Por Andrés Felipe Valenzuela P. / periodismo.fotografia@gmail.com
Las montañas del Cañón del Chicamocha son imponentes, majestuosas y violentas. Su paisaje es verde a pesar de la intensidad del sol que durante varios meses del año suele secar tanto la tierra, como los pozos y nacimientos de agua, y evaporar los sueños de cientos de familias campesinas que buscan “echar pa’ lante” y sacar cultivos.
El municipio de Los Santos está clavado en la cordillera que atraviesa el oriente del país, y tiene un balcón privilegiado con vista a la profundidad del Cañón. Cerca de 12 mil personas lo habitan, pero el 90 por ciento está disperso en el sector rural, agricultores en su mayoría; hombres y mujeres que dedican sus días a la siembra de maíz, tabaco, verduras y frutas, también a la cría de cabras, patos y gallinas. Esta es una dinámica cotidiana en un territorio agreste que en los últimos años se ha secado a causa de los cambios del clima. Las abandonadas casas en bahareque son muestra de que esos lugares un día tuvieron vida.
Yinner Vera Carrillo tiene 10 años. Ve pasar sus días en medio de los juegos que inventa con su gato y algunos carros viejos. Como su tía Erminia, también caza hormigas culonas. /FOTOS ANDRÉS FELIPE VALENZUELA
Erminia y Yohana Carrillo, y Yinner Vera Carrillo, tres mujeres de tres generaciones con sus raíces en el suelo de Los Santos, permanecen en la zona. Se resisten a partir y sacan provecho de lo poco que la naturaleza les ofrece. Erminia (55 años) es una cazadora de hormigas culonas; sus manos escarban la tierra en busca de estos insectos, manjar para algunos y plato despreciado para otros. Esta práctica ancestral, propia del departamento, es el sustento de esta y otras familias asentadas en las provincias guanentina, comunera y de Soto.
Un balde de hormigas vivas representan en promedio 50 mil pesos para un campesino que las recolecta. Como cuenta Erminia, no las pone a tostar, tan solo las caza, les arranca las alas, patas y pico, y en este proceso no sale libre de heridas, pero ya es algo común para ella. Solo sonríe mientras las hormigas atacan sus dedos y caminan por sus brazos e, incluso, su pecho.
Los pies de Erminia nos “hablan” del trabajo, del arraigo y de largos recorridos por un suelo caliente y empedrado. La naturaleza misma reflejada en su piel y en cada una de las arrugas de su cara. Es evidente que los rayos del sol le han pasado factura y hoy hacen de ella una mujer de apariencia mayor.

Los ojos de Yohana han visto el agua evaporarse en innumerables pozos de las fincas del perímetro donde a sus 21 años ha tenido oportunidad de trabajar como viviente. Al igual que Erminia, su tía, dedica los días al trabajo de la tierra, a llevarle la contraria a la naturaleza, peleando contra el clima y buscando la manera de sobrevivir del agro, aún cuando las sequías y el precario servicio de acueducto de Los Santos no facilitan la siembra o la cría de animales.
Maracuyá, maíz y tabaco, también árboles de pomarroso regados por todos lados, cabras que iban y venían, gallinas en corrales y patos en estanques; así era el paisaje de la finca de 17 hectáreas que ambas cuidan de día y de noche. Su historia se cuenta hoy entre matorrales, el correr de la brisa que irrumpe en el silencio del lugar, y un anhelado porvenir que, por cuestión del azar, llegará cuando el agua y el sol se pongan de acuerdo para beneficio del suelo.
Detalles de las huellas que el sol y el trabajo han dejado en el cuerpo de Erminia, quien tiene 55 años. / FOTO ANDRÉS FELIPE VALENZUELA PARRA
Corriendo descalza entre la maleza y los caminos de tierra y piedra, aparece Yinner, la menor de las tres mujeres de ‘El encanto’. Persigue un pequeño gato que se esconde entre tablas y viejos objetos de la finca. Y así pasa los días, encontrando en las simplezas del campo el motivo de sus sonrisas.
Con tan solo 10 años de edad parece llevar en la sangre la conexión con la tierra. Ha heredado de su tía Erminia tanto la destreza para sacar del suelo las hormigas culonas como la timidez. Ha aprendido de su prima Yohana a reconocer cada rincón de la finca, a perderse entre los matorrales y aparecer, como por arte de magia, en otro lugar con una sutil sonrisa dibujada en su cara. Es también dueña de ese “todo” que la rodea.
Yohana Carrillo tiene 21 años. /FOTO ANDRÉS VALENZUELA
Pozos Construidos por los campesinos para almacenar el agua para el consumo como para las labores agrícolas. / FOTOS ANDRÉS FELIPE VALENZUELA
La falta de agua para el consumo humano y los cultivos no solo moldea la vida de los habitantes de esta zona de Santander. También los lleva a vivir en condiciones de pobreza, a carecer de una oferta de empleo, salud y educación, especialmente. /FOTOS ANDRÉS FELIPE VALENZUELA
La diversión de sus días está
en la sencillez de las escondidas
en medio del paisaje, y en esos
viejos juguetes que con humildad
atesora.
*Comunicador social y reportero
gráfico de Bucaramanga.