Por René Palomino Rodríguez / rpalomino@unab.edu.co
En las salas de cine se encuentra la película del director español Pedro Almodóvar, “Dolor y gloria”. En principio podría percibirse como un relato autobiográfico, pero con Almodóvar no hay que tomarse todo al pie de la letra. La película surge de aspectos de su propia historia de vida, que como relato va creciendo y transformándose. La realidad necesita ser completada por la ficción para hacer la vida más fácil.
Esta relación entre realidad y ficción, el director la aprendió de su madre. En la infancia, vivió en una calle sin pavimento y casas sin piso, en un pueblo de Badajoz, Orellana la Vieja, Extremadura. En ese lugar, la mujer tuvo una idea para conseguir algo de dinero -aprovechando que la mayoría de sus vecinos eran analfabetas- e instó a Pedro a que ayudara a escribir cartas a parientes lejanos, y a su vez ella les leía la correspondencia. Almodóvar notó que su mamá alteraba lo escrito, adornaba o endulzaba más los saludos y las comunicaciones, generalmente eran de hijos que desde las ciudades le escribían a sus padres. Recuerda el director que su progenitora lo hacía para que fueran más felices.
Esta idea lo marcó, tal vez por eso su cine tiene cierta saturación, la realidad se condimenta y es forzada para hacerla más rica. Aunque esta última película tiene un tono más íntimo, un efecto de sentido de honestidad, pareciese que el director exitoso y experimentado hiciese un balance de su vida y nos contara sus desventuras.
Antonio Banderas encarna a Salvador Mallo (alter ego de Almodóvar), un experimentado director en el ocaso de su carrera, con algunos quebrantos de salud que le impiden continuar rodando sus filmes. Esporádicamente se dedica a escribir, aunque también experimenta un vacío creativo. En ese instante es invitado a un homenaje por los 30 años del estreno de su primera película.
Puede decirse que es una película sobre las ausencias, los problemas de salud que pueden provenir de carencias internas, en este proceso de fragilidad. Salvador hace una suerte de inventario de los personajes que fueron determinantes en su vida y que por diversas circunstancias ya no están: la madre, a la que él respetó y obedeció hasta sus últimos días; asimismo la ausencia de su gran amor de juventud, un hombre con el que vivió el Madrid de los años 80. Cuando recibe la invitación a un homenaje cae en cuenta que hace 30 años tampoco se habla con el actor que protagonizó el filme, una vieja disputa ocasionó el distanciamiento, de ahí una de las mayores enseñanzas de la película: “Las peleas también envejecen”, para volver a hablar con el viejo amigo, o en palabras de Herzog, “mi enemigo íntimo”, basta con llamarlo o visitarlo.
Los espacios por donde pasa el relato son los mismos espacios del director, el apto de Mallo es en realidad el apto de Almodóvar, la representación de los lugares de la infancia y la juventud son las calles de pueblos y ciudades por donde habitó el director, pero advierte que no todo sucedió así, hay aspectos que están más condimentados, se transforman escapando a ser parte de la realidad, se vuelven ficción que enriquece esta película que nos recuerda que más allá del éxito y la fama, lo importante son las cosas sencillas, los personajes que conocemos y que amamos, y los recuerdos que tenemos con ellos, esa es nuestra esencia, lo otro es un juego, el juego entre la realidad y la ficción.
*Docente del programa de Artes Audiovisuales de la Unab.