Hay autores que por la calidad de su obra deberían tener más lectores y más reconocimiento, pues dejaron una huella profunda en el mundo de las letras. Escritores que fueron capaces de crear obras arriesgadas y, al mismo tiempo, de gran calidad poética y estilística. Narradores que con su estilo e innovación dejaron huellas imborrables en la vida literaria.

Afortunadamente, en la literatura colombiana poseemos algunos de estos casos. Pero, hay uno muy particular y animosamente memorable. Hablamos de Álvaro Cepeda Samudio. Este autor y periodista, nacido en Barranquilla, supo hacer de la literatura el más serio de los juegos. Con una prosa deliciosa, entretenida y muy creativa su obra es el reflejo de uno de los momentos más sustanciales de la literatura colombiana.

A lo largo de su vida, publicó dos libros de cuento: Todos estábamos a la espera (1954) y Los cuentos de Juana (1972) y la novela La casa grande (1962). Sus relatos son, generalmente, breves genialidades de un artista de lo inesperado. Su novela es el artificio de un escritor que narra el pasado de nuestro país desde varias voces, desde distintas violencias.

Cuentos como “Todos estábamos a la espera”, “El piano blanco”, “Vamos a matar los gaticos” o “Las muñecas que hace Juana no tienen ojos” demuestran la maestría narrativa de un escritor que se desafiaba a sí mismo con cada relato. En estos cuentos, como en muchos otros, los personajes son seres profundamente extraños, inestables y lastimados. En estos cuentos, como en su única novela La casa grande, la trama y los diálogos son puzles que requieren de un lector entregado de pies a cabeza a lo que se está contando. Si por un segundo se distrae, quizá pierda de vista una evocación melancólica, un miedo oculto o una agresión que parecía olvidada. Las piezas deben entenderse y situarse en el lugar preciso.

Por eso, después de leer la novela de Cepeda, García Márquez dijo que “además de ser una hermosa novela, es un experimento arriesgado y una invitación a meditar sobre los recursos imprevistos, arbitrarios y espantosos de la creación poética”. Solo cuando leemos la novela entendemos que cada palabra de García Márquez es acertada. Por un lado, La casa grande es hermosa porque nos relata y nos desnuda, nos deja a la intemperie con nuestros miedos, nos hace sentir la guerra como soldados, como amas de casa, como hombres y mujeres que se apuestan la vida como si de lanzar los dados se tratara. La casa grande es el relato de muchos dolores, el dolor de muchos relatos.

Por otro lado, la novela es una invitación a la escritura. En ella, la creación literaria es un juego. Pero un juego que hay que saberlo jugar, conocer sus reglas, infringirlas: ir más allá. Cepeda nos enseña que la escritura es un arte amorfo e ilimitado, un juego en que el lector es otra pieza más del rompecabezas. Por este motivo, si llegamos solo por el placer de la lectura, nada será en vano.

Hagamos como Borges: jactémonos de lo que hemos leído. Con el tiempo nos jactaremos de haber leído a Álvaro Cepeda Samudio. Felizmente, ya podemos encontrar un libro que contiene todas sus historias. Con una impresión sobria la editorial Alfaguara publicó hace dos años: Obra literaria. Cepeda Samudio. Este libro sigue el orden cronológico de las tres obras y presenta una breve biografía comentada
de la vida y obra del autor, la cual pudo ser más completa y original.

En fin, lo importante es que podemos regresar a las historias de Cepeda Samudio. Con la lectura del libro, nos pasará igual que al concertista que se enamora de su piano blanco. En nuestro caso el amor será por un libro. Desearemos, no separarnos de él ni después de visitar la última página.

Por Julián Mauricio Pérez G.*
jperez135@unab.edu.co

*Docente del Programa de Literatura de la Unab.

Universidad Autónoma de Bucaramanga