Si el río Carare hablara, delataría secretos impensables e inundaría de lucidez las inquietudes sobre el conflicto armando vivido en el Magdalena Medio. Desde su nacimiento en el departamento de Cundinamarca, paso por Boyacá, y desembocadura en Santander, extiende 170 kilómetros de pasado y un ancho de memoria en la que cada gota guarda un recuerdo que hoy hace parte de la historia.

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Hace 30 años, en 1987, en el corregimiento de La India, municipio de Landázuri, al suroccidente de Santander, el silencio de los fusiles, mediante resistencia pacífica, parecía dar paso a mejorar la calidad de vida de sus 8 mil 200 habitantes, con la fundación de la Asociación de Trabajadores Campesinos del Carare, Atcc. Pero el tiempo se quedó suspendido en la época en cuanto a las mismas condiciones de pobreza que tienen sus pobladores. Pese a que recibieron el premio Nobel Alternativo de Paz en 1990, y son ejemplo de superación del conflicto armado, el Estado se olvidó de llevar al menos agua potable y alcantarillado a una de las zonas hídricas más ricas del departamento, pues allí van a parar la mayoría de los afluentes que nacen en el oriente y desembocan en el río Magdalena.
El Carare con sus aguas turbias arrastra unos cuantos minerales desde Boyacá, principalmente las esmeraldas se escapan de las minas en las montañas, y con los aguaceros bajan al río, que las va dejando en las playas cuando el cauce disminuye. Los habitantes pasan días, meses y hasta años con una sombrilla al hombro para protegerse del sol, buscando entre la arena el golpe de suerte de hallar una guaca esmeraldera, cuyo dinero les solucionaría los problemas, les daría para construir su casa, o comprar algunas hectáreas de tierra.
Tras ese sueño, el 26 de junio de 1989, Bartolo Correa Rodríguez llegó procedente de Bagadó (Chocó), quien por invitación de un primo se motivó a ejercer de guaquero, “pero encontré recién creada la Atcc e inicié fue a trabajar con las comunidades”, relata. Correa Rodríguez hizo parte de quienes fundaron las veredas La Yumbila y El Pescao en el municipio de Sucre, fue presidente de la Junta de Acción Comunal de esos sectores, y se hizo popular entre la comunidad, pero las Farc y el MAS (Muerte a Secuestradores) lo obligaron a salir.
Aún recuerda el día que los vio por primera vez: “Cuando estaba recién llegado fuimos con unos amigos de mi primo a tomar y llegaron unos hombres armados, yo no sabía nada de eso, me dijeron que eran paramilitares, y ese día me fui a dormir temprano porque tenía miedo de esa gente”.
Correa Rodríguez relata con impotencia su situación y afirma con contundencia que “soy víctima, fui desplazado, me tocó irme a vivir a Bucaramanga, yo estoy allá desde 2002 hasta esta fecha, colaboro con la organización (Atcc), hago gestión, me envían a varios lugares, pero resido allá. Yo fui desplazado por la guerrilla, los paramilitares, y lo triste es que hasta ahora no ha habido eco de mi desplazamiento por parte del Estado colombiano”.
De las aguas mansas
Carare, río que heredó el nombre de la tribu habitante de las tierras que hacen parte de la provincia de Vélez. Ancestros que se extinguieron, pero dejaron la huella de su resistencia a los naturales herederos, quienes están cansados del abandono del gobierno y persisten en la idea de conformar un municipio con las 36 veredas en las que influye la Atcc.
Las Fuerzas Militares en ese lugar no son bien recibidas. Según ellos, el Ejército, como fuerza estatal, arremetió contra la población civil acusando al campesinado de ser colaboradores de la guerrilla. Rosendo Córdoba Palacio es profesor de una escuela del sector, y uno de quienes hizo reconstrucción de memoria en el relato del hito que marcó el inicio de la Asociación: “Uno ve a los militares y se siente seguro; en ese entonces era al revés, cuando decía alguien “viene el Ejército”, todo el mundo era a esconderse, ellos empezaron a hacer presión porque decían que los campesinos de la región eran auxiliadores de la guerrilla”.
Quienes padecieron la guerra no olvidan lo que vivieron, y lo evocan cada año en la celebración del aniversario de la Atcc, reunidos en la vereda La Zarca, del municipio de Bolívar, lugar donde se realizó el diálogo entre la comunidad y las Farc. “Antes existía la ‘ley del silencio’, a usted le podían matar su ser querido y no tenía derecho ni siquiera de llorarlo, ni siquiera de decir “me dolió mucho”, ¿Pues le dolió mucho? Tome, esa era la ley del silencio”, concluye Córdoba Palacio.
En la vereda La Pedregosa, de Sucre, Luis Alberto Téllez Olarte diariamente abre las puertas de la tienda comunitaria, donde conserva los abarrotes para el abastecimiento de la población. Mientras se recuesta en una de las vitrinas del lugar, relata que “había gente que la mataban río arriba y resultaban por acá en la playa, y tenía uno que echarlo para que se fuera más para abajo, porque no podíamos recogerlos, si los recogíamos nos jodían a nosotros”.

Téllez Olarte alcanzó el grado de cabo tercero en el Ejército, decidió retirarse y vivir en su tierra, pero los grupos armados lo hicieron irse a la cabecera municipal de Sucre, allí vivió desde 1991 hasta 2000, y de 2003 a 2010, siendo desplazado, primero por las Farc, y luego por el MAS, “cada vez que entraban los paramilitares, uno sabía que por alguien venían, uno pensaba ¿Quién será? ¿A cuál nos tocará? Ya como que uno se quedaba en la expectativa sin saber si era a uno mismo”.
Los habitantes del Carare buscan callar al silencio, apuntando con firmeza a reclamar el bienestar que les ha sido negado desde hace décadas. Por ahora, como lo dijo su presidenta, Cristina Serna Rentería, “la idea es que retomemos la historia en aras de avanzar en el fortalecimiento, pero tenemos un reto más grande hacia adelante que es la construcción de la verdadera paz, una paz en la que le estamos apostando desde hace 30 años, y aún nos falta mucho por hacer”.
Por Cristian Eduardo Beltrán
cbeltran193@unab.edu.co