Por María Camila Muñoz Estévez / mmunoz338@unab.edu.co
Era el 21 de marzo de 2020 cuando de un momento a otro Colombia entró en lo que se conoció como el aislamiento ante la inminente llegada de la covid-19 al país. La ola de rumores se esparció por el barrio donde vivo: Lagos V etapa (Floridablanca), y la nueva idea de una vida dentro de las casas se convirtió en el tema sin discusión en todos los hogares.
En la noche de ese día, el presidente Iván Duque Márquez se pronunció a través de los
medios de comunicación nacionales e informó que el país entraría en cuarentena por aproximadamente 15 días. Lo que se pensó serían solo dos semanas ya completa casi tres meses. Fue así como los hogares se transformaron. Los comedores pasaron a convertirse
en salas de estudio y oficinas, las habitaciones y sus escritorios en espacios para hacer trabajos en grupo desde la virtualidad, y en mi caso, de asistir a las charlas y entrega de notas en el colegio de mi hijo Emiliano, a convertirme en su profesora en medio de mis
horarios de clase de periodismo en la Universidad Autónoma de Bucaramanga (Unab) y las labores de ser mamá de un niño de tres años.

Rutinas de la tecnología
Emiliano Rivera Muñoz es mi hijo y la mayor parte del día está en el colegio. Su horario habitual es de 7 de la mañana a 4:40 de la tarde. En ese tiempo iba a mis clases de la Universidad y después continuaba con mis rutinas en casa, ya fueran hacer trabajos
o labores de mamá. Desde que se anunció la implementación de las clases remotas en todo el país, en mi hogar entendimos la importancia que la tecnología tenía en la vida de todos nosotros.
En mi casa somos cuatro estudiantes, mi hijo, mis dos hermanos que cursan bachillerato y
yo que estoy en la universidad. Para mi padre, Gerson Hernando Muñoz, la situación por la
que estábamos atravesando era compleja debido a que tuvo que comprar más computadores y celulares, y además adaptar los espacios para que todos pudiéramos tener las clases virtuales sin interrumpir la formación académica de los demás.
La primera semana de confinamiento fue caótica y tuve que aceptar que mis horarios se
convirtieron en los de mi hijo. El colegio donde estudia supo acomodarse y adaptar las clases
sin mayores contratiempos; sin embargo, en casa la situación fue otra especialmente para mí.
Desde las 7 de la mañana el colegio empezaba sus clases como habitualmente lo hacían y
estas se cruzaban con las mías. No había nada más qué hacer, solo ingeniármelas para responder con todo. Mi rutina comienza desde las 5:30 de la mañana; a las 6 tenía mis primeras clases en la plataforma virtual que nos abrió la Unab y a las 8 de la mañana
empezaban las actividades con mi hijo: levantarlo, darle de comer, alistarlo y entablar una conversación con él para que estuviera atento a las clases virtuales. Esto último fue lo más difícil.
Emiliano, en el colegio presencial, tenía un nivel de concentración y participación alto,
pero, al ver las clases en casa, su actitud cambió, discutíamos constantemente porque para él
cualquier objeto alrededor era motivo de distracción.
Todos los días buscaba una excusa para retirar a mi hijo de sus clases. Lo justificaba con el
costo de la mensualidad, pues es alto, y no me parecía justo tener que pagar tanto por ver las clases a distancia y que el niño no estuviera atento a los deberes del colegio. Pero los días fueron pasando y con ellos la adaptación a nuestra nueva vida.
Ya no seremos los mismos
Ser la profesora de mi hijo pasó a ser una labor diaria que desarrollaba con la ayuda de Miss Cindy, la docente titular del grado Explorer B que integra Emiliano.
La metodología que el colegio implementó fue realizar encuentros virtuales por área en
diferentes horas del día. A comienzo de semana nos envían a los correos de los padres de
familia las actividades correspondientes al horario de clase, con un formato que especifica el área o materia que deben abordar, en el que se describen las actividades a realizar con los niños y los temas específicos a tratar. También nos mandan los recursos o materiales que debemos utilizar para la formación virtual de los niños como bibliografía, plataformas, videos,
enlaces y libros, entre otros, y los sábados nos hacen llegar a casa un kit con útiles escolares y otros materiales.

mostrando a sus docentes las actividades que debe realizar de acuerdo con los cronogramas
de clase. / FOTO MARÍA CAMILA MUÑOZ
Lo que todavía no lograba en esos primeros días era que Emiliano se concentrara en sus clases, debido a que el comportamiento de los niños en casa es diferente a estar en el colegio junto a sus compañeros. Los días en confinamiento han sido estresantes, en los que se levanta pidiendo que “por favor llévenme al colegio” y manifiesta que extraña mucho a
sus compañeros.
Pese a todo creo que el aislamiento y la tecnología lograron lo que tal vez no ocurría en el
día a día, unirnos más como madre e hijo. A medida que pasa el tiempo, para él y para mí como su mamá, la medida virtual se ha encargado de afianzar nuestros lazos al cumplir de lleno los roles que me corresponden con él.
Al día de hoy, mi hijo se ha ido adaptando un poco más a estos encuentros, a la manera de interactuar con la tecnología, a ver a sus dos profesoras en clase todos los días. El amor que les expresa tanto a ellas como a todos los niños es importante, para que de esta forma nosotros como padres también podamos ayudarlas y trabajar en equipo desde la distancia, para llevar a cabo este proceso que es importante en la vida de nuestros hijos.