
Por Andrés J. Galeano Carrascal
agaleano324@unab.edu.co
La agricultura es uno de los sectores más importantes de la economía alrededor del mundo, pues no solo proporciona alimentos a miles de personas, también desempeña un papel crucial en el desarrollo de un país. En el caso de Colombia, de acuerdo con datos del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane), este sector logró el mejor desempeño durante el primer año de la pandemia por la covid-19, ya que obtuvo un crecimiento del 2,8 % y generó alrededor de 77 billones de pesos en toda la nación.
Esta cifra fue alcanzada gracias a los esfuerzos de personas como las que trabajan en el Mercado Campesino de Bu-
caramanga, Asomercade, ubicado en la diagonal 15 #51-60 entre Real de Minas y el puente El Bueno. Dicho lugar reúne semanalmente a más de 700 campesinos que llegan desde diferentes municipios y veredas de Santander y Norte de Santander con el objetivo de comercializar sus productos.
A pesar de que la plaza es abierta solo los sábados y domingos, padres, madres e hijos llegan un día antes con sus camiones repletos de frutas y verduras cosechados en sus propias fincas. La vida de estas comunidades gira alrededor de Asomercade. Algunos llevan hasta más de cuarenta años viajando desde municipios como Lebrija y Charta (Santander), o La Esperanza (Norte de Santander). Pero dichos recorridos no son para nada fácil, ya que deben afrontar
diferentes obstáculos tanto en el proceso del cultivo como en el traslado de los mismos.
Decenas de historias se tejen entre las paredes de este lugar. Cada una muestra la berraquera de los campesinos en Colombia que, a pesar de no contar con las garantías suficientes por parte del Estado, dan de comer a todo un país sin recibir nada a cambio. Escuchar la voz de estos personajes es el primer paso para conocer su realidad y entender que el bienestar de todo un pueblo depende de su trabajo.
Visitar Asomercade o una de las ocho plazas de mercado con las que actualmente cuenta Bucaramanga, representa un apoyo para el campo de la región que, de acuerdo con datos de la Cámara de Comercio de Bucaramanga, cuenta con más de 500 mil hectáreas destinadas a la agricultura.
Federico Forero Lozada es un campesino que vive en el municipio La Esperanza, Norte de Santander, y desde los 17 años
comercializa plátano, mango, guayaba y naranja en el Mercado Campesino. Hoy este agricultor tiene 39 años y recuerda que vendía sus productos junto a su padre, Domingo Forero, pero ahora la persona que lo acompaña todos los fines de semana es su novia. Juntos, atienden su puesto de trabajo desde las 6:00 de la mañana hasta las 10:00 de la noche.

Todos los viernes a partir de las doce del mediodía recoge los frutos de sus cosechas, acomoda los alimentos en el camión y durante cuatro horas recorre las carreteras del país para llegar a Asomercade. “Por lo general estoy acá a las siete de la noche, a esa hora comienzo a ordenar un poco la carga en mi puesto”. Luego de adelantar su trabajo, Federico Losada descansa en una hamaca y, al día siguiente, se levanta a las cuatro de la mañana para terminar de organizar y estar listo antes de las seis para empezar.
Fiel a sus tradiciones y conocimiento, Forero Lozada cuenta que los cultivos tienen su grado de dificultad: “El clima está influyendo mucho hoy en día, ya no hay temporadas de verano o invierno”, lo que ha generado que las plantas no produzcan frutos de calidad y que, por el contrario, se necesite más fertilizantes y venenos para lograr obtener los resultados esperados. Este agricultor asegura que la siembra de cualquier alimento en la actualidad requiere de un mayor cuidado y “un fuerte aguacero o cualquier ventarrón puede dañar el corte de cualquier planta”.
El lugar para encontrar las mejores moras

Jorge Landazábal y su esposa Miriam Portilla dicen que el periodo de la cuarentena no representó un mayor cambio, pues sus productos los vendían por medio de WhatsApp. / FOTO MATEO GALINDO
A diferencia de Federico Forero, Jorge Armando Landazábal Gélvez es conocido como “el amo de las moras”, en Asormercade. Este campesino de 35 años, es el preferido de los compradores porque es el único habitante de Charta,
Santander, que cultiva y vende este producto en ese mercado. Su esposa, Miriam Consuelo Portilla Tarazona (31 años), también es reconocida en la plaza porque produce arequipe, yogurt, bocadillo y mermelada a partir del producto estrella de su esposo.
Según Landazábal, la mora que comercializa en su puesto es diferente gracias a que diferentes entidades ayudan a los campesinos de esa región a elaborar productos orgánicos. “Ahora estamos vendiendo un producto que es un injerto entre la uva y la mora silvestre, y que no contiene ningún insecticida ni fungicida”. De acuerdo con Landazábal, este tipo de fruta también se diferencia de la tradicional porque su apariencia es delgada y un poco más pequeña que la cultivada de forma tradicional.
Todos los viernes, se levanta a las cinco y media de la mañana y no solo recolecta las moras más jugosas de su cultivo, siempre hace un recorrido por las fincas cercanas a su casa para traer al Mercado Campesino otros productos. “Cuando ya tengo todo listo, arranco para la plaza a las siete, recojo a dos amigos en el camino y llego tipo diez u once de la noche”. Apenas se bajan del carro, tanto Jorge, como sus amigos y esposa, acomodan la carga para comenzar las ventas a las seis de la mañana.
La emprendedora

Una de las vendedoras que menos tiempo lleva comercializando sus productos en Asomercade es Helena Afanador Jaimes, de 45 años, residente de la vereda Río Sucio del municipio de Lebrija, Santander. A pesar de su poca trayectoria en la plaza, esta agricultura se ha caracterizado por ser una de las mejores productoras de banano en Asomercade. Cada semana trae junto a su esposo entre 200 y 300 kilos para la venta. Según cuenta Jaimes, el banano que comercializa tiene tan solo cuatro años de estar en producción y, hasta el momento, no ha tenido que aplicarle ningún químico para matar hongos o insectos.
Reconoce que una de las mayores dificultades es que las casi tres hectáreas con las que cuenta quedan a una hora de su hogar. “Con mi esposo vamos todos los días, pero regularmente lo que hacemos es cortar los racimos los martes o miércoles para dejarlos madurar y que para el sábado estén pintones”.
Al igual que sus otros compañeros, Helena Jaimes y su esposo viajan los viernes el mercado y llegan alrededor de las siete de la noche. En ese momento, arreglan su carga de banano en un estante aparte y lo dejan listo para la venta. “Cuando se acaba el fin de semana y aún tenemos mercancía, hacemos un remate o intercambiamos con otros productos para no devolvernos con lo mismo”. Y, una vez hechas las ventas, viajan de nuevo hacia su finca el domingo al atardecer.