Víctor Gaviria, el director colombiano más importante en la breve historia del cine colombiano, ha estrenado su última película La mujer del animal proyecto al que le ha dedicado varios años y que da cuenta de la violencia de género en una zona de la periferia de Medellín, Antioquia.
La conformación de estos barrios evidencia los problemas que una sociedad no logra resolver. En el caso de Medellín y de muchas otras ciudades colombianas, estas zonas comenzaron a conformarse espontáneamente por familias de desplazados, víctimas y victimarios, inicialmente de la violencia bipartidista, que luego mutaría al conflicto entre guerrilla, Ejército y paramilitares, envenenado aún más por el narcotráfico. Violencia nacional incesante que cambia de protagonistas. La película se ubica entre las décadas del 70 y del 80, justo en ese tránsito. Son lugares en donde no había (o no hay) presencia del Estado, y que para lograr sobrevivir hay que entender que las zonas varían dependiendo de quién las domine, cada cual tiene sus propias reglas y sus propios códigos. Es un espacio propicio para el surgimiento de ‘hamponcitos’ que viven del hurto, del secuestro y de la apropiación de predios en el sector, acumulando poder. Este es el caso de Libardo, “El Animal” (Tito Alexander Gómez), de origen campesino, y tal vez víctima de una antigua violencia, quien se instala en una de las comunas de la capital antioqueña. Allí conforma una pequeña banda con la complicidad de su propia madre, alcahueta y protectora, que le permite al primogénito varón cometer sus vejámenes. A su vez, subyuga a las hijas sometiéndolas ante los hombres de la familia, como el hermanito gordinflón que va por el mismo camino de Libardo.
“El Animal” delinque y a veces se esconde, pero siempre vuelve al acecho de sus futuras presas: niñas que habitan estos barrios; su objetivo es secuestrarlas y esclavizarlas a partir del miedo, sin que la familia de estas pueda hacer algo. De esta forma somete a una fracción del sector. Cuando a este lugar llega Amparo (Natalia Polo), una joven que busca refugio en la casa de su hermana mayor, se convierte en una presa fácil para Libardo.
La película reconstruye el drama de Amparo, y el cómo a fuerza de las circunstancias surge de su inocencia el carácter para proteger a su familia y evitar los continuos ultrajes de este hombre.
La historia es basada en hechos reales y representada por Gaviria con realismo y naturalidad; tal vez por eso, es una película incómoda para el espectador colombiano que, desconociendo este universo, busca representaciones más estilizadas del país y de sus problemas.
Independiente de la taquilla que recaude, la cuarta película de Gaviria es una representación certera de lo que nos cabe en suerte como sociedad. Ahora, el cómo está reaccionando esta sociedad ante su representación, refleja lo poco preparados y lo “distraídos” que estamos. Al parecer, la violencia verbal y física de Libardo hacia la mujer ha ocasionado que varios espectadores huyan de las salas, pero paradójicamente la cartelera comercial está inundada de cine mucho más violento.
Además de ser una obra exquisita, la construcción del espacio a partir de la cámara le permite al espectador transitar por ese territorio inhóspito (para la mayoría de ciudadanos), que es la periferia de una ciudad colombiana. Gaviria también demuestra que es un maestro para dirigir actores “naturales” o que no tienen formación, pero que interpretan personajes de los cuales poseen un saber, debido a sus propias experiencias de vida. Las actuaciones de Natalia, Tito, y del resto del reparto logran imprimirle un realismo visceral a la película.
Gaviria es al cine lo que Fernando Vallejo es a la literatura, siempre serán necesarios los autores que gritan, lo que pasa es que son pocos, y casi siempre incomprendidos.
René Alexander Palomino R.*
rpalomino@unab.edu.co
* Docente programa de Artes Audiovisuales de la Unab