Lo que para unos es una lata que solo sirve para rayar la ciudad, para otros es una boquilla que conecta un interior metálico de 360 mililitros, lleno de líquido colorido y gas, que al entrar en contacto con la atmósfera se pulveriza en forma de lluvia, con el fin no solo pintar, sino hacer viva la pintura. Los pensamientos del grafitero Jhon Alexander Ardila Yate fluían como ríos de tinta sobre un muro de tres metros de altura, alrededor del Instituto Técnico Superior ‘Dámaso Zapata’, sede D preescolar, en la carrera 27 con calle 15.
Él es “LuchoArt”, un diseñador gráfico cuyo seudónimo hace alusión a la lucha personal y constante que tiene con la ciudad, con lo cotidiano. “Lo que busco es crear ese tipo de cosas que no se pueden hacer normalmente en la parte laboral. Mi objetivo es hacer intervenciones en la calle que sean un escape de la rutina”, manifiestó.
Junto con un grupo de 25 grafiteros, se encontraron el domingo 29 de octubre, a las 10 de la mañana en el colegio ‘Dámaso Zapata’ para desarrollar la cuarta versión del festival “Ojos que nos pintan”, una iniciativa que nació gracias a los colectivos artísticos LAB 20 e Indigente Callejero, conformado por William Serrano, más conocido como “WillGraf”, Sergio Rangel, “Sello”; Wilmer Benavides, “LuchoArt”, y David Acuña. “Buscábamos espacios, gente con talento y potencial, fue fácil encontrar gente que nos ‘copiara’ para pintar”, destacó “LuchoArt”.
El proyecto, que tuvo con antesala el encuentro con niños entre los 2 y los seis años, estudiantes de jardín y prejardín, consistió en replicar lo que los pequeños plasmaron en hojas, con colores y marcadores. Dibujaron el viernes 27 de octubre, durante una hora. Solo se les pidió que crearan lo que quisieran. Algunos pintaron a su familia, mascotas y plantas; en lo que todos debían coincidir era plasmar un personaje sonriendo. “La idea es que ellos vean lo que se imaginaron, que cuando vean que el dibujo gigante de la pared fue creado por ellos mismos sientan que la escuela es suya, se motiven a estudiar”, resaltó el diseñador.
Con su tercera edición, el festival se convirtió en un referente en la parte artística de la capital santandereana. “Hoy día somos una gama amplia de artistas urbanos, nuestra idea es ser una vitrina para los nuevos creadores de contenido urbano, raperos, deportistas y pintores de todas partes”, dijo “WillGraf”.
Color de Santander
La temperatura en la ciudad alcanzaba los 28 grados centígrados a las 11:15 de la mañana. Los invitados mexicanos Helena Ramírez Ortega, “Hellcat”, y Ángel Quiroz Benítez, “Doctor Beffa”, pintaban la pared del parqueadero del colegio. “Vinimos porque la pintura nos mueve y este tipo de eventos relacionado con niños es lo que más nos interesa, nosotros queremos formar una nueva generación, que conozca más allá de la violencia o los problemas, que sepa del arte”, resaltó “Hellcat” mientras se retiraba el sudor de su frente. Ambos utilizaron pintura vinílica y aerosol para plasmar a un pterodáctilo acompañado de la palabra Animales, una composición diseñada con los huesos de especies prehistóricas, en la que viajan siete personajes caricaturescos que fueron realizados por el santandereano “Jim Pluk”.
“Me trajo a Bucaramanga el hecho de poder mostrarle otra alternativa de vida a la juventud. De pequeño me prohibían un poco dibujar, me decían que no ensuciara mis cuadernos, entonces en cierto sentido estoy rescatando la imaginación con la que los niños nacen. Nosotros nacemos viendo el mundo perfecto y con mucho color, pero eso nos lo quitan a medida que vamos creciendo”, afirmó “Doctor Beffa”.
El único propósito de Juan Camilo Rodríguez Gómez, conocido como “Naco”, es expresar a través de líneas escritas con el corazón, sentimientos que amenazan con desbordarse, sensaciones que salen a flote defendiendo lo suyo con frases como: “lo que yo hago no son garabatos, lo que yo hago es arte”.
Creció en el barrio Molinos, de la Caracas de Bogotá, y según manifestó, es un barrio donde se veía el rap, el breakdance (baile que forma parte del Hip Hop), la pintura, el grafiti y el bicicrós, es decir, había cultura en todas las esquinas. “Empecé haciendo mi firma en todas partes, luego aprendí a hacer Trow Up (figura colorida en forma de mancha o vómito), más adelante seguí con los Quicks (pieza con caligrafía compuesta de elementos geométricos, en ocasiones difícil de leer) y actualmente hago Master Piece (composiciones en superficies que superan los dos metros de alto y ancho)”, comentó “Naco”.
Con el paso del tiempo, el arrebato que lo inspiró a rayar Bogotá con sus firmas, lo llevó a evolucionar de tal manera que dejó de ser el protagonista principal de sus obras. Comprendió que su razón de pintar era el público que lo apoyó y ayudó a crecer. “Ahora me interesa que las personas cuando vean mis creaciones sientan sentido de pertenencia, se sientan identificados”, aseveró el bogotano.
Por ese motivo, él es el autor del grafiti ubicado en la carrera 33 con calle 45, que tiene la técnica Block Buster, la cual se caracteriza por tener letras grandes y caligrafía sencilla, pero dentro de ellas se escribe un contexto. Las ilustraciones dentro hacen referencia al Santísimo (escultura santandereana de Jesús de Nazaret, de 37 metros de alto, ubicada en el parque que lleva este mismo nombre, en Floridablanca), Las ruinas de la Cantabria, en Lebrija, y el cañón del Chicamocha.
Entre la pasión y el trabajo
El grafiti inició en los años sesenta, en Nueva York, Estados Unidos, por parte de los adolescentes que querían “aparecer en todos lados” con sus firmas. La idea fue acogida por los jóvenes y 20 años más tarde, la Autoridad Metropolitana de Tránsito comenzó a luchar en contra de la manifestación artística en el metro de la ciudad. Las medidas que tomaron los estadounidenses fue instalar vallas o aislantes con electricidad en los muros, aumentar la vigilancia y establecer procesos penales.
Sin embargo, quienes defendían la expresión cultural se trasladaron a diferentes partes del mundo para expandirla con recurrencia política. En Colombia tuvo sus inicios en Medellín, luego Bogotá y fue expandiéndose por el resto de ciudades.
En Bucaramanga el arte se ha desarrollado de manera “formal”, se caracteriza por tener mega murales, como en el Viaducto Provincial, (conocido informalmente como el puente de la novena), en el barrio Nueva Fontana, en la carrera 33, en los sectores de la Universidad Industrial de Santander y gracias a “Ojos que nos pintan”, en la carrera 27 con calle 15.
“Empecé a pintar para sentirme libre, dueño de lo que no es de nadie. Pienso que en la calle puede haber algo más lindo que solo ladrillos o publicidad de los políticos que nos han dañado todo este tiempo”. Estas fueron las palabras de Fabián Medrano Campos, “Scrawl”, cuando se le preguntó qué sentía al hacer grafiti.
Es un artista empírico de 22 años, hace parte del grupo de grafiteros bumangueses que junto al festival “Ojos que nos pintan” abren paso a lugares donde se reúne la creatividad de los jóvenes. Tanto “Scrawl” como sus compañeros han quemado distintas etapas por ejercer su arte. Durante sus inicios fueron detenidos por la policía, perseguidos por hacer Bombing o piezas en lugares públicos y privados. “Luego nos volvimos más profesionales y empezamos a pintar muralismo, ya nos salen contratos, trabajos y remuneraciones. En mi caso nunca dejaré de pintar ilegal, esa razón es la que a mí me movió desde un principio”, expresó el bumangués.
Experiencias gratificantes
Luego de 50 horas de trabajo, los artistas terminaron el mural. Lo componen figuras realistas, caricaturas, retratos, animaciones en tercera dimensión, técnicas de Bubble Letter (letras en forma de globo), Trow Up (figuras alusivas a manchas) y Wild Style (letras se rodean con adornos complejos), entre otras.
“Las sensaciones con cada grafiti son diferentes, hay unos que generan adrenalina porque son ilegales, otros que son contratos y tienen que quedar bien sí o sí, y otros que son libres, que producen miedo si quedan mal o si no gustan. La verdad es que lo más lindo es volver a pasar y ver que hay gente que se detiene para apreciarlos”, recalcó “Naco”.
Por Karen Gualdrón Portillo
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