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El periodismo será melo o no será

Vilma Jay, en pocos segundos, les demostró a aquellos que hablan de objetividad en el periodismo que eso de lo que tanto pontifican, sencillamente, no existe.

Imagen: Santiago Vásquez

Por: Farouk Caballero / jcaballero752@unab.edu.co

Cada 9 de febrero se conmemora en Colombia el día del periodista. La fecha mantiene vigente el hecho histórico del primer periódico que circuló. Fue el 9 de febrero de 1791, el cubano Manuel del Socorro Rodríguez publicó el número inicial del Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá e inauguró la historia del periodismo en el país, pero ese periodismo no era melo.

Ese periodismo representaba lo más tradicional y elitista de este suelo. Era un periodismo hecho por el poder para informar al poder. La mayoría de habitantes de la Nueva Granada de los Borbones no sabían leer, su sabiduría era oral. Por eso, desde la palabra escrita se definía un objetivo informativo que no tenía en cuenta a los pobres. Casi un siglo después se fundó El Espectador, luego El Tiempo y así aparecieron diferentes esfuerzos disruptivos que buscaban amplificar voces, velar por la democracia e iluminar las oscuras fechorías de los poderosos. Vanguardia Liberal, El Colombiano, El Heraldo y más medios regionales también aportaron nuevas formas de informar a una audiencia que ya leía un poco más.

También en el siglo XX, la caricatura logró un periodismo incluyente, pues la crítica mordaz y la sátira política no requerían alfabetismo para ser comprendidas. Valga aquí una reverencia para Ricardo Rendón. Luego, la radio y la televisión se apoderaron del espectro informativo. Parecía que con cada adelanto tecnológico se democratizaba más la información y llegaba a las zonas más rurales, pero desde el centro la idea siempre fue mantener el proceso de blanqueamiento del periodismo. Lo primero que le pedían a un corresponsal que cubría alguna región es que matizara su acento, que neutralizara la riqueza de su oralidad glocal y anulara todos sus rasgos identitarios. Llegaron los pregrados en Comunicación y Periodismo. Muchos estudiantes de las regiones soñaban [sueñan] con una carrera profesional en la radio y en la tele, pero desde Bogotá pretendían imponer un acento neutro que jamás ha existido. Incluso hoy, hay muchos rolos que de forma inverosímil afirman que quienes nacen 2.600 metros más cerca de las estrellas no tienen acento. Quienes dicen esto, son sordos.  

Periodismo rima con humanismo

Son muchos esfuerzos los que se han hecho para cubrir e informar sobre acontecimientos regionales dolorosos. Uno de los más recordados del último lustro fue el daño terrible que el huracán Iota le causó a San Andrés en noviembre de 2020. Las imágenes hacían que cualquier televidente se solidarizara con el sufrimiento de los isleños. La labor informativa en este caso estuvo a cargo de Vilma Jay para Noticias Caracol. Vilma, en pocos segundos, les demostró a aquellos que hablan de objetividad en el periodismo que eso de lo que tanto pontifican, sencillamente, no existe.

Entre lágrimas sentidas y derramadas por su isla y por su gente, Vilma informó con acento precioso, regional, honesto y cercano a las víctimas que Iota dejó. Con ese acto sincero y espontáneo sepultó a todos los “pedagogos” que necios afirmaban [¿afirman?] que el periodista no podía sentir, que no tenía que demostrar sensibilidad y que su misión era informar sin humanidad. Y Vilma lo hizo para la tele nacional. Entre los escombros, visitó diferentes lugares para entregar la noticia de la mejor forma, no solo la primicia. Habló con datos puros, contrastó fuentes, analizó el contexto y buscó historias de vida que narraron en primera persona un episodio para el que ninguna comunidad está preparada. Por este ejemplo, resulta incontrovertible remarcar que, si algo es el periodismo; entonces, ese algo es humano, subjetivo, melo.  

Nadie cuestionó. La mayoría entendió la devastación que causa un huracán categoría cuatro y el país entero se informó con un acento hiper lejano a la capital. Lo anterior, no le restó un ápice de profesionalismo a Vilma Jay. Todo lo contrario, dejó en claro que la calidad informativa no es exclusiva de la variación cachaca del español que tanto defendieron Miguel Antonio Caro y Rufino José Cuervo.    

Pasaron los meses y otra voz potente, original y femenina llegó a la tele nacional: Érika Zapata. Con cada nota, Érika ratificaba que el periodismo debe ser cercano a la gente y que en un país de regiones el supuesto acento “neutral” empobrece nuestra riqueza oral. Érika, usando un lenguaje autóctono y coloquial, conectó con sus paisanos antioqueños y demostró que se puede ser profesional sin abandonar los modismos propios del español usado en cada región. De la tierra de Tomás Carrasquilla, Porfirio Barba Jacob, Juan José Hoyos y Robinsón Posada surgió esta periodista que cada vez que abre la boca informa con rigor y ética, pero también les genera náuseas a quienes solo admiten el español hablado en los clubes capitalinos. El trabajo de Érika es la prueba incontrovertible de que el periodismo debe hablarle a la gente como la gente habla. Ella es en sí misma una variante paisa de lo que el gran cacique de la literatura latinoamericana confesó. Juan Rulfo fue muy preciso al decir que él pretendía escribir como se hablaba y así sus personajes adquirieron veracidad y modificaron la literatura de esta parte del mundo, en la que los campesinos mexicanos no tenían cabida, pues los personajes burgueses e incluso aristócratas eran los que pululaban en nuestras letras.     

Érika Zapata hizo lo propio con su periodismo. Habló y puso a hablar a la gente en televisión nacional justo como la gente habla. Hizo periodismo para la gente. Le llovieron críticas e incluso traspasó su rol periodístico y, como indican los manuales que no se debe hacer, ella se volvió la noticia. Eso si no, su frescura y lenguaje sean siempre bienvenidos; es más, son necesarios, pues si está cubriendo Antioquia, lo mínimo que debe hacer es hablar como se habla en Antioquia. Y en eso, radica el periodismo melo, pero también, hay que ir con cautela pues el periodista nunca es la noticia y Érika, al menos en enero, desfiló por medios hablando de su oficio y no es que esto sea pésimo, pero sí es una falla. Por lo tanto, en el día del periodista en Colombia hay que subrayar hasta que se entienda que el deber del periodista es con su audiencia, que su fama y protagonismo deben regirse por la calidad informativa que brinda. Y a riesgo de ser reiterativo, lo remarco: los periodistas dan noticias, no son la noticia.

Que esto quede claro y así veamos un nuevo periodismo en el que se festeje el paisañol de Érika Zapata y de Juan David Laverde, en el que el costeñol de Víctor Romero retumbe en Buenos Aires desde ESPN, en el mismo que Vilma Jay nos mantenga al tanto, con su isleñol, de lo que ocurre en San Andrés y Providencia, pues el periodismo nacional no puede ser únicamente bogotano. El periodismo melo llegó para quedarse y ratificar que la calidad informativa tiene tantos acentos como regiones tiene Colombia. Este, este es el camino para los periodistas ya formados y los que están en formación: para hacer periodismo melo y de calidad no hay que traicionar el tesoro oral de cada región. Y, sin más, feliz día, periodistas.             

Universidad Autónoma de Bucaramanga