidad es el medio que facilita y soporta la existencia de un bienestar social, por lo que promover un cambio desde la universidad no es una utopía.
Según la metáfora de la máquina, podríamos pensar erradamente que la Unab es apenas un pequeño mecanismo y que no le es posible influir en la cultura política de un país, pues su radio de acción está limitado a los usuarios de sus servicios: los estudiantes. Este planteamiento puede ser válido si se piensa a corto plazo. Sin embargo, una vez graduados, esos estudiantes formarán parte activa de la sociedad; ocuparán un cargo y tendrán poder sobre un sector determinado. ¿Y qué tiene que ver esto con la cultura política?, ¿cómo puede un ingeniero cambiar la forma en que un dirigente hace su campaña política? Como se ha explicado a lo largo de este texto, en la sociedad no existen zonas aisladas, todo está conectado y cada individuo tiene poder sobre los otros. Por supuesto, aún con cierto poder, este ingeniero seguiría sin ser suficiente para promover un cambio nacional.
Por otra parte, sí que se podría lograr algo, si profesionales (de la Unab) ubicados en diversos sectores laborales del país estuvieran unidos bajo una ideología, un modelo del futuro ideal para Colombia en el ámbito político, económico y social. El hecho de compartir una visión, ya sería determinante para influir de forma masiva en la cultura (y por lo tanto en la cultura política) del país; no solamente sería un ingeniero, también se uniría en el propósito un docente, un médico, una periodista, un economista, una cantante. Este cambio solo puede entenderse si se comprende que la cultura no es cuestión de artistas y pintores, que la política no es para las élites y que todos tienen un papel importante. La sociedad existe porque tú y yo estamos aquí; la política existe porque hay alguien a quién gobernar y la cultura nace gracias a que hay comunicación entre las personas.
Por Aaron Molina Fletcher