El año del sol negro, la última novela de Daniel Ferreira / Tomada de Internet

Por Julián Mauricio Pérez G. / Docente de Literatura – UNAB

Leer libros es una actividad que todos deberíamos tener como hábito, como una acción diaria que realizamos con la naturalidad con la que disfrutamos de ver un paisaje o pararnos a contemplar la falsa quietud del mar. Wislawa Szymborska afirma que leer “es el más glorioso pasatiempo que la humanidad ha ideado”. En la soledad o en el silencio de la lectura disfrutamos de historias que nos sacan de la monotonía, mientras hacemos un gesto, buscamos una mejor posición corporal, nos rascamos la cabeza y nos dejamos llevar a otros lugares, a otros tiempos. Algunos dicen que la lectura nos permite cumplir la máxima que expone que quien no conoce la historia está condenado a repetirla. Sin embargo, la misma historia y la misma literatura nos han demostrado que toda máxima siempre está llena de excepciones.

A finales del 2018, el escritor colombiano Daniel Ferreira publicó El año del sol negro, una novela que tiene como base contextual uno de los eventos más trágicos y lamentables de la historia de nuestro país: La guerra de los mil días.  Esta es la cuarta obra de su Pentalogía de Colombia.

En esta novela, de larga extensión y de una clara demostración de talento y técnica escritural, el narrador nos lleva en un viaje épico por las tierras de Santander. Dividida en tres partes, nos cuenta la historia de José Celestino Sul y de Julia Valserra, dos personajes que nada tienen en común, salvo la posibilidad de morir en medio de una guerra atroz.

Aunque la historia trascurre durante un año, lo cierto es que la intensidad del relato y la manera directa y descarnada en que Ferreira nos cuenta esta tragedia, todo parece durar cientos de años. El tiempo está mediado por la contemplación de un paisaje sedentario y agreste que desborda la esperanza y destruye toda posibilidad de victoria para aquellos que solo llevan consigo un machete, un arma estropeada y la ilusión de mejorar su mundo.

La calidad del autor la evidenciamos cuando nos damos cuenta de que la novela, más que un relato histórico, es una epopeya de las pasiones humanas. El narrador logra hacer imperceptible la delgada línea que existe entre la historia y la ficción. No nos encontramos con personajes invencibles y sin miedo a la muerte, nos hallamos frente a seres comunes que temen y huyen, que gritan y lloran, que sufren y enloquecen.

Por esto, con cada nueva página leída, descubrimos que, una tras otra, las batallas son el epicentro del horror. Matar o morir es la consigna de liberales y conservadores. Los dos ejércitos, el revolucionario y el del Estado, visten la tierra con un manto apocalíptico en el que todos nos vemos envueltos.

El año del sol negro es una obra que nos atrapa desde las primeras páginas. Al empezarla, sentimos la necesidad de no abandonarla. Mientras caminamos por los caminos de Santander asistimos a un relato sin metáforas, pues todo se cuenta sin dobles sentidos, sin decorados y eufemismos. El narrador, de manera magistral, nos muestra lo que sucede, aunque nos parezca sanguinario y brutal. Con la lectura, nos damos cuenta de que conocer el pasado no siempre es una manera para evitar que las historias se repitan.

La misma Szymborska también dijo que otra de las virtudes de la lectura es que el lector puede detenerse cuando lo desee (porque algo le parece inverosímil o le aburre) o no detenerse nunca. En el caso de la novela de Ferreira, el lector no querrá detenerse y quizá en ningún momento se preguntará si la historia es verdadera o no. Sin notarlo, llegará a la última página. En ese instante de extrañas sensaciones sentirá que una gota de sangre o de llanto ha salpicado su corazón. En ese instante, solo podrá suspirar hondamente.

Universidad Autónoma de Bucaramanga