Por: Geily Coronel Rodríguez/gcoronel@unab.edu.co y María Camila Ladino/mladino202@unab.edu.co

Hace un año sobre el pavimento, bajo nubes de gases lacrimógenos y entre los balines, cientos de miles de “vándalos” colombianos pedían un cambio. Un estallido social que se expandió con fuerza en todas las ciudades, hasta llegar a una de las más conservadoras: Bucaramanga. Como en el resto del país, decidieron manifestarse en todos sus sentidos. El cálido ardor de las ollas comunitarias, el olor fresco de la pintura puesta en los murales, el resonante sonido de los tambores y las rimas de un dolor patriótico, hizo que desconocidos se reunieran a pintar el alma de un color esperanza. 

No estaban haciendo nada ilegal. Después de todo, en la Constitución Política de Colombia se especifica en el Artículo 37 que “toda parte del pueblo puede reunirse y manifestarse pública y pacíficamente. Solo la ley podrá establecer de manera expresa los casos en los cuales se podrá limitar el ejercicio de este derecho”. La ciudadanía lo sabía, por eso las manifestaciones empezaron siendo pacifistas. Sin embargo, las represalias de las autoridades, la difamación y la impotencia provocó  “acciones vandálicas”  en algunos. 

En las llamas de la protesta

Faltaban instantes para las seis de la tarde del 14 de mayo de 2021. En la carrera 27 con avenida González Valencia, bajo la oscuridad de la noche, un estallido iluminó el cielo. Incendiaron el banco Davivienda. Las llamas fueron el foco de luz de los medios y la atención se fijó en Bucaramanga. Darrin Sarmiento, uno de los manifestantes, se hallaba a dos cuadras del evento. Recuerda cómo, de un momento a otro, muchas personas se devolvieron: “yo dije ¡wow! ¿por qué se están devolviendo? Me devolví por curiosidad y ví que el banco lo estaban quemando”. 

Para Darrin fue “chocante”. No obstante, considera que son válidas todas las formas de protestar y más si son  herramientas para demostrar inconformidad: “dentro de la  infraestructura  no había nadie, pero como es el banco, fue para muchos colombianos algo radical. Pero sí es la forma de mostrar su indignación va a pa’ eso, ¡hágalo! Con tal que no atente con las personas está bien”. 

No todos comparten el pensamiento de Darrin. Las redes sociales se llenaron de comentarios negativos sobre esta “violenta manera de marchar”. La discusión se centró en el cómo se debía manifestar, dejando de lado la razón del paro. Personas como Maira Daniela Flórez Becaria, estudiante de negocios internacionales en la Unab, entiende las causas o los resultados que motivaron este incendio a una entidad bancaria en la ciudad, pero no lo veía necesario: “existe la creencia de que para que haya un inicio nuevo y «positivo» es necesaria la destrucción (cortar el problema), porque lastimosamente es la única forma de que escuchen al pueblo”.

Un medio independiente nace de las cenizas

El fuego siempre ha estado presente en el paro. El 21 de mayo del 2021, mientras las llamas destruían las instalaciones del CAI del Parque de los Niños y el asesor político Laureano Tirado acusaba de “vándalos” a 3  jóvenes que estaban grabando en el lugar, surgió como un ave fénix  la idea de un medio independiente: “Prensa Popular”.  


En Bucaramanga, durante el paro, se establecieron diferentes puntos de concentración como el parque San Pío, La Puerta del sol, el Mesón de lo Búcaros, La Plaza Cívica Luis Carlos Galán y la Universidad Industrial de Santander. /Foto suministrada por Darrin  Steven

Desde ahí, Brahyand Arango Jaimes, David Valencia y Yefferson Pacheco Suárez acompañados de sus máscaras, cascos, chalecos y celulares,  transmitían la otra cara del paro que los medios de comunicación no mostraban. No era precisamente una especie de prensa imparcial, ya que desde sus inicios sabían a cuál parte en contienda iban a ayudar: los manifestantes. 

Según Brahyand, comunicador social y uno de los fundadores de “Prensa Popular”, el surgimiento de nuevos medios durante el paro funcionó como un mecanismo de contrainformación: “los medios alternativos sirvieron mucho para que gente le perdiera la credibilidad a estos medios de comunicación tradicionales o para que la gente al menos tuviera dos puntos de vista entre los cuales elegir”. 

La transmisión en vivo permitió a estos jóvenes atender de primera mano las distintas represiones del Esmad (Escuadrón Móvil Antidisturbios). Corrían con algo de suerte por ser reconocidos como prensa, pero eso no hizo que pasaran en alto el actuar de las autoridades. Uno de esos casos fue cuando Brahyand vió como una tanqueta con el chorro potente de agua hizo caer a una fotógrafa o el de una “compañera” que fue hostigada por un agente. Algo irónico, ya que conforme a la reglamentación sobre el Esmad  debe tender al orden público y proteger la integridad de las personas. 

Además, en la Resolución 02903 de 2017, los agentes a cargo “podrán utilizar la fuerza y armas de fuego solamente cuando otros medios resulten ineficaces o no garanticen de ninguna manera el logro del resultado previsto”. Los otros medios que menciona la regla son el diálogo o la mediación, algo que no se percibió durante los meses que duró el paro. 

Tambores vs tanquetas

El rojo de la bandera cubrió las calles de Colombia. Sin embargo, en Bucaramanga sonaba al ritmo del corazón de las manifestantes de La Batucada Guaricha. Un grupo de 24 mujeres “arrechas” , que salían desde Piedecuesta, defendiéndose y teniendo como armas las baquetas y tambores. Otro tipo de lucha  igual de válida a las anteriores. 

Un grupo que desde su fundación en 2018 se presenta, cada vez que puede, a través de la música para expresarse de forma pacífica. Leidy Plata Osma, miembro de La Batucada a partir del 2019, comenta que el grupo siempre ha tenido el interés de buscar que el mensaje sea  escuchado ante el silencio del Estado: “nos hemos cuestionado, cuál es la mejor forma de llegarle al otro, cuál es la manera más significante de llegarle a las personas. Podríamos haber sido incendiarias, que también es una manera de manifestarse. Pero la música es una forma en la que llegamos a los oídos de todas las partes de un país”.

Sentada en la sala de su casa, Leidy recuerda cómo durante un día del paro, mientras compartía música y alegría con otros grupos y familias, las autoridades les robaron la paz al encerrarlas entre los lados del puente de La Puerta del Sol y La 63. La represión policial disminuyó solo cuando gritaron que alrededor habían mujeres embarazadas y niños. Tras ese suceso ella pudo analizar que las autoridades lo hacen para “callar a las personas de una forma violenta. Y el estallido social del 2021, que incluso lo diferencia de las otras manifestaciones, ha tenido esa violencia tan cruda”.  

Rap: un sentido social 

En el norte de la ciudad, Brayan Camacho, mejor conocido como Poesía Obesa, se dedicaba a protestar y a educar por medio del rap. Sus composiciones contaban las razones del paro. Él, junto a la Academia, un grupo de rap, hicieron pedagogía por medio de las rimas. Tenían el objetivo de acabar con la desinformación en los barrios marginados como Kennedy, Hamacas, María Paz y Los Colorados. 

La amabilidad  de la gente fue importante para este grupo de raperos. Las pinturas para los murales, las brochas y los ingredientes de las ollas comunitarias contaron con el aporte económico y la mano  de obra  de los habitantes del sector. Poesía Obesa hace memoria de aquellos momentos: “los barrios fueron colaborativos y solidarios con nosotros. Entonces cuando hacíamos un mural siempre llegaba el vecino con el tarro de pintura o llegaba la vecina a decir: ‘ chino, ¿cuánto vale una lata de spray ?’”. 

En medio del olor a pintura y el humo de la leña bajo las ollas, surgió la idea de hacer conciertos de rap. Así, preparaban los bafles en puntos visibles de sus barrios. Lugares notables como las canchas del  Kennedy o de Hamacas eran fundamentales para amplificar el mensaje. Asistían conjuntos  de rap del mismo sector o de afuera y a la vez alistaban una mesa radial para darles un espacio de diálogo a los vecinos presentes, a la brigada médica y al líder comunitario. La logística no era compleja, menciona Poesía Obesa: “buscamos el espacio más visible e instalabamos el sonido. La verdad era convertir cualquier espacio del barrio en una tarima. Donde uno pudiera generar ese arte y cultura. Que fuera como clandestino. Algo de la gente”. 

Un año después, las huellas de esas largas caminatas por las calles de Bucaramanga siguen intactas. El 28 de abril del 2022 se conmemoró el estallido social y de nuevo se revivieron las diferentes formas de indignación. La pintura y las palabras volvieron a ser protagonistas del paro y los manifestantes siguen en su lucha social. 

Universidad Autónoma de Bucaramanga