En una atmósfera invadida con el penetrante olor a pegante, se perciben pequeñas martilladas casi camuflándose entre el sonido ininterrumpido de una máquina punteando los distintos materiales, de múltiples colores, con los que se producen decenas de zapatos en las fábricas de calzado en Bucaramanga.
Es 1980. Llantas chirriantes recorriendo con rumbo fijo las calles de la ciudad bonita. En la parte posterior de la camioneta, alguna que otra caja llena de zapato santandereano esperando llegar a la sede de Copetran (Cooperativa Santandereana de Transportadores Limitada), para así dirigirse a otra parte del país o continuar al volante de Alfonso Herrera, un joven de 25 años, quien, “como el transporte intermunicipal no daba abasto, hacía acarreos para zapateros”.
En constante contacto con clientes y vendedores, pasó de transportador a comerciante de una de las fábricas. Viajaba, mostraba estilos, convencía al comprador y “el que menos pedía, encargaba por ahí 500 pares, todos eran pedidos grandes”, asegura. La producción de calzado estaba en auge en la capital santandereana, por ello, cada día se abrían más y más microempresas en las que los bumangueses encontraban una forma de superarse y generar ingresos.
Entre las tantas industrias que se inauguraron en los ochenta, Emma Rodríguez, tras la imposibilidad de continuar estudiando y con la motivación de su madre para que aprendiera un oficio, decidió ingresar en una mañana de 1987, a sus 15 años, a la de doña Marina, cuyo apellido ya no recuerda, ubicada en La Joya. “Quería aprender ese arte, entonces empecé despeluzando”, hilo sobrante, hilo cortado, era lo único que, al no tener experiencia, le permitían hacer. Sin embargo, debido a su rápida capacidad de aprendizaje, al mes siguiente le asignaron otro tipo de tareas que desempeñaba como “armadora”. Sobre una mesa de madera disponía los diseños ya cortados, es decir los moldes, encima de ellos esparcía delicadamente “caucho”, un pegamento blanquecino, para lograr adherirlos al forro del interior del zapato y así formar las “capelladas”, (pieza que cubre la parte superior del pie).

Un año después cambió de lugar de trabajo, empezó a desempeñarse en “Calzado Monetti”, en donde, con restos de pegante en sus manos luego de poner hilo “que va empapado en caucho para que cuando ponga la pieza encima, se incorpore bien”, rozó por primera vez la mano de José García quien, al verla con su larga cabellera de color azabache, no pudo evitar presentarse.
A pesar de que José no sabía mucho de zapatería, sus ganas de tener empresa propia, junto con su amor, se consolidaron. Entonces “comencé a ahorrar y a aprender sobre la elaboración y el manejo de este”. Para los noventa, abrieron el taller “Emmita”, especializados en zapato para niña. Como consecuencia de esto, Emma tuvo que aprender a manejar la máquina de guarnición, en la que se realizan las costuras, lo cual le “parecía terrible, le ponía el pie y eso salía chutada. Pensaba que no era capaz, me daba miedo, hasta lloraba. Las primeras costuras me quedaban chuecas pero así poco a poco le fui cogiendo el tiro, todo es práctica en la vida”.
A las 7 a.m., en la calle 27 con carrera 3.a del barrio Girardot, se abrían las puertas de “Calzado Emmita”, un salón amplio, dividido por las respectivas secciones. El material (cuero, sintético o plástico), se ponía sobre una máquina en la que al acomodar un molde de lata y bajar la palanca se reproducían las piezas sobre él, teniendo cuidado de no desperdiciarlo. Posteriormente se realizaba un desbaste, pues, para unir el zapato algunas partes deben doblarse y estas tienen que ser un poco más delgadas. Luego de esto, pasaban a guarnición, donde Martha Rico, quien trabajó allí como armadora por una década, recibía las tareas, cortes con su respectivo tallaje, para que, junto con sus tres compañeras, a partir del pegante, los hilos y la máquina, que a veces se recalentaba y debían lubricar con aceite, armar y coser el modelo. . Al estar lista la capellada se enviaba al solador, quien se encargaba de ponerle la suela, y por último al empacador, responsable de emplantillar, perfeccionar y empacar.
Paso a paso
Aunque por el estilo del zapato el tiempo de elaboración puede variar, entre medio o un día, los pasos son los mismos. Unos, debido a su delicadeza, se tornan más difíciles que otros, algunas veces hasta ponen en riesgo los dedos tanto de las costureras, que ante una curva compleja suelen lastimarse con las agujas, como de los soladores quienes por poner bien la suela, terminan con pequeñas quemaduras en ellos. Así mismo, la implementación de detalles es un proceso tedioso, pues al ser lo que le da “viveza a la prenda requiere de mucha precisión en la manualidad”, declara Martha.

El amor de estos zapateros solo duró 10 años. Se rompió tal y como lo hace una aguja delgada que trata de atravesar cuero resistente. El nombre “Calzado Emmita” se marchó junto con la mujer que inspiró a denominarlo así. En la actualidad en este taller no solo se produce para el sector infantil, sino que, desde 1998, también se generan sandalias y deportivos para hombre y para dama, bajo la marquilla de “Chelfor”.
Por otro lado, aquel muchacho que empezó transportando mercancía, expresa haberse “enamorado de la zapatería”. Alfonso no se conformó solo con vender, también sintió el impulso de crear su fábrica a la que bautizó como “Papsy”. Empezó produciendo poco, pues al igual que José “sabía negociarlo pero no cómo fabricarlo, entonces al inicio solo fueron tropiezos”.
En el barrio San Miguel, ubicado al suroccidente de la ciudad, desde hace 22 años se fabrica sandalia para dama, hecha en cuero, forrada en badana (piel fina de oveja). No es un artículo que se venda por volumen pues “por la calidad, es tipo boutique”, es decir, para clientes selectos, “porque a mí me gusta hacer todo elegante y fino, me gusta elaborar lo que los zapateros llamamos ‘relojitos’ o sea zapato bien hecho”, afirma Alfonso.
Empezar no es fácil y mucho menos si no se tienen los suficientes conocimientos, por esto, luego de mucho aprendizaje, Alfonso se vio en la obligación de “sacar mis estilos, porque los modelistas decían: ‘no, yo ahorita estoy ocupado, venga dentro de 8 días’”, así que realizó un curso brindado por un modelista en el que aprendió a diseñar.

Pese a que Alfonso es el gerente y propietario de su empresa, realiza diversas labores, “busco los estilos, voy recopilando información para después dedicarme a diseñar”. Define cómo se ensamblará el zapato, qué tipo de materiales se usarán y más tarde se dirige hacia el sector de la calle 31 entre carreras 12 y 15, donde están las peleterías, que son los almacenes especializados para la elaboración del calzado, donde compra los cueros, tacones y plantillas. Cuando tiene los materiales y los bocetos completos, “se sacan los moldes que nosotros llamamos monturas para empezar el proceso de fabricación: cortada, desbaste, guarnición, soladura, emplantillado”, y por último se realiza un muestrario para ir a vender.
Las fábricas de zapatería abundan en Bucaramanga, pues es una potencia en este gremio, por ello, “son más de 100 mil familias las que dependen de la industria de la moda en esta ciudad y su área metropolitana”, así lo asegura Wilson Gamboa Meza, presidente de la Asociación de Industriales del Calzado y Similares, Asoinducals. Lamentablemente, según la información emitida en Noticias Caracol el 15 de febrero de este año, “los altos precios de los insumos, los impuestos y el contrabando liquidan a una de las pocas industrias que sobrevive en esta región”.
La crisis
Los zapateros manifiestan encontrarse en crisis. Una de las más afectadas es Elvira Villamizar, quien empezó como guarnecedora a la temprana edad de los doce, es decir, hace 29 años en una fábrica en San Gerardo, y hace un tiempo decidió empezar a laborar desde su hogar. Ella expresa que “el estar allá requiere de cumplir horario y yo necesitaba permanecer en mi casa para cuidar a mis hijos”. Entonces compró una máquina y el taller solo lo visita día por medio, durante una hora, para recoger sus tareas. Sin embargo, debido a las dificultades de la industria, ahora le dan menos cantidad para hacer, pues “cuando casi no hay trabajo sacan personal y por lo menos a las que trabajamos desde casa nos dejan atrás. Antes me daban tres, cuatro tareas de doce pares, ahora solo me dan una”. Algo infortunado, ya que, en esta labor, “si uno hace poquitos pares eso es lo que se va a ganar”, concluye.
De acuerdo con la Asociación de Industriales del Calzado y Similares, Asoinducals, en julio de 2017 más de 3 mil empresas de este sector cerraron sus puertas en la capital santandereana. José no ha sido ajeno a este problema, pues asegura que “antiguamente uno fabricaba 2000 pares semanales, ahora solo 400. Esto está muy malo, tuve que pasar de cuarenta empleados a tener solamente diez, la importación de China nos tiene a punto de quebrar”.
A pesar de que en la 37.a Feria Internacional de Cuero y manufactura de Asoinducals, celebrada el año pasado en Cenfer (Centro de eventos y exposiciones de Bucaramanga), en la que 400 expositores fueron bumangueses, y los otros 127 de distintas partes del país, se superaron las expectativas de los empresarios y lograron realizar contratos e incrementar las ventas, el problema continúa latente.
Los clientes “prefieren el zapato chino, que es barato, de mala calidad, y el Gobierno lo que hace es abrirle más las puertas a la importación del calzado que entra sin pago de impuestos y nos perjudica aún más”, declara José. Desvalorizando así un trabajo que no permite errores, requiere de mucho tiempo, y es además el de mayor productividad en esta región.
Por Diana Carolina Sepúlveda Conde
dsepulveda71@unab.edu.co