Por: María José Parra Cepeda / mparra191@unab.edu.co
El 23 de septiembre de 2015 se creó la JEP, o Justicia Especial para la Paz, si es que la sigla no les dice nada. Estaba en plena adolescencia. No tenía el contexto, ni sabía nada de esta vaina, más allá que iba a darle “impunidad” a las Farc. Si usted hace ocho años estaba en las mismas, es de lo míos. Tal vez solo éramos peques o tal vez el privilegio, literalmente, nos nubló la empatía. Se me cae la cara de vergüenza al confesar que a lo mejor fue más lo segundo que lo primero.
Estoy en el último semestre de periodismo, a pocos meses de salir a práctica. En muchas ocasiones me hablaron del proceso de paz con las FARC y del papel de la JEP. Pero nunca lo había entendido, hasta que tuve que explicar en detalle los 10 macro casos -ahora 11- que se investigan. Por eso dicen que “todo lo que no se sabe, ni se quiere saber, se desprecia”. Aunque me demoré, entendí, en palabras de don Fidel Cano, “la labor necesaria de la JEP”.
La mayor parte de mi adolescencia solo escuché “reflexiones” egoístas. Permítame citarle una de las tantas: “¿Te imaginas que la guerrilla mate a tu papá o viole a tu hermana? Y que el gobierno llegue a un acuerdo y los perdone”. No, no me lo imagino y, supongo, que el 50,21% de los colombianos, que salieron a votar por el «No», el 2 de octubre de 2016, tampoco se lo imaginaron. Pero esta historia está contada a medias, por quienes no sufrieron en carne propia la guerra.
La JEP se creó gracias al acuerdo de paz entre el Estado y los excombatientes de las Farc-EP. Pero yo, hasta 2023, comprendí, realmente, qué significaba que Colombia firmara este acuerdo. La JEP no se creó para darle curules a los veteranos de guerra, ni para perdonar los crímenes cometidos a la población civil. Se creó con el fin, quizás el más importante, pero que el país ignoró por conveniencia, de dar verdad, justicia, reparación y no repetición a las víctimas que el conflicto armado dejó. Y esto es lo que no te cuentan.
Tampoco te mencionan que van más de 300.000 víctimas que le creen a la JEP y han dado sus testimonios. Que el 49,78% de los colombianos que gritaron «Sí» a la paz, viene de las zonas rurales más sufridas: Bojayá, Chocó (95,78%), Miraflores, Guaviare (85,65), Caloto, Cauca (72,90%) y Valle del Guamuéz, Putumayo (86,04%), entre otros. No es gratuito, que los departamentos de Cauca y Valle sean los macro casos cuatro y cinco de la JEP.
Hay que ser demasiado indolentes e ilógicos para decirle sí a la guerra desde un territorio que no la sufrió. ¿Qué tan egoístas fuimos? La respuesta es sencilla, pero complicada de entender. Colombia está polarizada, es sorda al dolor ajeno y sangrienta por tradición.
Falsos positivos, nunca más
Otro pedazo que le quitan a la torta, son los “otros” actores que se ensañaron con hombres, mujeres y niños: los paramilitares y las Fuerzas Armadas. Estas últimas violaron, asesinaron y torturaron a la población civil. Pero esto no lo digo yo, más de 4.285 miembros de la Fuerza Pública se han vinculado de manera voluntaria a la JEP. Han confesado haber dado de “baja” a los supuestos aliados de la guerrillas y delincuentes por presiones de sus superiores. Según cifras, superan los 6.402 casos. Al fin y al cabo, si tenían “algo” por decir.
Estos muertos “en combate”, mal conocidos como Falsos Positivos, fueron asesinados durante 2002 y 2008. Para ser precisa, ocurrieron en el gobierno del man de “mano firme y corazón grande”. Como es de costumbre, Uribe, siempre brilla por su indolencia. El expresidente se ha encargado de desacreditar, engañar y destruir el intento que el país hace por construir una Justicia Transicional. Desde decir que “no reconoce a la JEP, porque fue impuesta por FARC, por Cuba y Venezuela” hasta tener las huevas “bien puestas” para afirmar que la “JEP hizo pasar por inocentes a aquellos que sí estaban delinquiendo”. Aunque los familiares de las víctimas, sobrevivientes y miembros de la fuerza pública hayan hablado e incluso que el trabajo de la JEP haya sido reconocido por el Consejo de Seguridad de la ONU y la Corte Penal Internacional, para el expresidente la verdad solo es una: la JEP y las extintas Farc-EP siempre serán aliados en contra de su gobierno de “seguridad democrática”. Y hay que decir algo que es más doloroso e irrefutable, solo para que lo tenga en mente, desde la firma del acuerdo, 355 excombatientes de las FARC han sido asesinados.
Y es que el trabajo de la JEP -y de cualquier tribunal de justicia de paz (pueden revisarse ejemplos como los de Irlanda del Norte, Sudáfrica o Uruguay)- no ven la justicia desde la venganza. Es decir, cuando alguien comete un delito, socialmente lo que se espera es un juicio que, de encontrarlo culpable, lo lleve a la cárcel, y ojalá por un buen tiempo. No obstante, un acuerdo de paz y su justicia no busca juzgar de manera individual a sus victimarios, sino entregarle a las víctimas y a las comunidades formas para entender qué sucedió, por qué sucedió, y maneras para que la historia jamás se vuelva a repetir.
Entonces, el trabajo de la JEP no se trata de una venganza, sino de hacer justicia restaurativa. Adriana Rudling, investigadora y especialista en política internacional, dijo: “Yo no sé si vamos a tener vida para agradecerle a la Jurisdicción Especial para la Paz todo lo que está haciendo por las víctimas”. Con estas palabras en mente, pienso que ojalá nos alcance para agradecerles y pedirles perdón por haberles negado la oportunidad de que conocieran la verdad. Porque lo único que buscaban, y buscan, es saber quiénes lo hicieron y cómo lo hicieron, pa’ poder perdonar.
Es inevitable traer las palabras de Rodolfo Walsh a este texto. ¿Por qué hay que esperar que la guerra y la sangre nos salpique para reaccionar? La guerra nos debe doler a todes, no a unos cuantos. Porque cuando no son tus hijos los que van a la guerra, si no los ajenos, es fácil hacer la guerra. Y quizá por eso no entendemos el valor invaluable de la paz.