En 1937, cuando en Colombia la mujer aún no tenía derecho al voto, Leona Chalmers, actriz, autora e inventora estadounidense, patentó en su país la primera copa menstrual. Su intención fue crear un producto que brindara autonomía, que fuera ecológico, cómodo y libre de los químicos que tenían las toallas higiénicas y tampones, productos estrella de la época.
Su función es recolectar la menstruación, no absorberla como los tampones o toallas industriales. Se usa dentro de la vagina, debajo del cuello uterino. No hay problema en utilizarla cuando se duerme, se nada o se realiza ejercicio. Se debe vaciar cada cuatro o doce horas. Se limpia con agua o un pañito húmedo y se reutiliza. Su vida útil promedio es de 10 años. Para su esterilización, requiere ser hervida previa y posteriormente a cada ciclo menstrual.
El producto se distribuye bajo el nombre de diferentes marcas. Las medidas varían según su fabricante y tallas. En promedio, una copa tiene 6 centímetros de largo, 4,2 centímetros de diámetro en su parte más ancha, y almacenamiento de hasta 30 centímetros cúbicos.

La copa menstrual es un pequeño objeto de silicona en forma de campana, que 80 años después de su creación, aún es poco conocido en el mercado. En Latinoamérica, particularmente, no ha tenido una fuerte comercialización, es posible conseguirla en plataformas web, ferias de emprendimiento o distribuidoras minoristas.
Nada distinto ocurre en el ámbito local, especialmente porque predominan los mitos.“El tema del pudor puede limitar su uso al igual que su poca comercialización”, dice el ginecólogo Sergio Andrés Arévalo Uribe.
Las mujeres que se niegan a usar la copa menstrual afirman que les produce asco, les parece desagradable tener que limpiar el recipiente y además temen que les resulte incómodo para su zona íntima. “El tema está en un proceso educativo bastante amplio, introducirse cosas en la vagina aún es un tabú”, afirma el médico sexólogo Edinson Mauricio Pazmiño Jaramillo.
No obstante, el positivo impacto ecológico que representa la copa es una de las consignas que tienen sus usuarias para promover su uso.
De acuerdo con un estudio realizado en 2009, que fue titulado ‘Una alternativa al cuidado sanitario convencional: ¿Las mujeres deberían usar la copa menstrual?’, se estima que una mujer, en promedio, llega a utilizar más de 10 mil productos para la higiene menstrual. La mayoría de ellos no son fáciles de reutilizar o de reciclar. Aportan un considerable número de desechos a los rellenos sanitarios o depósitos de basura.
Los artículos de higiene que usa en promedio una mujer en su vida, contaminantes para el planeta, frente a uno solo –diez años es la vida promedio de una copa-, no ha sido razón suficiente para que tenga mayor difusión.

También representa un impacto en el ámbito educativo. Según los hallazgos de un estudio adelantado en el oeste rural de Kenia, en 2016, se encontró que la llegada de la primera menstruación y la deserción escolar, entre niñas y adolescentes, tenía un vínculo: se concluyó que existía dificultad en el acceso a productos de higiene menstrual, por lo que la copa se ha propuesto como alternativa económica, saludable y fácil para evitar el ausentismo de las estudiantes.
“Hemos crecido toda la vida con lo que nos dicen nuestras mamás y/o abuelas. Que la menstruación es mala, que es sucia, que es cochina, que no se debe tocar, que huele a feo. Y pues si a uno se lo dice la mamá, uno lo cree”, afirma Yesica Fernández, usuaria de la copa hace más de tres años, quien decidió, después de experimentar el producto, crear su propia marca.
Retos de la investigación
Los estudios sobre el tema son escasos. La mayoría de estos se han desarrollado en Estados Unidos o países europeos. En Latinoamérica no existe el primer ensayo clínico que evalúe la aceptabilidad de la copa menstrual en las mujeres. En otras palabras, no existen investigaciones científicas que comprueben los testimonios, sean positivos o negativos, de las mujeres que han utilizado o que utilizan la copa menstrual.
Fue entonces que nació en Bucaramanga lo que se conoce como el primer ensayo clínico en Latinoamérica sobre el tema, a cargo de un grupo de estudiantes de Medicina integrado por Camilo Arenas y Gabriela Ramírez Rocha, de la Universidad Industrial de Santander (UIS), y Jennifer Daniela Palomino Suárez, Laura Gonzáles Haskpiel y Catalina María Merlano Alcendra, de la Universidad Autónoma de Bucaramanga, dieron inicio a dicho ensayo.
“Empezamos a ver videos que aparecían en el inicio de Facebook sobre su uso y conveniencia (…) Encontramos que no hay artículos significativos sobre todo en el continente. Es ahí cuando nace la necesidad de escribir sobre la copa y su aceptabilidad en nuestra ciudad”, comenta Gabriela Ramírez de 19 años, estudiante de sexto semestre de medicina y usuaria de la copa desde hace tres meses.
Con este se busca “desarrollar una línea de investigación que permita mejorar el conocimiento actual de los productos alternativos que pueden usar las mujeres durante su ciclo menstrual”, añade la estudiante.
En lo que han titulado ‘Aceptabilidad y Satisfacción de la Copa Menstrual: Ensayo Clínico Aleatorizado en Estudiantes Universitarias de Bucaramanga’, el grupo cuenta con la asesoría de la ginecóloga, epidemióloga y docente, Sonia Esperanza Osma Zambrano.

Pese al empeño que han puesto en su trabajo, cuyo protocolo de investigación hará parte del Congreso Científico Internacional de Paraguay 2017, su desarrollo se encuentra estancado por la falta de recursos.
“Necesitamos aproximadamente 3 millones de pesos para comprar las copas del estudio. Hemos tocado puertas en nuestras universidades y en fundaciones de mujeres feministas. En general, dicen que no hay recursos para investigar”, comenta Camilo Arenas.
En relación a su experiencia como usuaria, Ramírez no pretende regresar al uso de toallas higiénicas o tampones, según ella “cuando consigues algo económico, cómodo, ambientalmente sostenible y que reúne todo lo que necesitas no quieres volver atrás. Al usar la copa te das cuenta que la menstruación no tiene absolutamente ningún olor, lo adquiere por los químicos de las toallas o tampones”, explica la estudiante.
No es fácil de adquirir
La copa menstrual no es un artículo que se pueda comprar fácilmente en la capital santandereana. Los mercados de cadena, tiendas o droguerías, no surten este elemento. “Al ser un producto de larga vida útil (promedio de 10 años), no tiene una rotación atractiva para los supermercados, el negocio de ellos es la venta masiva”, dice Yesica Fernández co creadora y distribuidora de copas menstruales Eva.
Al consultar en algunas droguerías de la ciudad, Periódico 15 encontró que en uno de los locales de Drogas La Rebaja en Bucaramanga, dijeron no conocer el producto. En la farmacia Drogas Pague Menos, un farmaceuta tuvo que consultarle al otro qué era y dónde se conseguiría, “por negocio eso no se vende acá, se consigue en internet”, dijo el que conocía el artículo.
En la Droguería Alemana, la farmaceuta respondió que ese tipo de “medicamentos” no los distribuyen en esa cadena. A diferencia de otros productos, este no cuenta con comerciales o anuncios en medios de comunicación. La mejor forma de conocerlo es el voz a voz.
En 2014, Dora Hernández, diseñadora industrial, le comentó de la existencia de la copa a su amiga Yesica Fernández, administradora de empresas. Así comenzó a gestarse el proyecto.
“Cuando ella me contó, me generó muchísima curiosidad y empecé a investigar. Por todo lo que leí me di cuenta de los beneficios que tenía, a nivel de salud, comodidad, economía y ecología”, comenta Fernández.
A partir de ese momento decidió experimentar la copa ella misma. “La primera noche que lo intenté, traté de insertarla cuatro veces. No era capaz, no se abría, me incomodaba. Finalmente, de intentarlo me había maltratado, entonces desistí. Me puse una toalla y me acosté a dormir”, recuerda.
Frustrada por su primer intento, la joven decidió intentarlo nuevamente “y lo pude hacer. Con el paso del tiempo ya es más fácil. Toma menos tiempo. Uno le coge el tiro. No incomoda. No duele. Ya es rutina”, dice Fernández.
Junto a Dora Hernández, ambas de 28 años, decidieron iniciar su propia marca de copas menstruales, la llamaron Eva. En junio de 2014 comenzaron seis meses de investigación y pruebas, pero fue en enero de 2015 que iniciaron la comercialización de sus propias copas menstruales con punto de fábrica en China.

“En ese entonces muy pocas mujeres sabían de la copa, si le hablaba a diez, a veces una sabía de la copa, a veces ninguna. Entonces los primeros dos años fueron de trabajo informativo. A principio de 2017 es que empezó a hacerse más conocida”, asegura Fernández. De esta manera surge esta empresa registrada en la Cámara de Comercio de Bucaramanga.
En cuanto a la rentabilidad del negocio, las distribuidoras afirman que para una persona cuyo objetivo es ganar dinero, no es lo mejor. Al ser un producto que tiene larga vida útil, las clientes se “pierden por muchos años”. Usualmente no hay una segunda compra. Solo ocurriría en caso tal de que la pierda o la queme al momento de esterilizarla. “Pero una mujer feliz y satisfecha con la copa la va a recomendar a todas las mujeres que conozca”, explica Fernández.
Chalice, Agata, Mimacup, Isha, Aneer, Icare, son nombres de otras marcas de copas menstruales colombianas. Cada una de ellas, al igual que Eva, cuenta con una página web donde explican todo lo relacionado con el producto, desde qué es, hasta tutoriales de cómo usarla. Los precios, consejos y contactos están presentes en las plataformas.
Más allá de la comercialización y el impacto ecológico que el producto puede causar, los estudiantes investigadores aseguran que, así como “el tampón se convirtió en 1970 en un dispositivo de liberación, en la actualidad la copa se presenta como una alternativa superadora”.
Al respecto, Paloma Bahamón Serrano, doctora en Estudios Sociales y docente de la Universidad Autónoma de Bucaramanga, Unab, concluye que “es un producto feminista, no solo por lo transgresor que es o por ir en contra de la industria farmacéutica, que en últimas se lucra mucho más de lo femenino, sino que va acorde con los cimientos del movimiento como defensoras de la Pachamama (Madre tierra)”.
Por Felipe Arenas Gallo
farenas828@unab.edu.co
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