Por: Sofia Hernández Pasachoa/shernandez381@unab.edu.co
A pesar del tiempo, esa fotografía tomada hace 392 años sigue intacta. Una figura que se ha intentado replicar sin éxito y que, poco a poco, se extingue con los hombres y mujeres que aún mantienen vivo lo que fue este pueblo.
Es tan cruel asesino el olvido que, para que las historias no se borren, deben ser plasmadas.
Los cotudos de Girón
Así como las piedras a sus calles, el coto a los gironeses los caracterizaba. Los cotudos eran los vecinos, los familiares, los amigos, eran los habitantes de este pueblo. Podían ser los Mantilla, los Rodríguez, los Rueda, los Valdivieso, los González, los Márquez… como Trina, quien es parte de ese último legado.
Cuando niña, vio muchos cotudos en el pueblo. No entendió sino hasta que fue mayor la razón detrás de esa condición, que era extraña. El consumo de alimentos con sal, pero sin yodo, afectaba la tiroides, lo que hacía que se formara una especie de bola en la zona del cuello de sus paisanos.
Con el tiempo, esta historia real, parece más una leyenda. Las personas con coto fueron desapareciendo, y el recuerdo entre sus habitantes también. Trina aún recuerda cómo era ese Girón de cotudos que, “al llegar la sal yodada, empezó a desaparecer y no volví a ver”.
El río que alguna vez fue de oro
Atravesando Girón, se encuentra un río, muchos ignoran que su presencia se debe a una diosa: La diosa Oro.
Cuando Oro estaba pequeña y adaptándose al mundo, conoció a unos hombres a los que llamaban indígenas. Cuidaban de sus aguas y eran cordiales en su trato. Eso le dejó una buena impresión de los humanos. Pero años después, por 1529, los indígenas de repente desaparecieron. Oro no los volvió a ver y se encontró con otros hombres que usaban mucha ropa y andaban en caballos, con armas a sus espaldas.
Se llamaban españoles o conquistadores, ella no había sido advertida que estos hombres no eran amables o que no la iban a tratar como la diosa que era, e inocentemente, permitió que entrarán en sus aguas.
Oro, debajo de su superficie, tenía unas cuencas donde guardaba oro (por eso su nombre), y, como los indígenas la trataban con mucho respeto, ella permitía que sacaran de ahí ese mineral. La diosa realmente no entendía su valor. Pero cuando los conquistadores entraron a sus aguas, la lastimaron continuamente, sin piedad, buscando sacar esos tesoros que guardaba. No entendió nunca por qué no le preguntaron.
Los años pasaron y cambios ocurrieron. Construyeron unas estructuras llamadas puentes. Una vez, Oro encabronada, destruyó uno y a los hombres que vivían en Girón después de los españoles, les tocó hacer algo llamado represa. Y así controlan la creciente del río cuando Oro se enoja.
Con los cambios que veía, también llegaron hombres nuevos. Cotudos les decían. Este grupo fue el favorito de Oro. Pues, ellos jugaban en sus aguas, cocinaban al pie de ella mientras le hablaban y compartían. Limpiaban cuando algún visitante ensuciaba las aguas. Se sentía muy querida.
Los cotudos también con el tiempo se fueron y Oro volvió a quedar sola. Hasta que llegaron unos nuevos hombres, nuevos conquistadores los llamó la diosa, quienes empezaron a enfermarla. Estos hombres no vieron nunca la vida que tenía el río y que con los desechos químicos y basuras la estaban matando poco a poco.
La diosa escuchó, por boca de uno de los nuevos habitantes de Girón, que para ayudarla debían hacer unas máquinas llamadas PETARES, Plantas de Tratamiento Residuales. Con eso se curaría. Pero los nuevos conquistadores no les importó el bienestar de algo tan banal como un río. A la diosa no le quedó de otra que irse al océano.
Por eso en Girón ya no hay agua en el río del Oro. Se dice que la diosa de vez en cuando vuelve en forma de lluvia y el río se llena, pero tan pronto la basura la enferma, huye al océano para esconderse. Esta es una de las leyendas de nuestra tierra y entre cotudos y Oro podemos volver a pensar en el Yairon de los orígenes, ese Girón histórico que es una memoria viva.