Por Valeria M. Gil Rodríguez / vgil732@unab.edu.co

Bajo reflectores de colores ella baila con soltura en los pies. La conga, con sus ritmos ancestrales, prepara el momento que todos esperan. Segundos después, la voz de Diana Burco inunda el espacio del Teatro Colsubsidio en Bogotá para entonar “dame un poquito de tu vida, pa’ ver si la curo, qué le habrán hecho a esa vida, ¡ay!, que vas con tanto apuro”. La letra de su canción titulada Mala, es el inicio de un show en el que la artista sorprende y cautiva al público. Esto usualmente sucede con todo el que la escucha. En la tarima llama la atención por la manera en la que sostiene el acordeón, está parada con la misma fuerza y astucia de reconocidos exponentes del vallenato como Alfredo Gutiérrez y Alejo Durán. Toca con elegancia y autenticidad las 26 teclas del instrumento que, conformado por 4 aires, correa y funda, pesa 5,1 kg.

Todo comenzó en Bucaramanga, al interior de la Clínica Santa Teresa el 22 de febrero de 1995 a las 2:00 p.m. Olga Patricia Becerra estaba en la sala de parto. El médico Isaías Buenahora le entregó la bebé recién nacida a Tomás Burco en sus brazos. Esa niña, 26 años después, es una artista de la música colombiana. En marzo de 2021, la cantante lanzó su álbum “Río Abajo”, con el que fue nominada nuevamente a los Latin Grammy en la categoría Mejor Álbum Tropical Contemporáneo. Vale la pena recordar que el álbum titulado con su nombre “Diana Burco” fue la primera nominación de la artista.

Aventura en el Caribe

Diana, desde su residencia en Villas de San Francisco, Floridablanca, se conecta vía Zoom para conversar. Entre música y cultura cuenta lo que significa este reconocimiento: “esta nominación es el resultado de un trabajo muy duro que he venido trazando en los últimos años. Una cosa ha sido conocer las tradiciones de la música colombiana, pero otro proceso es crear y empezar a encontrarme desde mis propias canciones”. Todo ha sido un viaje. Ella visitó con ojos de niña curiosa lugares como San Jacinto, en el corazón de los Montes de María, donde se realiza el Festival Autóctono de Gaitas, y demás poblaciones que integran Atlántico, Bolívar, Magdalena, La Guajira, Cesar, Córdoba y Sucre. La música se le impregnó.

Trabajó con artistas representativos de la región, como el maestro de la cumbia Carmelo Torres, quien, a sus 71 años, interpretó el acordeón para el tema Bailo mi pena de “Río Abajo”. Diana vivió en San Jacinto, Bolívar, y se conectó con sonidos ancestrales. El resultado fue esta invitación al baile que dice, “bailo mi pena con cumbia Sabanera, Carmelo a mí me enseña moviendo la cadera”.

Entre tambores, maracas, artesanías y comidas típicas del Caribe, Diana construyó la base de su inspiración musical. habla de manera fluida, juguetea con las manos en las que tiene un ramillete de flores silvestres tatuado. Dice: “lo que encuentro en la tradición es una conexión mística, los ritmos típicos reflejan lo espiritual que tienen las culturas”.

La mujer que veo en frente es de ojos negros y piel bronceada. Luce el cabello castaño y abundante en una cola de caballo que se mueve cuando se expresa con carisma y cuenta que a la hora de crear suele pensar en sus orígenes: “eso me conecta para escribir desde esa agua pura donde se refleja nuestra historia e influencias desde lo indígena, la música está en todos los lugares y nos conecta con nuestra identidad diversa y colombiana”.

Diana Burco es reconocida como una de las intérpretes femeninas del acordeón más importantes de Colombia. Desde hace más de una década se destaca, además, como compositora. / FOTO SUMINISTRADA

Canciones mágicas

La artista creció en el barrio Terrazas de Bucaramanga escuchando música de origen costero gracias a los gustos de sus padres. Tomás González solía mostrarles a sus hijos cumbias y vallenatos clásicos cantados por artistas icónicos del género. Tiene 67 años, en su piel morena se vislumbra la experiencia que deja la buena escuela de la vida. Creció con vocación de maestro y es fundador del Colegio Integrado San José de Floridablanca. Con voz pausada recuerda las tardes en casa, cuando le mostró a su familia las figuras inolvidables del vallenato: “escuchábamos canciones de Juancho Polo Valencia, Alfredo Gutiérrez, Binomio de Oro, Los Hermanos Zuleta y demás. Esto seguro resonó en la cabeza de la niña”.

La sonrisa que expone, mientras termina su tinto, es particular. Luce cual padre orgulloso por la última nominación de su hija a los Grammy Latino: “fue muy rápido como desarrolló la capacidad de componer sus letras, cantar y tocar instrumentos”. Ellos tienen una relación fraternal muy especial, rodeada de música y buenos recuerdos. Tal y como se retrata en el tema que Diana le escribió, titulado Thomasito, canción tropical con letra en inglés y en español que dice “you got my soul when you shared with me the magic songs (tuviste mi alma cuando compartiste conmigo las canciones mágicas)”.

Acuerdos y acordeón

El Festival de la Leyenda Va- llenata se celebra anualmente a finales de abril o principios de mayo desde 1968 en Valledu- par. Diana Burco tenía 12 años cuando visitó, en compañía de su padre, el evento organizado por la Fundación Festival de la Leyenda. “El viaje al festival va acompañado de partido de fútbol, pescado al carbón y baño de río”, dice Tomás Burco entre risas. Ella vivió la experiencia de ver a las agrupaciones musicales grandes y pequeñas que integran la programación cada año, para luego regresar de la capital del Cesar, con asombro y admiración pro- funda por las letras y aires de la música característica del Caribe: el vallenato.

“Dianita llegó a casa pidiendo un acordeón. Entonces llamé a Rafael Pinto, amigo de la familia, porque sabía que él dictaba clases de música en la ciudad”, precisa Tomás. Con lealtad de padre, él acompañó a su pequeña en todas las sesiones durante tres semanas, hasta que el profesor Pinto dijo: “hay que comprar el acordeón”. Tres meses después podrían viajar a conquistar el Festival para la primera participación de Diana Burco con el acordeón en los brazos. Interpretó los cuatro ritmos clásicos del género: puya, merengue, son y paseo.

Para Diana, aquello fue el inicio de un sin fin de experiencias en compañía de lo que para ella se ha convertido, según lo define, “en la llave mágica que abre puertas dentro del propio intento de proponer algo: el acordeón. Se puso en mi pensamiento para ser ese llamado que me permitió encontrarme a través de él”. No le tardó mucho comprobar que ese momento sería su inicio musical, pues en las semanas siguientes participó en la agrupación Los Niños del Vallenato. Allí conoció a quién sería su tutor en la vida y las artes, Andrés El Turco Gil, maestro que durante aproximadamente 40 años ha formado reyes vallenatos, reconocidos acordeoneros y artistas.

Crecer y florecer

En un recorrido de preparación necesaria para “pulir ese diamante” como ella misma dice, recuerda momentos realmente significativos que incluyen desde partitura y teoría, hasta experiencia y exploración. A sus 16 años, la bumanguesa fue pupila de la reconocida juglaresa del vallenato Rita Fernández Padilla. Luego, interpretó a Anabel Cantor en la novela Tarde lo conocí, cuando tenía 22. Y durante el 2020 celebró su graduación como Maestra en Música en la Pontificia Universidad Javeriana.

Justamente, la compositora, acordeonera y cantante Rita Fernández recuerda que un día recibió una nota de una chica aficionada al vallenato. En la carta Israel Romero, cofundador de la agrupación El Binomio de Oro, le indicó a la niña que, si quería seguir creciendo en su carrera artística, el camino era Rita. Fue así como esta mujer conoció a Diana Marcela González. Por medio de una llamada telefónica, la juglaresa de 75 años me contó sus memorias sobre Diana en aquellos días de práctica, naturaleza y romance vallenato. Fernández,

con cariño, atesora la imagen de “una niña dulce enamorada del arte”. Con voz pausada y tranquila dice que percibió en ella el amor por la música y “una vocación como compositora muy evidente, además de su pasión por el acordeón”.

Rita, quien ha sido la primera mujer en presidir la Sociedad de Autores y Compositores de Colombia, Sayco, considera que Diana vive “abrazada a la música, al entorno del vallenato y a ésta tierra”. Por esa razón, su voz llena de sabiduría asegura que “las composiciones muy bien logradas, así como la sensibilidad de la artista, le dibujan un futuro enorme en la música colombiana”.


Diana Burco junto al maestro de la cumbia, Carmelo Torres, en San Jacinto, Bolívar. / FOTO SUMINISTRADA

Aliados para la música

Diana Burco continúa la búsqueda por empoderar a las mujeres en una industria donde se destacan en su mayoría las voces masculinas: “me puse a estudiar asuntos sociales, porque sentí que el tema iba más allá”, asegura la Maestra en

Música. “Hay una historia que no se ha contado y siempre supe que tenía que ponerme a escribir, a crear, a mostrar”. Por eso ella comparte que componer es la clave “para que nosotras mismas podamos escribir nuestra historia. La música necesita ese capítulo que solo puede lograr la energía femenina cuando se involucra en los distintos procesos de una sociedad”.

Sin embargo, ella no va sola en el camino, cuenta con un equipo de trabajo unido que la apoya en cada paso. Danny Garcés es productor de la cantante. Trabaja con ella hace varios años, la ha visto crecer profesionalmente, reconoce el compromiso con sus metas artísticas y con su público. Para él, Diana es una colega integral, “porque además de su calidad humana, es súper disciplinada y organizada con cada una de las cosas que hace a nivel musical. Simplemente; lo que ella quiere, lo consigue”.

Diana Burco quiere mostrar a Latinoamérica y Colombia de manera internacional: “el otro año vienen cosas muy chéveres, incluida nueva música y una gira en Estados Unidos programada para el mes de marzo”. La finalidad de la artista es dar a conocer la música de diferentes partes del país y seguir floreciendo con firmeza como lo ha hecho hasta ahora. Eso sí, ella afirma que todavía mantiene vivo el mismo asombro de la niña que vio por primera vez un acordeón en el Festival Vallenato.

Universidad Autónoma de Bucaramanga