Hacer periodismo es hacer literatura
Sofía Hernández Pasachoa / shernandez381@unab.edu.co
21 años. Chiquita mental y físicamente. A punto de entrar a séptimo semestre de Comunicación Social con énfasis en Periodismo. Mis compañerxs están de vacaciones, probablemente en alguna playa o viendo la última película en cartelera. Así también debería estar. Durmiendo días enteros sin ningún tipo de expectativa, porque el periodismo, como a Rodolfo Walsh antes de escribir Operación masacre, no me interesa. Nunca me apasionó y, hasta hace unos días, creía que si le dedicaba mi vida sería miserable.
Yo quería estudiar Literatura en la UIS. Si las cosas salieran como uno quiere, así sería. Comería libro como una rata de biblioteca y escribiría ensayos sobre obras como Rayuela o Cien años de soledad. Pero no. Lo máximo a lo que pude aspirar para no olvidarme de las letras fue el periodismo. Lo siento chicos, así es la vida.
Llevo seis semestres intentando adaptarme a un ejercicio que, en mi universidad, hace ver a Matusalén como un niño. Hago lo mejor que puedo para no ahogarme en esta angustia de estar estancada en una institución a la que siento que no pertenezco. Y ya estoy a nada de graduarme.
Como no viene mal aprender vainas que me sirvan para cuando me gradúe, el semestre pasado me aceptaron para trabajar en uno de los medios de la UNAB, Periódico 15. Y ese periodo de trabajo se extendió hasta el intersemestral. En medio de mi vacío vocacional, seguía camellando.
A finales de junio, se presentó la oportunidad de ir a cubrir el Festival Gabo. Una fiesta tremenda donde se reúnen un montón de cracks del periodismo latinoamericano. Celebración en la que una estudiante podía codearse con los mejores en el oficio. Apuesto que hasta del sonido de sus pasos se aprende algo. En mi lugar, seguro alguien a quien le apasione el periodismo aprovecharía mucho más.
En fin, alisto maletas y vámonos pues, que trabajo es trabajo, hay que hacerlo bien.
Llego a un lugar donde me siento como un chicharrón carnudo en un desayuno inglés, pero inglés no gringo, inglés de Londres: el Gimnasio Moderno. ¿Qué es este colegio? ¿Usaron el dinero de toda Bucaramanga para construirlo? Si en la UNAB no sentía que encajaba, aquí mucho menos. Pero debo adaptarme, así que recorro el lugar para untarme un poquito de la fiesta. A pesar del olor a élite, se siente como un lugar para disfrutar de literatura y de periodismo. Puede que la experiencia sea una chimba, así que intentaré gozármela.

Un bigote, una revelación y ya sé que quiero en esta vida
Los primeros días del festival pasaron con algunos errores en una entrevista muy importante, uno que otro problema de blanquitos y más de un consejo útil para mejorar. A pesar de los altibajos, las cosas salieron bien y tuvimos productos melos para publicar. Sin embargo, el día que me marcó en serio fue el domingo.
Tres de la tarde. Hacía frío, obviamente, es Bogotá. Último día del festival. Hasta este punto del fin de semana, me gustaría decir que cambió un poco mi perspectiva del periodismo con todo lo que vimos e hicimos, pero no. El descaro ¿cierto? Estoy en el epicentro del mejor periodismo de este lado del mundo y aún siento que no pertenezco aquí, que no me importa pertenecer. Sí, aprendí cosas que me ayudarán a hacer bien este oficio, pero sé que una persona que ame la profesión lo valoraría mucho más que yo.
Ingresamos a la Sala Ernesto Bein, nombrada así en honor a un profe alemán capo. En este auditorio se realizaron la mayor parte de conversatorios y charlas. Alejandra Gámez, Laura Sanabria y yo, equipo de Periódico 15, nos acomodamos en nuestros asientos como pudimos, pues teníamos las maletas encima para el viaje de regreso. Detrás del telón en el escenario sale Martín Caparrós para comenzar su charla “La palabra Martíncaparrós”. El plan ahora era disfrutarnos el festival. Así que centré mi completa atención en lo que sería uno de esos eventos que rascan el subconsciente.

Hubo risas, momentos de reflexión, uno que otro spoiler de las próximas obras del man y, de repente, ocurrió. No sabía que el climax narrativo de mi vida como obra de no ficción estaba ahí. María Teresa Ronderos, moderadora, le preguntó: “¿en qué se parece el periodismo a la literatura?”. Caparrós, trayendo de vuelta algo que tenía bloqueado en mi memoria, respondió, casi riendo por lo obvio: “el periodismo es un género de la literatura”. Mis ojos se abrieron en sorpresa como si me fuesen a echar gotas, gotas de tinta periodística. ¿Así de simple? ¿He estado cerca de mi pasión estos tres años que creía desperdiciados? Estuve más atenta de lo que he estado en mi vida escuchando el resto de la respuesta. Necesitaba llenar más ese vacío que no había parado de crecer.
Salí de la charla con una idea aporreándome constantemente la cabeza: tal vez no me equivoqué, es posible que este si sea el camino correcto para alimentar más la pasión a las letras. ¿Puedo bajar esa pesada cruz que he cargado por tanto tiempo?
Mientras la idea seguía latente, el Festival Gabo terminó con aire de salsa y abandonamos el Gimnasio Moderno. Las tres mujeres que salen, definitivamente no son las mismas que llegaron con mil dudas encima y una presión enorme por hacer las vainas bien. Venimos de Bucaramanga, Girón y Piedecuesta, y acabamos de estar en una de las mayores fiestas del periodismo. El colmo si algo no se nos quedaba.
En el viaje de vuelta, mientras Alejandra dormía a mi lado izquierdo y Laura escuchaba música en el asiento de la derecha, mi mente solo se preguntaba: ¿por qué? ¿Por qué yo? ¿Por qué hasta ahora obtengo alivio? Me dieron esta oportunidad y gracias a eso el peso en mis hombros desapareció. El nudo en mi garganta se deshizo. ¿Puedo tener expectativas ahora? ¿Puedo? Sí puedo, puedo escribir eso que me apasiona y que llamo periodismo, pero también es literatura. Sí, una vez más estoy fusilando al fusilado que vive, Rodolfo Walsh.
Debería estar a punto de entrar a séptimo semestre de Literatura en la UIS. Leyendo más libros de los que actualmente leo. Y gracias a una frase dicha en Bogotá por un argentino que plantó un limonal y tiene el bigote más famoso de la literatura actual, mi panorama se aclaró. Gracias a ese giro inesperado, tan propio de las letras, la idea de no hacerlo ya no me parece el fin del mundo.
Periodismo mata dólares australianos
María Alejandra Gámez Orduz / mgamez@unab.edu.co
“Este es es un oficio que te demanda muchísima vida,
pero también te deja muchísimas satisfacciones”
– Laura Ardila Arrieta.
En sexto semestre aprendí a gozarme mi profesión. Después de tres años, seis matrículas y más de 30 millones de pesos, por fin puedo decir que entiendo qué carajos estoy haciendo con mi vida.
No fueron los 16, 21 o 24 créditos del pénsum, ni tampoco hacer un podcast o una multimedia interactiva. Solo se necesitaron 3 días y 424 kilómetros para pegarle una cachetada a mi yo de 16 años y, peor todavía, a un programa de comunicación entero. Esta bumanguesa de 19 años con ciento sesenta y siete centímetros (diez más que el promedio) y colombiana de pura cepa, porque siempre deja todo para lo último, entró al Festival Gabo 2023 de chiripazo.
Seis jueves atrás, un 25 de mayo, llegué a mi casa muy mamada, solo quería dormir. Para algunos fue el destino, Dios o mi sol en capricornio, para mí la falta de vitaminas, porque faltando 30 minutos pa´ las doce un ataque de tos me dejó sentada en el borde de la cama. Después de poder respirar gracias al termo con agua que estaba en mi mesa de noche, me acordé. Tenía media hora para inscribirme a los talleres del Festival.
En bombas, abrí el computador y creé un documento de Drive. Habían tres opciones pero solo alcanzaba el tiempo para una. Leí: “Las Narraciones del goce” de Luciana Peker. En la descripción decía “El taller de narraciones del goce propone a mujeres, varones y diversidades pensar en cómo se escribe sobre el disfrute en el periodismo”. Después de tantos semestres de haber estudiado más la pirámide invertida que la obra del homenajeado en esta parranda, Gabriel García Márquez, era la oportunidad perfecta para aprender de goce y sabrosura en el periodismo. Gracias a mi falta de defensas no la perdí.
La suerte de la fea la bonita la desea
Seis días después, me aceptaron. Si usted que está leyendo esto no se lo cree, yo menos. Irónicamente, una pelada que no lleva ni un cuarto de siglo existiendo ganó un cupo en el taller de una de las periodistas con enfoque de género más importante de América Latina. Colombia lleva más tiempo con un gobierno de izquierda que yo en el énfasis de periodismo, y pasé. No sé cuántxs quedaron por fuera ni cuántxs querían estar ahí más que yo, pero de alguna manera, esta niña que nació ayer lo logró.
Aquí viene el tire y afloje. Poniendo el cuero por Periódico 15, como reporteras fuimos Sofía Hernández, otra pelada que aprendió a caminar ayer, y yo, acompañadas de la directora y profe Laura Sanabria. A pesar de los privilegios de blancas estudiantes de la UNAB, la billetera de nuestros papás no daba para pagar un viaje a Bogotá tan encima, necesitábamos apoyo de la Universidad.
Después de insistir, insistir e insistir nos dieron… 500K por las dos. Plata, ganas y dos formatos de #ElSancocho por hacer, nuestros comensales periodísticos serían Omar Rincón y Luciana Peker.
Tres vuelos vs tres días
El Festival Gabo se realizaba en el Gimnasio Moderno y como esto no fue gratis llegamos a trabajar. En nuestra bienvenida el invitado estelar fue Rodrigo García Barcha, hijo del único Nobel colombiano de literatura y Mercedes Barcha. Mientras lo escuchaba miraba a todos lados, por si veía alguna de esas caras que hasta el momento solo habían sido pixeles en una diapositiva de Power Point.
Al terminar, salimos, chismoseamos los stands de libros y después que Leila Guerriero pasara a un centímetro de mi brazo me sentí como en Los Ángeles del periodismo, vi un famoso en cada esquina, o mejor, en cada carpa.
A pesar de ser considerada una mujer alta entre la mayoría de colombianas, caminar por el Gimnasio Moderno me hizo sentir chiquita. No solo por mi edad, sino por el camello y recorrido de los personajes que estaban allí. Alistamos la cámara, ajustamos la luz, cuadramos sonido y salimos a perseguir periodistas. Repetí mi presentación como disco rayado “hola, soy Alejandra Gámez vengo de Periódico 15, un medio universitario de Bucaramanga ¿me ayudaría con una pregunta para un video?”.
Como niña perdida que tiene más preguntas que respuestas, periodista que veía, periodista que le pedía un consejo. “Hagan más reportería de la que cuentan” me dijo Laura Ardila, pero ¿cómo si no nos sacan del salón? A duras penas bajamos a la 33 y ya hay más crónicas de eso que estudiantes en la UNAB. “Lean más de lo que escriben”, continuó Laura. Y cómo carajos si los profesores (la mayoría) ni leen, ni escriben. “A mí siempre me sorprende ver que hay gente que quiere contar historias en cualquier formato y que no lee, cuando leer es la única forma en que uno aprende a estructurar una historia”, perdón Martín Caparrós.
Pero los problemas de la educación latinoamericana no me corresponden a mí -guiño a quien le caiga el guante-. Andar por ahí con micrófono en mano y la cámara de mi compañera persiguiéndome, escuchar consejos de referentes que tienen cancha y madera en el periodismo, reafirmó que mi vida no está a tres vuelos de distancia (al menos por ahora y ya les aclaro lo de los vuelos).
Un periodismo con sazón, goce y reguetón
“No le crean nada a los profesores, hagan lo que se les dé la gana”, dijo el también profesor de la Universidad de los Andes, y conocido como el Don Omar (Rincón) del periodismo, cuando le pedí un consejo para nosotrxs, los jóvenes periodistas en formación. Yo sí les creí (perdón Omar) y del único que no me arrepiento fue del que me dijo “léase estos libros de Luciana, que no solo va ir al taller sino que la va a entrevistar”. Durante la noche del viernes, después de pasar el primer día del Festival, pensaba en qué otras preguntas hacer, repasaba el cuestionario, sentía que lo que tenía no era suficiente. Hasta que la profe Laura me calmó, me ayudó con mi ansiedad y reafirmó que todo iba a salir bien.
Abrí y cerré el sábado con Luciana Peker. De las casi doce horas que duraba el Festival en un día, compartí al menos cuatro con la periodista argentina que lleva 25 años dando su vida por las luchas de género latinoamericanas. “El goce de los oprimidos, de los que antes no podían disfrutar y estaban condenados a sufrir”, mencionó Peker y arrancó a explicarnos el placer de cantar, bailar, escribir, llorar, amar, culiar o hacer lo que queramos cuándo, cómo y con quién se nos dé la gana. Entre la sabrosura de su acento y las canciones de reguetón que perreé en la mente, pasaron las primeras tres horas. En los últimos 60 minutos escribimos y leímos en voz alta la sazón de cada uno. Entre uno y otro, Luciana nos daba correcciones para enfocar el tema y mejorar la escritura: “creo en la escritura como se cree en algo existencial”.

A las siete de la noche logré unos cuantos minutos más con Luciana, a pesar de tener que cuidarse mucho el pellejo por las amenazas de muerte, no poder salir libremente, y estar mamada. Iba a decir que fue mi primera entrevista con un personaje grande, pero ni eso, fue mi primera entrevista en toda mi carrera. En menos de 30 minutos descubrí lo que no pude en tres años.

Hace un mes, pensaba que el goce, el sabor y el reguetón lo iba a encontrar cerca al Mar de Tasmania, visitando la ópera de Sidney, surfeando en la playa de Bondi y viendo crecer a Daniel, mi sobrino. Hace un semestre no sabía por qué escogí periodismo y hace tres años ni sabía que era el sazón y goce, solo el reguetón.
Hoy, después de ocho horas de viaje y 72 horas de periodismo puedo decir que Daniel no tendrá una niñera, pero sí una tía periodista.