En diálogo con el Periódico 15, el escritor santandereano Pablo Montoya Campuzano habló de su concepción de la novela histórica, de sus libros “Terceto” y “Tríptico de la infamia”, y de una nueva novela que tiene entre manos.

Montoya Campuzano nació en Barrancabermeja, Santander, y actualmente vive en Medellín. Es autor de “La sed del ojo” (2004), “Lejos de Roma” (2008) y “Los derrotados” (2012). Ha explorado todos los géneros literarios, y ha sabido entrecruzar sus fronteras con acierto.

Recientemente se publicó “Terceto”, una antología que reúne poemas en prosa de sus libros: “Viajeros”, “Trazos” y “Programa de mano”. En ellos se observa su pasión por la música, la pintura, el viaje y la historia, así como una búsqueda en la que recrea personajes de la historia y de la imaginación. ¿De qué manera este libro condensa su visión del mundo?

Creo que conforma un buen compendio de lo que entiendo que es el ser humano, la condición humana, y al mismo tiempo refleja mis grandes pasiones: la pintura, la música, el viaje -aunque hay viajeros más consumados que yo pero, es una circunstancia que me atrae mucho, literariamente-. Estos tres libros comprenden un trabajo de casi 30 años.

Cuando era adolescente escribía cuentos, poesía en verso, con la conciencia de que no eran publicables, mientras que con “Terceto” tenía la idea de que esas prosas poéticas, esas minificciones podían conformar un libro. Primero escribí “Viajeros”, luego “Trazos” que nació por mi pasión por la pintura -yo no pinto pero, soy un visitante de los museos y de los libros de arte-, y posteriormente “Programa de mano” que está dedicado a los compositores.

Estos poemas están ligados a episodios determinantes de su vida. Su viaje a París, por ejemplo.

Sí, muchos de esos textos tienen un rasgo autobiográfico, aunque los primeros textos de Programa de mano fueron concebidos en Tunja, “Terceto” se fue configurando en París. Allí encontré mi “camino de Damasco”. En Tunja supe que quería ser escritor pero, dedicaba la mayor parte de mi tiempo a la música. Cuando llegué a París tuve la certeza y, sobretodo la seguridad de dedicarme a la literatura.

En “Terceto” hay antecedentes de sus novelas: un texto a Ovidio, protagonista de “Lejos de Roma” y, los textos de François Duboi y Théodore de Bry, dos de los personajes de “Tríptico de la infamia”. ¿Más que antecedentes podrían ser la síntesis poética de estos personajes novelados?

Cuando los escribí no pensaba en estas novelas, eso se produjo después. También está en “Terceto” el origen de “Los derrotados” porque, hay un poema a Caldas. Yo creo que éste es un libro “cantera”, de allí fui sacando los elementos para escribir las novelas. De hecho, la segunda parte de “Tríptico de la infamia” es una ampliación de esa pequeña prosa poética que le dedico a Dubois. Me parece bien decirlo así, son síntesis poéticas de mis novelas.

“Tríptico de la infamia” tiene un sustento histórico pero, también se abre a la invención literaria. ¿Cuál es su concepción de la novela histórica?

Es una pregunta muy especial. Me he encontrado con amigos, con escritores, sobre todo con poetas que no creen en la novela histórica, les parece una especie de falacia, una moda literaria. Estoy en contra de ellos cuando dicen que es una falacia pero, me parece que es una moda literaria desde que se inventó, cuando la propuso Walter Scott a principios del siglo XIX, porque “Ivanhoe” -la primera novela histórica en rigor, o al menos según la historia de la literatura-, produjo un fenómeno de moda que abarcó no solamente Europa sino que habría de llegar a América. Siempre ha habido una preocupación por el pasado. Me parece que la novela histórica permite, al menos es mi caso, reinventar ese pasado, readaptarlo a las circunstancias actuales. La novela histórica es un artefacto literario que no tiene que rendirle pleitesía a la historia como ciencia, su mayor misión es rendirle pleitesía a la literatura. Es un libro de ficción y hay que leerlo así pero, un libro que propone caminos, polémicos muchos de ellos, para comprender la situación que recrea la novela. Me parece válido introducir en ciertos momentos la sensibilidad del escritor y, así es como concibo la novela histórica, un permanente ir y venir entre el autor y los personajes que recrea. Reinvenciones del pasado pero con una gran dosis de imaginación literaria.

En “Tríptico de la infamia” narra la historia de tres pintores franceses y protestantes del siglo XVI: Jacques Le Moyne, François Dubois y, Théodore de Bry quienes terminan vinculados por los horrores de la conquista de América y, también por su condición de artistas. ¿Por qué contar la historia de la infamia desde la orilla del arte?

Me ha interesado mucho ese tema. En realidad, los personajes de mis cuentos y novelas son casi todos artistas. Llegar a esta novela no fue algo fortuito sino que obedeció a una búsqueda narrativa, poética, ensayística que me satisface de algún modo. Narrar desde la perspectiva del arte la conquista de América o las guerras de religión que comenzaron en Europa y pasaron a América, me parecía interesante porque casi no se ha hecho. En las novelas históricas del siglo XVI aparecen cartógrafos, monjes, guerreros pero, no artistas. Era un terreno virgen y, cuando descubrí a estos pintores en los años 90, en París, sentí una profunda atracción y, comencé a invitarlos a los tres a esa novela. Me parece que uno de los aciertos de “Tríptico de la infamia” es ese, y creo que eso fue lo que determinó el jurado del Premio ‘Rómulo Gallegos’.

Hay quienes afirman que la leyenda negra no debería ser la única historia narrada del encuentro entre estos dos mundos: Europa y América, y que la herencia española debería observarse no sólo a través del catalejo de la ignominia. ¿Qué piensa de esto?

Es una pugna que ha existido desde siempre. Lo que pasa es que creo que llegué a “Tríptico de la infamia” porque antes escribí: “Novela histórica en Colombia, 1998-2008. Entre la pompa y el fracaso”, y me di cuenta que gran parte de las novelas históricas escritas en Colombia ensalzan ese periodo de la conquista. Una épica de la conquista que no es tal. Evidentemente, la civilización latinoamericana es producto de un mestizaje y una simbiosis cultural donde la herencia de España es muy fuerte y, es benigna en cierta medida pues, hemos recibido su lengua, su religión, sus códigos de justicia pero, a través de un cruce de una gran violencia y, eso es lo que me parecía digno de tratar. No decir que es abominable y que esa herencia es espuria pero, sí que en la base de esa fundación civilizada hay un gran crimen.

Es apabullante la minuciosidad con la que describe La masacre de San Bartolomé, el cuadro de Francois Dubois, así como otras pinturas y grabados que aparecen en la novela. ¿Cómo fue la pesquisa documental y museística que emprendió? y ¿la experiencia estética que vivió?

Fue apasionante, una novela escrita a lo largo de muchos viajes, lecturas, visitas a museos. La investigación inició desde los 90 cuando leí los textos de los académicos sobre estos pintores. El caso de Dubois es curioso porque es un pintor de una sola obra, yo fui a buscar esa pintura en Laussane, Suiza, en el Museo Cantoral de Bellas Artes y, esa obra me acompañó durante casi todo el periodo de escritura. Es un cuadro terrible. Me acuerdo que tenía una pequeña lámina del cuadro y prefería mirarla con lupa que en internet. Contemplaba los detalles, contaba los personajes porque la segunda parte tiene que ver con la forma en que Dubois supuestamente pintó ese cuadro. Por otro lado, están Le Moyne y De Bry, de ellos se sabe un poco más. Recuerdo que al recoger las últimas informaciones sobre De Bry, me fui a Fráncfort a seguir sus pistas, porque él murió allí pero, no encontré nada porque todos los museos históricos que recogían los trabajos de De Bry fueron destruidos durante la Segunda Guerra Mundial. Luego, fui a Lieja, al lugar donde nació, y visité la galería Vittert de la Universidad de Lieja donde hay buen material dedicado a la empresa de De Bry. Sabía que estaba escribiendo algo que me gustaba mucho porque me permitía viajar, leer, observar, comparar. La novela tiene un registro ensayístico porque se apoya en esa investigación y, creo que logré armonizar esas diferentes formas narrativas en la novela.

Es precisamente en esos recorridos por Lieja cuando aparece el propio autor como un personaje más de la novela. ¿Cómo atraviesa la tensión entre verdad y ficción en sus obras?

En aras de la imaginación literaria siempre estoy jugando con los anacronismos. Por eso creo que traté de mostrar el encuentro de esos dos personajes, uno del siglo XVI y otro del siglo XXI, el escritor que está escribiendo una novela y que está persiguiendo al personaje y, de pronto lo encuentra. Mis novelas son híbridas, hay una especie de pacto con el lector en el que le digo que todo está basado en una gran investigación pero, al mismo tiempo le doy datos para que sienta rupturas y se pregunte: ¿este señor sí me está contando la verdad? o, ¿me está tomando el pelo? Juego con eso para poner en crisis al lector, para hacerlo vacilar, porque es lo que también hace el escritor, vacilar en ese pasado y ese presente.

Hablar de belleza en medio del horror parece una antípoda y, es algo recurrente en sus obras. ¿Tiene que ver con que ésta sea una constante de la historia y de la vida?

Hay escritores que son diáfanos, que no les gusta hurgar en lugares oscuros, hay otros que les gusta introducirse en los núcleos conflictivos de la condición y de la historia humana. Yo soy de estos últimos. En la novela que ahora escribo sobre unos estudiantes de música que van a Tunja, el país aparece. Tunja es para ellos -como lo fue para mí cuando estudié música allá-, un lugar monástico, aislado de todo pero, donde el país llega con un poder impresionante. Claro, no era lo mismo Tunja que Medellín, o Bogotá en la época de los 80 donde se produjeron las grandes calamidades pero, sentíamos la esencia del conflicto que se daba en Colombia y, la novela se ve impregnada de esas situaciones difíciles.

Usted advierte en “Tríptico de la infamia” que “no es bueno extraviarse, en comparaciones seculares o en presupuestos que designen la permanencia de la violencia en un país” pero, resulta inevitable preguntar por su visión de Colombia, más aún en este momento histórico donde se habla de paz y perviven conflictos que alimentan la violencia. ¿Cuál es su visión del país?

Colombia es un país que le ha dedicado demasiado tiempo y dinero a la guerra y, eso es terrible desde todo punto de vista. Soy una persona que no simpatizo con los políticos de ningún partido porque, casi todos me parecen mentirosos, manipuladores, retóricos pero, creo que la propuesta por la paz que hace el Presidente Santos es viable. Creo en esos diálogos de paz, aunque no olvido que los hacen victimarios y victimarios, es decir, el estado y las guerrillas y, la presencia de las víctimas es, a mi modo de ver, mínima pero, no apoyo bajo ningún punto de vista los discursos de los guerreros. Soy un pacifista, consciente de que el ser humano es un territorio lleno de conflictos y que hemos construido las civilizaciones a partir de guerras infaustas pero, hay que superar esa constante. Sé que Colombia no lo hará en los próximos años completamente pero, puede llegar a un acuerdo en que la energía, el dinero, y la voluntad humana se utilice para construir espacios verdaderamente democráticos.

Su música favorita
La música clásica.

Una pintura que encierre la poesía del universo.
Más bien la poesía del movimiento humano, El jardín de las delicias del Bosco.
¿Por qué insiste en la belleza de lo efímero?
Porque todo lo que nos atañe es fugaz y breve.

Una situación que le resulte intolerable.
Las motocicletas y los carros en cantidad.

Escribir es…
Un ejercicio de resistencia.

Un viaje inolvidable.
El viaje que hice a la región cátara en Francia.

Un viaje fascinante que aún no ha emprendido.
El viaje a la India.

El autor que lo desvela.
En este momento Thomas Mann.

Un libro imprescindible.

“Cándido” de Voltaire.

¿En qué cree Pablo Montoya?

En la vida.

¿Cuál es el amor de su vida?

Hay muchos amores, mis hijas, Alejandra mi esposa, la música, la pintura, la literatura.

Cuando mira un atardecer…

Si es un crepúsculo me da cierta angustia de que la luz se esté acabando y esté entrando la noche.

Claudia Patricia Mantilla
cmantilla9@unab.edu.co

Universidad Autónoma de Bucaramanga

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