Por: Laura Juliana Flórez Alba / lflorez451@unab.edu.co
Si está fuera de su casa a altas horas de la noche, en las calles empedradas de Girón, podrá ver a un perro negro y grande que ladra incesantemente. Su primer instinto será ignorarlo, pero estará corriendo el riesgo de ser perseguido por el mismísimo Satanás. O eso es lo que se escucha.
La tradición oral del país suele tener tintes sobrenaturales, reflejo de la fascinación humana por lo desconocido. Y los gironeses, tratando de entender lo que pasa a su alrededor, dieron vida a distintas leyendas que han asombrado y espantado en partes iguales a generaciones.
Pero, la luz, la televisión, y eventualmente Internet, hicieron que el misticismo de donde nacían estas narraciones se fuera esfumando. El misterio y la imaginación fueron reemplazados.
Girón es un pueblo patrimonio, pero un pueblo patrimonio que se limita a cuidar sus monumentos historicos y artisticos, dejando a un lado las tradiciones inmateriales. Los mitos y leyendas de un pueblo son un mecanismo en contra del olvido y a favor del recuerdo.
Alcántara y las campanas
Pedro Alcántara Rueda era una persona alta, delgadita y muy activa a pesar de su edad. Era sacristán de la iglesia, labor de la que se jactaba y cumplía como fervoroso creyente.
José Antonio Peralta, en ese entonces Padre, se extrañaba de que la misa se tocara con campanas tan pequeñas. Era inadmisible que una tradición tan importante, se viera opacada por un tintineo insignificante. Alcántara, cansado de tanta “alaraca”, propuso que su persona fuera hasta España a traer unas dignas de ser tocadas en Girón.
Este plan era descabellado y más para un hombre que nunca había salido de su pueblo. Pero tanto “guere guere” terminó en una colecta para que comprara esas ocho campanas en la Madre Patria.
Con las cotizas y el sombrero bien puesto arrancó su travesía. Por más que corriera, se dio cuenta de que iba para largo. Primero llegó a Sabana de Torres, luego a Cartagena, después a Panamá y finalmente a España. Como si el Espíritu Santo lo hubiera guiado, llegó a Toledo, donde se le informó podría encontrar las mejores y más sonoras campanas. Nada iba a impedir que regresara con sus 8 acompañantes. Todo estaba saliendo a pedir de boca, hasta que el oro que traía para pagar no alcanzara, lo que obligó a Pedro a trabajar.
Por estas tierras ya lo consideraban muerto. Se dijeron muchas cosas; que se “voló” con la plata, que se la gastó con la moza, que aprovechó y compró una finca. Todas mentiras e infundios de la gente, pero a falta de las campanas o en su defecto de Pedro Alcántara, las historias parecían ser cada vez más y más reales.
El Padre Peralta era el único que aún le tenía fe, y por eso se dispuso a realizar una misa por su alma. La misa transcurrió como siempre, hasta que una sombra alta y delgadita se asomó por las grandes puertas del recinto. “Jesús Credo, miren, el alma de Pedro Alcántara”, exclamó el cura atónito.
Girón y sus brujas
No creo en las brujas, pero en Girón de que las hay, ¡las hay! No había lugar más temido que el conocido Patio de las Brujas. Un pedazo de tierra donde se reunía un grupo de mujeres, algunas cuyos nombres eran conocidos, a hacer de las suyas bajo el manto de la noche.
Algunos decían que se reunían a enredarse en danzas con el demonio y sus secuaces, otros que allí traían a los niños que robaban de los hogares de gironeses católicos y unos cuantos más afirmaban que aprovechaban este espacio para maldecir a todo valiente que hubiera osado ofenderlas.
Entre las víctimas se encuentra un campesino, cuyo nombre se perdió en el tiempo, quien un día desapareció de su casa y fue encontrado medio muerto tres días después por sus hijos. Lo curioso del cuento es que no solo estaba rodeado de árboles, sino también de guaras, aves similares a los chulos, pero de mayor tamaño, que intentaban arrancarle los ojos.
Sus hijos, en un intento por espantarlas y defenderlo, les dispararon e hiriendo a una. Cuando el hombre estuvo recuperado, pudo recordar, brevemente, la espantosa trasformación de su empleada doméstica, quien parecía ser una de las aves que atentó contra su vida. Y para que no quedara duda, pudieron comprobarlo, al verla cojear por las calles empedradas.
Lo único seguro para los habitantes del pueblo, es que a ese lugar ya lo había abandonado Dios hace mucho tiempo.
Bajo el manto de las ánimas
En noviembre, después de las 8 de la noche, se escuchaba a los padres decirles a sus hijos: “Éntrense que ya llegan las ánimas”. Mucho se ha dicho de estos espíritus, como que conceden favores. Si necesita levantarse temprano, y el tic tac del reloj no le permite dormir, implórele a las ánimas para que lo levanten. Cuando se sienta en peligro, pídales que lo cubran con su manto. Pero, así como pide también debe dar, los favores no son gratis, y una misa por sus almas, es el precio que hay que pagar.
Uno de los tantos testimonios cuenta que un hombre fue invitado a una reunión nocturna en casa de un amigo. La cita era por “Tres Esquinas”. Hablaron, rieron y echaron cuentos. Cuando se dieron cuenta, ya era la medianoche. Siendo hora de partir, su amigo le ofreció pedirle un carro, para evitar cualquier peligro, pero él se negó y prefirió irse a pie.
Con su andar despacioso empezó a cruzar el parque de las Nieves, lento, pero seguro, esperaba llegar a su hogar. En el camino, se detuvo porque venía bajando un carro, pero lo que lo inquietaba, es que venía sintiendo el pitido de una moto detrás de él, moto que no veía por ningún lado. Decidió ignorar sus pensamientos, tachándolos de “paranoias y engaños producto de la oscuridad”, y siguió caminando.
Próximo a llegar a su destino se encontró con un celador, quien le suelta: “A lo que usted iba en la esquina, lo vi con un montonón de personas, no me dejaron pasar. ¿Quién era esa gente que iba a la pata suya?” Son las ánimas que no desamparan a los gironeses que no olvidan rezar por su pronto descanso.