El intérprete de la Lengua de Señas Colombiana (LSC) es una persona que sirve de puente comunicativo entre hablantes y no oyentes. Su trabajo implica tener un amplio conocimiento en ambas lenguas y poseer la capacidad de transmitir un mensaje entre los interlocutores o usuarios de estas. En Bucaramanga, el 40% de los intérpretes vinculados a la Asociación de Intérpretes de Santander, Asoisan, aprendieron la lengua empíricamente debido a la ausencia de programas académicos en la ciudad.
Liseth Valencia se dedica a esto en la Escuela Normal Superior de Bucaramanga, la Universidad Industrial de Santander (UIS) y en la Alcaldía de la ciudad. Su interés en los no oyentes empezó en 2011 tras un accidente en la UIS, cuando cursaba octavo semestre en Ese año, la institución entró en cese de actividades debido a los presuntos vínculos del entonces rector Jaime Camacho Pico con paramilitares, así como la desaprobación de la reforma a la ley 30 (ya que consideraban que no garantizaba la educación superior), lo que desató enfrentamientos entre la comunidad educativa con la fuerza pública. En estos hechos, una compañera de Valencia que era hipoacusia, es decir, que presentaba disminución en la sensibilidad auditiva y utilizaba un audífono, perdió el resto auditivo debido al estallido de una ‘papa bomba’.
Ante los sucesos, era necesario un intérprete. Por lo tanto, llegaron al acuerdo de que ella le enseñaría la lengua de señas y Valencia le ayudaría interpretándole las clases. Posteriormente, se interesó en el tema y decidió ir a Bogotá a aprender la LSC puesto que en Santander no existían cursos, sólo los abría la Federación Nacional de Sordos de Colombia, Fenascol, entonces ubicada en Bogotá. Terminado el curso, regresó a Bucaramanga y empezó el voluntariado con los no oyentes. Se especializó
en Psicopedagogía, y trabajó con esta población en zonas rurales del departamento.
Ámbito educativo
La bumanguesa es intérprete en universidades y colegios de la ciudad. Cree que no es un proceso exclusivamente técnico y que es necesario modificar el currículo, hacer flexibilización en los exámenes y otras adaptaciones. No sólo es dar la información, sino visibilizarla porque “la incapacidad auditiva es invisible”, comenta Valencia.

En cuanto al campo laboral, cree que hay un cambio generacional en las personas con esta discapacidad, pues los adultos sólo realizaron hasta quinto primaria, en consecuencia, ellos no aspiraban a estudiar en una universidad. Tiempo después se dio cobertura a bachillerato, proceso que inició hace 10 años. Por lo tanto, los hablantes se estarán enfrentando a una población no oyente que está buscando trabajo.
Ulibro, la feria del libro de la Universidad Autónoma de Bucaramanga, Unab, ha sido un espacio donde Valencia ha podido interpretar y, desde las dos últimas ferias, su labor ha sido reconocida por los invitados. Sin embargo, relata que hay eventos donde le han dicho “córrase que está tapando al ponente o hágase más atrás”, lo cual es un desconocimiento del servicio y de la importancia de la ubicación y luz del lugar para su trabajo.
Mayor cobertura
La mayoría de los intérpretes de la ciudad ejercen en el ámbito educativo por la obligatoriedad que se presentó con el decreto 1421 de 2017. En este, se reglamenta la prestación del servicio para dicha comunidad con discapacidad, desde el acceso, la permanencia y la calidad. Además, para los estudiantes con deficiencia auditiva debe presentarse una oferta bilingüe y bicultural y los establecimientos educativos han de contar con docentes bilingües, apoyos tecnológicos, didácticos y todo el acompañamiento que se necesite. Lo anterior con el fin de garantizar una educación de calidad y en condiciones de equidad.
Así, la población no oyente se concentra en estos ámbitos y ahí es donde se presta el acompañamiento del intérprete. No obstante, Valencia manifiesta que es necesario llegar a otros contextos como lo son los estrados judiciales, las tecnologías de la información y la comunicación, alcaldías y en centros médicos, “es un tema de derechos”, agrega.
Liliana Hernández, quien dirige Asoisan, cuenta que en Bucaramanga hay 25 intérpretes vinculados a la institución. Además, a comparación de hace 20 años, se ha realizado un avance del 20% en cuanto al reconocimiento legal, ya que “todavía hay discriminación de una atención adecuada en el aspecto de la salud”.

Acreditación
Fransua López es otro bumangués que es intérprete y trabaja en las Unidades Tecnológicas de Santander, UTS. Su interés en la lengua de señas inició porque conoció a Claudia Hernández (quien enseña la LSC en la Unab), y sintió atracción por ella, pero cuando intentó hablarle notó que era no oyente. Así que aprendió la lengua empíricamente, tiempo después decidió realizar un curso y se acreditó con el Instituto Nacional para Sordos, Insor, dado que desde el 2017 el Ministerio de Educación Nacional reglamentó con la resolución 5274 el reconcomiendo oficial a los intérpretes de la Lengua de Señas Colombiana con el objetivo de optimizar la calidad en la educación para estudiantes sordos.
Además, López afirma que otra entidad que regula y reglamenta esta certificación es la Fenascol. Explica que los intérpretes que iniciaron empíricamente tuvieron que realizar prácticas a nivel social para cualificarse en este trabajo. Expresa que en la cotidianidad se cree que el problema entre hablantes y no oyentes es la comunicación, “nosotros como oyentes estamos frustrados porque no sabemos cómo comunicarnos con ellos, pero hay una lengua y es necesario que la aprendamos para comunicarnos, romper barreras y mitos”, comenta.
Por Laura Fernanda B.
lbohorquez197@unab.edu.co