Hornos crematorios para desaparecer latinoamericanos

Con las confesiones de los ex paramilitares, las víctimas y el trabajo de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD) se abrió un nuevo capítulo de horror en Colombia. Esta realidad, sin embargo, ha estado siempre en América Latina.

Por Camila Ladino – mladino200@unab.edu.co

El fuego y el humo se esparcieron para quemar la historia latina. Una campaña de represión y persecución política, apoyada por la intocable nación del águila calva, incentivó la aplicación de ideologías de torturas internacionales en el “tercer mundo”. El régimen dictatorial en América Latina llevó a las puertas del infierno a los derechos humanos e instauró la tradición de hornos crematorios para incinerar personas.

Transcurría el invierno de la Guerra Fría, los latinoamericanos tenían marcas y traumas de un conflicto que no era suyo. Sin embargo, el 25 de noviembre de 1975, dos días después de que los gringos celebraran Acción de Gracias, se aprobó la Operación Cóndor. Era innecesario. Desde 1975 a 2023, la avaricia del capitalismo permitió a los cínicos dictadores borrar la historia usando 1,800 grados Fahrenheit.

No hay registros. Poco se conoce y mucho se oculta sobre los hornos crematorios clandestinos en América del Sur. Era de esperarse, todos intentaron lavarse las manos, pero tiranos como Adolfo Scilingo, olvidaron que la sangre mancha y las cenizas quedan. La incineración ilegal de cuerpos en la Guerra Sucia de Argentina, no pudo ser negada. Gracias a personas como Carlos García y Enrique Fuckman, quienes fueron sobrevivientes del infierno de Scilingo. Con todos sus traumas, gritaron al cielo:»A veces sentíamos un olor muy feo y los guardias comentaban entre ellos que usaban el horno de la panadería para quemar los cadáveres».

 Las razones para hornear argentinos eran “simples”; ya no había espacio. “Dado que el lanzamiento de cadáveres al Río de la Plata causaba problemas a Uruguay, como la aparición de cuerpos mutilados en las playas, estaban siendo utilizados hornos crematorios de hospitales estatales para la incineración de subversivos abatidos”, alumbró la Fuerza Aérea de Brasil en un informe sobre Argentina de 1977.

Argentina tenía su “Olimpo”, una palabra definida como un “lugar aislado en que se hallan las personas privilegiadas”, según La Real Academia Española (RAE). Sin embargo, en el país de Maradona, era lo contrario. Los centros clandestinos de detención, la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada) y el CCD (Centro Clandestino de Detención) conocidos como «El Olimpo», fueron usados para cometer desapariciones, muertes y violaciones de derechos humanos a manos de las Fuerzas Federales.

A 6,630 km de distancia, en Guatemala ocurría lo mismo. El país de la eterna primavera quemaba sus flores. Un conflicto armado interno incineró un periodo de violencia y confrontación entre el gobierno y la oposición. Y al ¿pueblo?, nadie lo protegió.

En el departamento de Quiché, se utilizaron hornos crematorios para deshacerse de los cuerpos de las víctimas. Estos, eran utilizados con el objetivo de eliminar evidencia y ocultar los crímenes cometidos contra “45.000 desaparecidos, 200.000 muertos y un millón de desplazados internos de una población de alrededor de seis millones en ese momento”, mencionó Juan Francisco Soto, Director ejecutivo del Centro de Acción Legal en Derechos Humanos (CALDH) de Guatemala, para el medio Deutsche Welle de Alemania.

El Mozote y un dolor histórico 

A 4 horas y 33 minutos en bus, cruzando la frontera, las cenizas patrocinadas por Estados Unidos se esparcieron. El Salvador preparaba el carbón para desaparecer a los ancianos, hombres, mujeres y niños de El Mozote. Una de las mayores masacres del siglo 19 en América Latina empezó. No había justificación. El Mozote era una pequeña aldea, habitada por campesinos devotos a Dios y decorada por 25 casas alrededor de una plaza. Sin embargo, la misericordia los abandonó para que el glorioso ejército se divirtiera, por 3 días, con sus cuerpos vueltos cenizas. El templo del espíritu santo fue testigo de los interrogatorios y las torturas, que tenían como fin la ejecución y desaparición de 978 personas, de las cuales 553 eran menores de edad.

¡El Gobierno de El Salvador triunfó! Celebraron la muerte de inocentes y demostraron que podían ser útiles para Gringolandia. Pero, como siempre; lo que hacen los gringos tiene que ser escondido. Por eso, los hornos crematorios fueron utilizados para ocultar, una vez más, la historia latina.

Sin embargo, no fueron precavidos. En medio de la celebración se les escapó un detallito. Un mes y medio después, el periodista Raymond Bonner y la fotógrafa Susan Meiselas percibieron el humo en el cielo y publicaron para el periódico The New York Times una nota que contaba la masacre de El Mozote y hacían responsable a la fuerza armada salvadoreña. Solo una mujer sobrevivió: Rufina Amaya. Ella testificó en La Corte de El Salvador: “pude ver la montaña de muertos… Yo me arrodillé acordándome de mis cuatro niños. En ese momento di media vuelta, me tiré y me metí detrás de un palito”. No hubo justicia. Pocos días después, el país del Capitán América, que se enorgullece por ser el salvador del Holocausto, alzó la voz para desmentir a los periodistas y como diría Hugo Chávez Frías, acusarlos de “Pitiyankes”.

¿Lo irónico? Después de la aclaración, se aprobó un nuevo aumento en la ayuda estadounidense al Gobierno salvadoreño, quienes a 2023 siguen negando el horror en El Mozote. 

Los hornos de nuestra memoria 

La hojarasca era implacable. En Colombia, ni las mariposas amarillas de Gabriel García Márquez se escaparon de ser fulminadas. El bosque y el río Táchira no evitaron que se apagaran las llamas, por eso aún se siguen buscando “pruebas” sobre los hornos crematorios en Juan Frío. El Estado fue sordo, ciego e incrédulo. A pesar, de que víctimas como María del Carmen Torres, esté convencida de que su hijo fue incinerado en un horno de Villa del Rosario y quiera recuperar las cenizas. Su hijo, Sergio López, tenía 18 años cuando desapareció en la Terminal de Transportes de Cúcuta, el 10 de marzo de 2002. Ella clama por justicia, así se lo dijo a la Revista Cambio: «Sé que no está en fosas y que tampoco lo tiraron al río, quedó en el horno y lo quiero recuperar. En la funeraria me dijeron que las cenizas de una persona caben en una caja de zapatos y si es eso lo que puedo recuperar pues al menos que me dejen hacerlo». Fue ignorada.

Los campesinos son silenciados en Colombia. Por eso, solo hasta mayo de 2023 cuando desde Estados Unidos declaró Mancuso Gómez, la Jurisdicción Especial para la Paz empezó a creer en el uso de hornos crematorios para desaparecer colombianos en Juan Frío.

Al parecer, en Latinoamérica la razón la tiene siempre Estados Unidos. El rey de los países capitalistas manchó de sangre a un continente. Y como es tradición, los tercermundistas tragan entero y se arrodillan ante el sueño americano. Sin embargo, las cenizas que se derramaron dejaron huellas. Aunque los datos históricos y cuerpos incinerados se ocultaron, las voces de los sobrevivientes gritaron para visibilizar el uso innegable de los hornos crematorios. 

Universidad Autónoma de Bucaramanga