
Por Diana Ardila y John Ramírez
Crossmedialab*
Para nadie es un secreto que estamos viviendo una situación nueva para todos. Esta “realidad” ha representado un cambio abrupto en nuestras vidas, tanto, que puso en juego la capacidad de adaptación que tenemos para afrontar acontecimientos adversos o negativos. La limitación de la movilidad, libertad o el miedo al contagio del coronavirus, son aspectos que pueden angustiarnos, y se trata de una reacción normal, el hecho de estar preocupados nos pone en alerta para tomar medidas de seguridad de forma activa.
Ahora bien, si a ese problema médico se le agrega una preocupación adicional, el resultado puede resultar complejo. Ese es el caso de los enfermos de alzhéimer, aquellos adultos mayores que padecen de la enfermedad en tiempos de cuarentena, que no pueden ver a sus parientes y solo tienen cuatro paredes para pasar el tiempo.
Esta es una enfermedad cerebral que ocasiona problemas relacionados con la memoria, el pensamiento y el comportamiento. Se hace más frecuente a medida que la población envejece, pero hay que tener en cuenta que no es una parte normal del envejecimiento, de esta manera, 6 de cada 10 personas mayores de 80 años pueden tener alzhéimer.
“La destrucción y la muerte de las células nerviosas provocan fallas en la memoria, cambios en la personalidad, problemas para llevar a cabo las actividades diarias y otros síntomas de la enfermedad de alzhéimer”, afirma Beatriz Brunal, psicóloga clínica. Este mal, con el tiempo, empeora. No tiene cura, progresa lentamente en tres etapas: temprana (leve), moderada (intermedia) y avanzada (severa). Se pueden retardar algunos de los síntomas, como la pérdida de la memoria, pero no hay tratamiento especializado para erradicarlo. Las personas a veces no reconocen a sus familiares, tienen dificultades para hablar, leer o escribir, e incluso, llegar a olvidar cómo cepillarse los dientes o peinarse.

El aumento en el número de casos es cada vez más apresurado (según la Asociación Colombiana de Neurología en Colombia hay cerca de 260 mil personas con el mal) esto hace que se requiera de cuidadores y de una red de soporte que se ocupe, además de los pacientes, de sus núcleos familiares, ya que, cuando se enferma un adulto mayor, tiende a enfermarse toda la familia, no literalmente, sino a nivel emocional.
La población mundial está envejeciendo y el crecimiento de personas que padecen esta enfermedad es más rápido en países en desarrollo, hecho que tiene un impacto social significativo y del cual nos debemos preocupar todos, generando conciencia en que las personas de la tercera edad no se pueden quedar en el olvido.
Conozca la historia de tres familias que conviven con el alzhéimer y han tenido que adaptarse en tiempos de cuarentena.
Graciela Acosta
Mamá de dos mujeres: Martha y Luz Stella, abuela de tres jóvenes: Juan David, piloto comercial; Margarita, arquitecta en formación, y Nicolás, comunicador y periodista en formación. Graciela es la base de esta familia que, con mucho esfuerzo y amor, tomó la decisión de enviarla a un centro especial para el cuidado de adultos mayores bajo esta condición.
Graciela nació el 9 de mayo de 1940 en la ciudad de Bogotá, cumplió sus 80 años en cuarentena. Es la tercera de cuatro hermanos y la más consentida de la familia por ser la única mujer. Estudió en el Colegio Manuela Beltrán y posteriormente, en la Academia Remington un secretariado bilingüe, así como Contaduría, que la llevó a manejar la contabilidad y la nómina del exterior en la Fuerza Aérea Colombiana. Años antes de empezar el siglo XXI, se pensionó.
Su vejez inicio dándoles amor a sus nietos, recalcando siempre el tener buenos modales, comer de forma correcta, coger bien los cubiertos, no sorber o voltear el plato cuando tomaban sopa. Ella vivía en pro de sus nietos, pero nunca se supo que una enfermedad como el alzhéimer fuera a deteriorar esta vejez dedicada a su familia. Graciela empezó a padecer los síntomas hace más de diez años, y desde entonces, ella y su familia han luchado por contrarrestar un poco el avance de la enfermedad. Su familia decidió llevarla al Hogar Alcaparros, donde pueden cuidar mejor de ella.
Doña Sofía
Fue ama de casa toda su vida, logró sacar adelante a sus tres hijos que hoy viven en el exterior. Ha sido un persona culta, amante de la lectura de diferentes grandes autores, su pasión es la lectura y le gusta que le pinten las uñas y le arreglen el cabello.
La familiar que está pendiente de ella es su nuera Patricia Romero, viuda de uno de sus hijos, que murió hace 22 años. Patricia recalca que Sofía siempre fue una buena mujer y que la conoce hace muchos años, que está feliz de que esté en un hogar tan bueno como Alcaparros, en donde la cuidan bien.

La incidencia del mal en ella ha tenido sus tropiezos. Cuando recién empezó la enfermedad, decidieron contratar una enfermera a su cuidado, pensaron que esa era la decisión más sabia, pero Sofía comenzó a notarse deteriorada y algo agresiva, su aspecto físico no era el mejor, parecía que esta enfermera no le daba el cuidado que ella necesitaba. Patricia cuenta que a su suegra nunca le gustó ver televisión, con esta enfermera, solo la veía sentada, callada y viendo televisión. Se tomó la decisión de buscar un hogar en donde pudieran encontrar mucho amor para ella.
Hoy en día, Sofía vive feliz en Alcaparros. Está alejada de su familia por la cuarentena y la comunicación por videollamada es algo complicada para ella, debido a su estado, pero para sus allegados es algo reconfortante verla bien y les parece sensato que no permitan visitas para prevenir contagios.
Manuel Castiblanco
Nació en junio del año 1929, acabó de cumplir 91 años. Es enfermero de profesión, una persona noble y humilde que trabajó toda la vida en la Aerocivil, por ende, tiene historias para contar sobre el aeropuerto El Dorado. A pesar de padecer de alzhéimer, sigue siendo una persona funcional y coherente en sus cosas, le encanta escuchar noticias y estar informado sobre lo que sucede en el mundo.
Simpatiza con las personas, ya que al estar informado de todo, puede hablar de cualquier tema, ya sea de política, economía, deportes y hasta entretenimiento. Su calidad de vida se vio afectada por artrosis que presenta en una rodilla, lo que le impide caminar con normalidad, ayudado de un caminador. Es pensionado y se separó de su esposa hace 16 años. Con su pensión decidió entrar a hacer parte de un hogar geriátrico, puesto que se cayó dos veces en la calle.
Sus hijas hablan de él como si aún, luego de tantos años, siguiera siendo su héroe. Están contentas de que esté bien cuidado en el hogar, donde tiene enfermeras las 24 horas del día y le dan las comidas necesarias para su nutrición. Su cotidianidad se ha visto afectada por la covid-19. La pandemia no le permite verse con su familia, pero a partir de la tecnología y de las redes sociales, se mantienen en contacto. Sus hijas se sienten tranquilas al saber que él está en buenas manos.
*Laboratorio del departamento de Comunicación y Cinematografía de la Universidad Jorge Tadeo Lozano.