A tres puertas de la casa de Matilde Díaz y frente al Cementerio Católico Arquidiocesano de Bucaramanga, un joven distribuidor de flores llamado Mario Martínez Jaimes descargaba claveles, margaritas, gladiolos y azucenas cuando vio pasar a la joven veinteañera de la mano de su novio. Un día, mientras venía de la Casa de Mercado San Mateo donde trabajaba en un local de telas, el padre de Matilde le comunicó que había concedido su mano a Mario, quien en silencio se había enamorado de ella, y le dijo que el matrimonio se realizaría en pocos meses. Sin musitar, se despidió del novio de ojos verdes y cabello rubio, y acató la decisión de su padre.
Así fue la entrada al mundo de las flores de la que se conoce como la vendedora que más tiempo lleva ejerciendo la floristería en el Parque Romero, también llamado como ‘El malecón de las flores’, en Bucaramanga. Sentada junto a su hijo Elmer recuerda sus inicios en el oficio. Cuenta que de los 82 años cumplidos, 62 los ha dedicado a ejercer lo y que en la década de los cincuenta ofrecía rosas, hortensias, tulipanes, margaritas y claveles junto a la puerta del cementerio.
De allí pasó al andén del parque, hasta que más tarde, a finales de los noventa, en la administración del exalcalde Luis Fernando Cote Peña, los dedicados al negocio de las flores, que por ese tiempo empezaba a ganar popularidad, fueron ubicados en este espacio sobre la calle 45 entre carreras 12 y 13.
A primera vista resaltan su pelo blanco y su sonrisa. Luce un vestido amarillo y un delantal azul. En su mano derecha conserva el anillo de bodas que le recuerda a Mario. Entre lágrimas admite que lo extraña cada día, luego de tres años de su partida.
No es un simple trabajo
Con los primeros rayos de sol, Matilde y Elmer descubren su local al público. Adornan las tablas apuntilladas con los ramos y humedecen los oasis que prolongan la vida de las flores. A paso lento, la anciana se sienta en la silla de siempre a esperar a cada cliente. Delicadamente corta margaritas, claveles y pompones, los organiza en forma de círculo, de afuera hacia adentro e intercala el color y el tipo de flor. Mientras trabaja habla con los vecinos. Cuenta que se hace llamar ‘la cantante’, pues comparte el mismo nombre de la famosa cantante de música popular, Matilde Díaz. En el fondo alguien le pide que cante. Con cierta timidez se deja llevar: “Salsipuedes tierra de amor, Salsipuedes que te soñé, Salsipuedes bella mansión, Salsipuedes…
¡Se me olvidó!”
Cerca de su local se encuentra el de Nelly, quien, desde niña, al igual que los cuatro hijos de Matilde, se dejó contagiar del arte de la floristería, que se convirtió en una tradición familiar. Mientras Nelly ofrece su trabajo a los visitantes que aprecian la variedad de ramos, Brayan Marín, su sobrino, elabora uno por encargo. Es delgado, de piel morena, y como su abuela Matilde, de su rostro resalta la sonrisa.
Si bien se deja guiar por ambas mujeres, la rutina de trabajo le parece dura debido a las largas jornadas y asegura que en sus aspiraciones no incluye este trabajo.
Pasos más adelante, justo en frente del local de Matilde, se encuentra el puesto de su nieto Iván Mauricio Villamizar, quien sigue la herencia que le dejó su padre y asegura que el oficio le apasiona. Recuerda que cuando era niño su abuela le decía “mijo haga un ramito a ver si se vende”. Se hacían y se vendían. Fuimos evolucionando, y a medida que uno va creciendo, va adquiriendo más conocimiento”, comenta.
Con conocimiento del oficio asegura que siente el peso de la competencia, que la apertura de floristerías en los barrios y la venta en los semáforos le han restado importancia a ‘El malecón de las flores’ y que el negocio ya no es tan rentable como en la época de su abuela. Pero buscar otra alternativa no es su opción, quiere continuar con la actividad y ofrecer los servicios en estratos altos.
Por Laura Daniela Meza Vesga
lmeza682@unab.edu.co
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Esta nota hace parte de un especial web sobre la calle 45, para ver el especial completo diríjase a este enlace: ow.ly/9haz30iepat
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