En un cuento de Augusto Monterroso un zorro está insatisfecho con su vida y para revertir esta situación decide volverse escritor. Entonces, escribe y publica su primer libro, el cual resulta ser muy bueno. Motivado por el éxito, presenta un segundo libro y, sorpresivamente, la crítica y los especialistas lo consideran aún mejor que el primero. Su fama es innegable. Sin embargo, pasa cierto tiempo y el zorro no publica; de repente, la gente empieza  a murmurar y a pedirle un tercer libro. Cansado y con la sabiduría que a veces dan los años, el zorro reflexiona y para sí mismo concluye: “En realidad lo que estos quieren es que yo publique un libro malo; pero como soy el zorro, no lo voy a hacer.”

Sin duda alguna, cuando se lee este cuento viene a la mente la imagen de Juan Rulfo, autor de la novela “Pedro Páramo” y del libro de cuentos “El llano en llamas”. Aunque también construyó guiones cinematográficos de gran calidad literaria, a Rulfo le bastó con estas dos obras para estar dentro de los mejores del siglo XX. Su novela no deja de traducirse y es considerada una obra maestra de las letras latinoamericanas.

En “Pedro Páramo” el autor registra las voces de la sociedad rural mejicana, pero no lo hace de manera literal. Lo interesante es que Rulfo logra reinventar ese discurso, esa manera de expresarse ante las circunstancias de la vida cotidiana en el campo. Como lo expresa Juan Villoro, en esta novela “los elementos del discurso de los campesinos son reinventados y así se logra dar autenticidad a sus personajes”. Es por eso que, mientras resuenan las voces de los habitantes de Comala, se oyen sus murmullos y se sienten los lamentos que vagan en la eternidad.

El autor pone a sus narradores a contar un relato que no tiene en cuenta el tiempo cronológico y común. El pasado y el presente se funden en los cuerpos de cada uno de los personajes que han olvidado qué es estar vivo y, por tanto, olvidan medir la vida por medio del tiempo, de las horas. Todas las historias y todas las épocas parecen suceder en el mismo instante. Comala es un pueblo en el que sus habitantes se relacionan como si se hubieran conocido desde siempre. El tiempo es asumido por el autor de manera circular para mostrar las existencias espectrales de un grupo de personajes que circundan en un espacio único y espléndido donde la vida y la muerte son un mismo territorio. En un fragmento sorprendente se dice: “Aquí se han muerto hasta los perros y ya nadie puede ladrarle al silencio”.

En Comala la eternidad hace parte de la vida humana. Este espacio está colmado de voces que van y vienen; que están, como ánima en pena, errando en una especie de purgatorio terrenal. Este pequeño pueblo parece construido solo por las palabras de quienes desean irse de allí, pero solo pueden quedarse entre las anécdotas que se cuentan los unos a los otros, los unos de los otros.

En medio de un paraje desértico, Juan Preciado busca a su padre mientras los murmullos le arrebatan su propia historia y, por tanto, su vida. Allí, encuentra personajes a la espera de que alguien rece tanto por ellos que se pueda lograr el perdón y la redención de sus pecados. Sin embargo, esto no es posible.  Todos permanecen atrapados en un limbo de rencores, donde la eternidad es un castigo y no una bendición divina.

Con “Pedro Páramo”, Juan Rulfo se ha convertido en el sabio zorro del cuento de Monterroso. Su nombre está incluido dentro de los más grandes e influyentes escritores de la literatura universal. Su construcción narrativa es arriesgada e innovadora. Su pueblo ficticio, Comala, es el lugar en que vivimos de cerca la cultura popular mejicana.

Este año se celebra el centenario del escritor nacido en Sayula. Su nombre y sus obras deambularán por toda la eternidad.

Universidad Autónoma de Bucaramanga

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