Lo mejor de abrir un libro nuevo es que nadie te lo haya recomendado, es que al mirarlo algo de aquel objeto de palabras te mire a los ojos, directamente, sin vergüenza, sin timidez y sientas una atracción natural. Lo mejor es que tengas la posibilidad de tomarlo entre las manos, leer su título y acercarlo: oler y sentir ese universo de papel como algo ya conocido, ya tuyo. Y entonces, sin permitir que la duda te ponga un velo en los ojos, decides comprarlo. Te acercas a la caja y dices: “llevaré este libro de poesía”.
Interesante es que el cajero coge el libro y balbucea: “Este es el futuro que estabas esperando” y detalla en la carátula, con cara de desconcierto, la imagen de un Jesucristo que es Dj y de dos ángeles que parecen copiados de una pintura de querubines de Guillaume Seignac. En ese instante, te das cuenta de que el libro, además de desconocido, se ve inquietante e insólito. Después, cuando llegas a la última página, te das cuenta de que todo era cierto: has leído y escuchado una música nueva y extraña que recordarás mientras caminas hacia la estación del bus u observas a una chica que va de
la mano junto a un hombre de barba waltmaniana.
Así fue el primer acercamiento a la poesía del dominicano Frank Báez. Así se descubre un poeta que afirma que “lo mejor es cuando / le pones seguro a la puerta/ y solo están tú y el poema”. Un poeta que demuestra con la fuerza y la naturalidad de sus imágenes porqué ha ganado premios internacionales, porqué fue incluido en Bogotá39 del 2017, porqué sus versos han sido traducidos a varios idiomas, porqué para la crítica es una de las mejores nuevas voces de la poesía hispanoamericana y porqué somos tantos los que seguimos sus migraciones y tribulaciones por calles, melancolías y malecones.
Y es que su libro Este es el futuro que estabas esperando es un conjunto de poemas que saben mezclar la ironía con el des-amor, la ingenuidad con las pastillas y los vicios humanos, la dócil manera de percibir la realidad con el humor cruel de la desesperanza. La música que emana de sus versos es la de un hombre directo y sin pelos en la lengua que vaga sin la intención de buscar algo; su único interés es ir y venir, como un Maqroll citadino.
Por eso, con las imágenes de sus poemas caminamos por Manhattan o por Santo Domingo, sabemos algo de la Biblia, de Cavafis o de los zapatos de Aladino que tenía el profesor de geometría, o recordamos que alguna vez quisimos ser basquetbolistas en la NBA. Cuando leemos a Frank Báez, somos viajeros con pies de poeta. Además, ha publicado otros cuatro poemarios, un libro de cuentos llamado Págales tú a los psicoanalistas y una trilogía de crónica de viajes. Este dominicano, al estilo de Rilke o Tabucchi, es un escritor que viaja y un viajero que escribe. Escribir y viajar: dos hermosas pasiones que todo ser humano debería practicar incansablemente.
En la contraportada del libro aparece un comentario de Junot Díaz en donde afirma que Báez es un poeta “Fuerte, inteligente, temerario, sincero y de una vitalidad abrumadora”. En ninguna de estas palabras se equivoca el premiado novelista. Pero se tendría que añadir que estos poemas son crónicas en verso, crónicas con ritmo de poesía y, sobre todo, crónicas que cuentan y cantan el misterio de lo cotidiano. Los poemas de Báez son como aquellas canciones que en las mañanas oímos en un bus o en un taxi y que luego, durante todo el día, repetimos inconscientemente una y otra vez… sin darnos cuenta que desde siempre han hecho parte de nuestra propia música.
Por Julián Mauricio Pérez G.*
jperez135@unab.edu.co
*Docente del programa de Literatura virtual de la Unab.