Por: María Camila Tapias Bedoya / mtapias691@unab.edu.co

“La fiscalía tiene el uso de la palabra” dice Carlos Portaluppi a Ricardo Darín, quien en ese momento no era Ricardo, era otra cosa, con otro cuerpo, otra cara, otro semblante, otra persona. Más seria, más drástica, más terminante. Darín no era Darín el actor, Darín el ganador del Premio Goya (2015), Darín el productor de cine, Darín el descendiente de inmigrantes, Darín el astro que el universo cinematográfico argentino parió. En ese momento era abogado, héroe, intelectual, pero, sobre todo, argentino.

“Señores jueces, la comunidad argentina en particular, pero también la conciencia jurídica universal me han encomendado la justa misión de presentarme ante ustedes para reclamar justicia”. Las palabras son de Julio César Strassera, quien en ese instante tampoco era Darín, también era otra cosa, era la justicia real y la voz del pueblo argentino.

Entonces, ¿quién era Darín si no era Strassera?

Antes de que Strassera hiciera las veces de Rey Minos con los dictadores desde su monólogo en el juicio más importante de la historia de Argentina, se anticipa una hazaña en la sala cuando el hombre de bigote y gafas, Jorge Rafael Videla, siente el peso de una justicia histórica. Marcelo Pozzy lo interpreta y el dictador queda sentenciado desde su silencio e insensatez. Él se limita a leer La Biblia y en su mutismo se advierte la culpa por sus delitos en contra de la humanidad.

Aquella sentencia fue solo el clímax que el director argentino Santiago Mitre tenía preparado para rematar una de las muchas yagas incomodas que curten el suelo latinoamericano. En términos generales, “Argentina, 1985” es una mezcla de dramatismo, jovialidad y emociones secretas, furtivas; esas que no se le dicen a nadie por no ser el momento, pero que se disfrutan.

No deja nada que desearle al arte de las películas producidas más allá de la frontera norte de México o al otro lado del océano. Sus voces, sus colores, su nitidez y su sencillez son suficientes para ajusticiar un pequeño fragmento de la historia argentina. Los clichés no faltaron, pero tampoco fueron tan significativos como para opacar el propósito, las figuras, los personajes: las historias. En cambio, exalto la armonía entre humor y muerte, allí la ingenuidad de los protagonistas hacía eco en cada acción decisiva.

El humor no estuvo ausente, pero fue clandestino e inteligente, de ese que marca diálogos que pervivirán mucho tiempo y que, incluso, llegan al intercambio social verbal diario. Ese humor transitó desde la confidencialidad entre el fiscal y su adjunto, Luis Moreno Campo (Peter Lanzani), hasta una sutil rabieta por parte de Julio, quien refunfuñó porque Moreno Campo no lo dejaba “cagar en paz”. O la secuencia de escenas en la que se introduce el comité de investigadores jóvenes descontextualizados, perdidos, ignorantes y decididos a colaborar en la búsqueda de pruebas para el juicio.  

Todo lo anterior, aunque nada novedoso, enriqueció y se presentó como un blanco, una pieza de silencio que no se ve, pero existe. He aquí el 4’33” que es “Argentina, 1985” para mí.

Así como John Cage, compositor y teórico musical, en su obra 4’33” propuso en tres movimientos una reflexión amplia entorno a la existencia del silencio. La partitura de la obra solo está acompañada por una única palabra, Tacet, con la que se indica al interprete que debe guardar silencio y no tocar ningún instrumento durante cuatro minutos y treinta y tres segundos. Así es “Argentina, 1985”, pero es una suma de ruidos, tensiones, diálogos, risas y testimonios en los que debemos guardar silencio absoluto como espectadores para poder participar de esta partitura latinoamericana y en español.   

Cuatro minutos y treinta y tres segundos que se vuelven muchos más en el cine y en donde el ser humano se da cuenta de que el silencio absoluto no existe y que, ante la presencia de cualquier tipo de sonido, por más mínimo que sea, significa que puede haber música. Incluso en el silencio suscitado y plano, hay una onda de vitalidad, hay algo. Lo que es el silencio para 4’33” es el humor, el sarcasmo, la sentencia de tres de los acusados, los setecientos nueve casos apenas revelados y los primeros cuatro minutos y treinta tres segundos del alegato final para “Argentina, 1985”.

Es en resumidas cuentas el silencio que se materializa y se vuelve un hecho y la exposición dada por Strassera o Darín fue una cita no correspondida con el olvido y esto es una ganancia para toda América. Por esto mismo, el humor y el discurso humano son apenas dos de los muchos elementos transitorios que componen la esencia de la vida reflejada en la peli. El final, sin spoiler, es un oasis nacido de la ilusión de una persona sedienta en el desierto de las dictaduras.

Con esto dicho, “Argentina, 1985”vista desde lo personal, es sencilla e introspectiva. Su trama, sus colores, sus aventuras y sus personajes construyen, a su modo, una historia contada a medias o tratada con pinzas. Ahí, entre todos ellos está Darín, no como Strassera, tampoco como él mismo, es más bien un megáfono histórico veraz, que desde este tiempo nos obliga a sentir el dolor del pasado y la necesidad de justicia en nuestro suelo. Si no la vio, no espere que llegue la gala de los Oscar para verla. Regálese esos 140 minutos que de seguro sus neuronas y su empatía le agradecerán.  

Universidad Autónoma de Bucaramanga