Hace algunos años la editorial Seix Barral le pidió al poeta uruguayo Mario Benedetti seleccionar un número de poemas de Jaime Sabines. Sin dudarlo, Benedetti hizo la tarea y, en un hermoso libro llamado Poesía amorosa, eligió un total de 67 poemas que van desde el primer poemario Horal (1950) hasta Otros poemas sueltos (1973- 1993). En esta selección hallamos varios de los más hermosos versos de la poesía coloquial que tratan el tema del amor, sus quimeras y sus pesadillas.

En la poesía de Sabines encontramos una voz lírica que no deja de inquietarnos y conmovernos. Sus poemas tienen la capacidad de endulzarnos el oído mientras aceptamos que el amor humano es insoportable. Cuando disfrutamos de sus versos, pasan ante nosotros como en una marcha fúnebre: la soledad perpetua, el sufrimiento humano y la ausencia desgarradora. Sabines hace del amor un juego de palabras sollozantes que, mientras soñamos, pueden mecernos con ternura o arrancarnos la piel con la más cruel de las pasiones. Desde sus primeros poemarios, el poeta mejicano reconoce que e l amor es insoportable, pues entiende que siempre hay una espera solitaria, una prórroga perpetua que nos asfixia y nos carcome. Por esta razón, aceptamos que lo que nos cuenta, en un lenguaje conversacional, no es más que la íntima epifanía de un hombre lleno de las más humanas contradicciones. En sus versos el amor es poderoso, pero al mismo tiempo excesivo; es candoroso, pero suicida: “Me dueles. Mansamente, insoportablemente, me dueles. Toma mi cabeza, córtame el cuello. Nada queda de mí después de este amor”.

En Sabines el amor, por tanto, es incómodo y trágico, pero necesario. Las imágenes de sus poemas nos dibujan el sufrimiento amoroso como un veneno del que todos bebemos. El cuerpo es una figura fragmentada que representa el dolor diverso e incomparable. El poeta sufre en todos sus miembros y cada uno de sus miembros padece el abandono. No importa sus consecuencias o sus efectos, estos poemas nos recuerdan que el amor es una “droga tremenda”, una costumbre aventurera y destructiva: “No es que muera de amor, muero de ti. Muero de ti, amor, de amor de ti, De urgencia mía de mi piel de ti, De mi alma de ti y de mi boca Y del insoportable que yo
soy sin ti”

En este sentido, encontramos que va más allá del modernismograpoético. Sabines se expresa con libertad y naturalidad extremadas, pero representando su mirada provincial de la Ciudad de México, de sus mujeres y cuerpos, de sus recuerdos carnales. Entiende que el amor nos sigue por la calle, nos acompaña en el ascensor, está en los ojos abiertos de los muertos, se esconde debajo de las piedras o nos hace llorar, a veces, furiosamente. Por que como dice él mismo: por amor “Uno puede llorar hasta con la palabra ‘excusado’ si tiene ganas de llorar”. Entonces, en el poemario el llanto y la desesperanza surgen por la ausencia del ser amado. Podemos estar solos, si no tenemos ausencias; pero el poeta las tiene, las extraña y las necesita. Puede ser que se comunique con nosotros para no sentir que la distancia o el abandono lo avasallan. No solo somos sus interlocutores, no solo asistimos al acto poético para ser las Penélopes del relato. Vale decir, como afirma Benedetti, que en los poemas del mejicano “somos la otra cara del diálogo”. Leemos a Sabines, lo sentimos, lo escuchamos y lo acompañamos en su dolor, porque sabemos de qué nos habla cuando aclara: “Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de Fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me Receto tiempo, abstinencia, soledad”.

Así pues, en Poesía amorosa descubrimos que el poeta no juega con el amor, es el amor el que juega con el poeta; el que lo hace comunicarse con nosotros libre y, al mismo tiempo, de una manera mordaz. Quizá, por eso, Octavio Paz decía que la poesía de su compatriota siempre “se convierte en una lluvia de bofetadas, su cólera es amorosa y su ternura, colérica”. En otras palabras, en este poemario nada es tan sencillo como parece, pues las reminiscencias abren heridas que demuestran que Sabines no solo contempla el mundo. Como un ser terrenal pone su propia carne, sin temor ni esperanza, a disposición de los azares del amor y de
la muerte.

*Docente del Programa de Literatura
Virtual de la UNAB.

Universidad Autónoma de Bucaramanga

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