En los procesos artísticos muchas veces un obstáculo o una puerta que se cierra pueden contribuir a la consolidación de una gran obra. Este parece ser el caso de la película El Piedra, del director Rafael Martínez Moreno. Estuvo durante mucho tiempo detrás de la historia del legendario boxeador colombiano “Kid Pambelé”, pero nunca logró hacerse a los derechos, y terminó renunciando a esta empresa. Sin embargo, parte de la investigación lo llevó a conocer el mundo del circuito de boxeo en ciudades como Cartagena, en donde cientos de hombres entrenan con ímpetu para tener la oportunidad de participar en combates profesionales, y a punta de golpes poder hacerse a un nombre, pero esa suerte la tienen muy pocos.
La película no es la historia del héroe que tuerce su destino y logra salir de la miseria; en este caso, a través del boxeo, como un Pambelé, un Miguel “Happy Lora” o un hollywoodense, “Rocky”. Por el contrario, esta es la historia de Reynado Salgado, un boxeador que se gana la vida perdiendo peleas. Entrena constantemente porque debe estar en forma y con buenos reflejos para que su actuación sobre el cuadrilátero sea verosímil, además, debe llevar estrictas dietas, según los rangos de peso de sus oponentes. Más bien, es un antihéroe que sobrevive de lo poco que le da el hombre que organiza las peleas y del mototaxismo.
Un día llega a su casa Breyder, un niño que dice ser su hijo. La memoria de El Piedra ya no es la mejor y no recuerda bien a la madre del menor. Inicialmente, se muestra esquivo a la situación, pero detrás de su aparente hostilidad se esconde un hombre bondadoso y compasivo. Breyder, a su corta edad ya ha conocido la vida en la calle, y su rebeldía cuestiona la moral que el inexperto padre pretende imponerle.
Es en esta parte donde la película deja de ser la simple anécdota del hombre que se rebusca la vida y aborda el tema de la familia monoparental, estructura cotidiana y habitual en un país de madres y padres solteros, pese a que se pretenda imponer el discurso de la idoneidad de la familia nuclear.
La obra conecta con un tema mundial, y el joven autor, en esta su opera prima, reconoce la influencia del director japonés Hirokazu Koreeda –autor de las películas Un asunto de familia y De tal padre, tal hijo– en donde se cuestiona qué es lo que nos hace ser una familia. Es así como un simple relato entreteje la complejidad de cuestiones como las formas de familia contemporáneas, incluso, aquellas que existen a pesar de la ausencia de lazos de sangre, sin pretender imponer una perspectiva personal, sino con exquisita sutileza la historia fluye ante la cámara con tal naturalidad que esas marcas de la intervención del director, habituales en otros cines, en esta obra no se perciben.
Tal vez por eso, esta película, una historia de ficción, logra también un tono documental en algunas secuencias. Es el caso de los amigos de El Piedra, un puñado de viejos boxeadores que tuvieron sus respectivas victorias en el pasado, y que cohabitan con él en el gimnasio y en un improvisado museo sobre el boxeo cartagenero, son personajes reales, hacen de sí mismos en la película, esta acertada decisión le imprime una gran naturalidad y emotividad al relato.
A pesar de ser rodada en Cartagena, se evitaron las postales habituales de la ciudad, hay unas pocas panorámicas desde la distancia, pero la historia transcurre en las calles de los barrios donde se vive el boxeo, la Cartagena inhóspita, la ciudad afro, más allá del espejismo de Bocagrande y de la ciudad amurallada.
En esta misma vía la banda sonora es muy acertada, se compone de vientos y de percusión del lugar, de canticos y pregones propios de esa herencia africana que nos sólo están puestos allí como adorno, sino que funciona como un elemento narrativo, estos sonidos en algunos momentos dan cuenta de la situación interna de los personajes. Esta una película que ya está en cartelera y evidencia una maduración en las narrativas del cine colombiano.
Por René Palomino Rodríguez
rpalomino@unab.edu.co