Había sido un año atípico para el club Atlético Bucaramanga, al lado del banquillo de emergentes locales del estadio Alfonso López había la ausencia de José Américo Montanini se sentía en todo el escenario. Hace más de 50 años sus ojos habían sido la mirilla para ‘disparar’ balones con contundencia sobre arcos rivales, no en vano es el goleador histórico del equipo santandereano con 134 anotaciones, pero a sus 85 años sus potentes ‘faros’ empezaron a fallar. Su ojo izquierdo empezó a sufrir de cataratas y tuvo que ser operado recientemente.
El pasado sábado 8 de septiembre la Fortaleza Leoparda Sur volvió a cantar con especial potencia “Montanini goleador” mientras el viejo querido de la barra y mayor referente del equipo ‘búcaro’ ingresaba por la zona sur del estadio departamental. Vuelven a ser los fines de semana sagrados para don José Américo Montanini en los que no se pierde un partido del equipo de sus amores. ¿Pero qué hace la el ídolo ‘auriverde’ entre semana?
Le gusta sentarse frente al televisor a ver deportes, ya sean partidos de fútbol de las diferentes ligas del mundo, juegos de baloncesto o combates de boxeo. También pide regularmente que le coloquen reggaetón, disfruta de la música juvenil más popular en la actualidad. Pero hay una disciplina que no le gusta ver por televisión, la disfruta más en vivo y en directo todos los días de la semana, el billar.
De lunes a viernes sobre las tres de la tarde su hija, Marta Montanini, al Billar Nuevo Mundial en el centro de Bucaramanga, lugar de peregrinación de jubilados con cabellos plateados que encuentran en la modalidad tres bandas un placer común. El argentino nacionalizado colombiano visita religiosamente este recinto del ocio desde su apertura hace tres años.
A su llegada las meseras lo buscan para saludarlo, darle abrazos y besos que hacen sentir a Montanini a gusto en ese lugar, “es el consentido de las mujeres bonitas de aquí”, dice Yimmy Linares, otro veterano que disfruta del billar y que gozó del fútbol del ex delantero argentino al punto de compararlo con leyendas del balompié mundial como Alfredo Di Stéfano, Ferenc Puskás, y Adolfo Pedernera. Su hija se va trabajar sin antes recomendarlo a las personas que allí trabajan.
Se mueve entre las mesas de manera lenta pero segura, ayudado por el bastón que lleva en la mano derecha, sus ojos buscan a Orlando Agón, un hombre de piel morena, contextura delgada, proveniente de Rionegro, Santander, y que domina las mesas de tres bandas en este billar. Se conocen hace treinta años, no sabe mucho de fútbol pero el gusto mutuo por la carambola los hizo cercanos. Sonríen al cruzarse las miradas, se acercan para saludarse afectuosamente y cuando se cree que van a iniciar un duelo, Montanini se sienta frente a la mesa de juego y deja que su amigo dé el espectáculo.

El 10 más representativo del equipo ‘leopardo’ ya no juega billar. Lo hacía, era bueno, jugaban cotejos con Hugo Mariscal Sgrimaglia, Eugenio Casalli y Misael ‘Papo’ Flórez, siendo el último el mejor billarista de los jugadores de fútbol con los que compitió. Ahora solo recuerda esas épocas y se emociona en condición de espectador. Su mirada está fija en la jugada, como cuando asechaba el arco rival. Su concentración solo es desviada del juego cuando la gente se acerca a saludarlo para preguntarle “¿cómo está don Américo?” y “¿cómo vio al Bucaramanga?”. Aunque ocasionalmente también le platican de los jugadores que junto a él conformaron el equipo de la década del sesenta o recuerdos no tan alegres, como cuando una de las personas con las que compartía la mesa le hace recordar a Roberto Frascuelli, volante argentino que fue capitán de Atlético Bucaramanga y que el 17 de marzo de 1988 falleció en un accidente aéreo, en un vuelo de Avianca que cubría la ruta Cúcuta – Cartagena. Con la mirada triste Montanini recuerda a su compatriota y añade, “yo lo llevé al aeropuerto el día que se cayó el avión”.
Ya casi no habla, pero observa mucho tras los lentes oscuros que tiene que usar mientras se recupera en su totalidad de la operación ocular, de vez en cuando se lleva su pañuelo blanco al ojo izquierdo para secarse el ojo que se le humedece producto del procedimiento clínico. Sus zapatos y sus manos también están arreglados a la perfección, peina hacia atrás sus cabellos blancos que de vez en cuando se toma cuando la bola blanca con la que juega Agón pasa cerca de la roja pero sin tocarla. Cuando alguno de los participantes cometen un error, junta sus dedos, flexiona las muñecas y recoge sus codos, cuando se cree que va a decir ‘boludo’, suelta sin piedad un “tronquiño” y deja escapar carcajadas.
Se toma de tres a cuatro cafés pericos durante su estadía. “Es una celebridad, la gente viene a tomarse fotos con él. Es una persona calmada que inspira ternura”, dice Johana Reyes la persona encargada del lugar. Es que Montanini es bueno para este billar, dice Reyes, la gente se le acerca para hablar, lo incluyen en las conversaciones, hacen bromas que responde con una sonrisa. La mesa que está observando poco a poco se vuelve la partida con mayor público. Los presentes de vez en cuando voltean a mirarlo, hasta los jugadores tras una acción de lujo buscan a Américo ya sea para hacerle un gesto de ‘¿cómo la vio?” o requiriendo su aprobación.
El contendiente habitual de Orlando Agón es Edwing Villamizar, quien conoce a Montanini desde hace tres décadas y dice que la última vez que jugaron juntos fue hace más de cinco años. Un problema en la rodilla impide que Montanini pueda jugar con el taco. Con Villamizar conversan bastante, “él habla mucho de fútbol, pero el estilo jocoso de broma siempre está latente. Hace unos días hablábamos de con quien se identificaba más de los jugadores que tuvo Atlético Bucaramanga, él dice que Juan Carlos Díaz, nosotros que con Jorge Ramoa”, cuenta el billarista aficionado y añade que el ex jugador ‘leopardo’ es un amigo leal.
Pasadas tres horas el cotejo encuentra su ocaso a la par que entra Marta Montanini con una camiseta del Atlético Bucaramanga, “me la dieron para que mi papá se la firmara a un niño para su cumpleaños”. Las camareras se acercan a despedirse con besos y abrazos, luego la procesión de amigos del billar que le dicen hasta mañana con respeto y cariño, al más grande jugador en la historia del Atlético Bucaramanga.
Por Néstor David Mancilla P.
nmancilla681@unab.edu.co