Cuando la Academia Sueca le otorgó a Kazuo Ishiguro el Premio Nobel de Literatura dijo que en sus novelas “ha descubierto el abismo bajo nuestro sentido ilusorio de conexión con el mundo”. Seguramente, quien no ha leído alguna de sus obras, no logró comprender con claridad este mensaje. Por esto, hablaremos brevemente de tres de sus novelas para comprender un poco el mundo poético y estético del laureado literato.
Ishiguro es un escritor que construye personajes con una gran fuerza emocional, capaces de desentrañar sus propios sentimientos, aunque para esto tengan que pasar por situaciones melancólicas y dolorosas. Rememorar es un juego perverso, pues el pasado a veces se viste de júbilo y muchas veces de lamentos y pesares. Sin embargo, su prosa no cae en el pesimismo decadente y predecible.
En sus obras, la narración fluye con elegancia y claridad, en medio de la contemplación acostumbrada de los autores japoneses y del misterio y la magnanimidad propios de las letras inglesas. Sus tramas no caen en los lugares comunes donde todo es fácil de vaticinar. Las historias se entretejen con gran maestría, logrando que en pocos momentos el lector se adelante con seguridad al desenlace del relato.
En “Un artista del mundo flotante” (1986) un narrador confundido y desmemoriado nos presenta una historia que, poco a poco, descubriremos. El personaje central, se debate entre los elementos simbólicos de una cultura nipona que pretende preservar algunas de sus tradiciones y las costumbres occidentales con matices variados y desconcertantes. Mientras que el anciano Masuji intenta afianzarse a los recuerdos de su pasado y de sus propias fábulas, su pequeño nieto asume como héroes a El llanero solitario y a Popeye el marino.
Tres años después sale a luz “Lo que queda del día”. En esta novela el autor presenta la historia de un mayordomo que ha entregado su vida al servicio de sus señores y de la mansión Darlington Hall. Sin embargo, ante él se abren nuevos horizontes cuando su señor prácticamente lo obliga a realizar un viaje en busca de descanso y tranquilidad. Es entonces que este viaje se convierte en un trasegar por su propia existencia.
A medida que avanza por los hermosos parajes británicos, el mayordomo empieza a rememorar momentos trascendentales, en los cuales no tomó las mejores decisiones. Asistimos a la intimidad de un hombre contemplativo y misterioso que logra cautivarnos por su lealtad y diligencia, en tanto notamos que el arrepentimiento y la soledad lo abruman con mordacidad.
Finalmente, en el 2005 aparece su novela más celebrada y traducida: “Nunca me abandones”, con una trama en que se mezclan la ciencia ficción, el drama y el horror humano. En un contexto distópico, encontramos una sociedad que clona y cría seres humanos con el propósito de que, en la adultez, sean donadores de órganos. La historia es narrada por Kathy H, una joven de 28 años que hizo parte de uno de los internados y que ahora se encarga de acompañar a los “donantes”.
Con una mirada retrospectiva, Ishiguro nos muestra la vida de Kathy y sus dos mejores amigos: Ruth y Tommy. Desde las primeras páginas nos adentramos en las victorias e infortunios de estos tres personajes. En sus propias voces sabemos cuáles son sus sueños. No obstante, también asistimos al inevitable drama de su existencia: cuando sean adultos empezarán a donar sus órganos, lo cual los llevará a morir antes de los 30 años.
Así, pues, podríamos decir que en estas novelas hallamos los abismos humanos que todos tenemos. En estos abismos yacen la soledad, la culpa y el arrepentimiento. En la poética de Ishiguro revisar nuestro pasado es un arma de doble filo y el silencio es el más filoso de los lados.
En los breves diálogos entre sus personajes el silencio es una estrategia narrativa que nos obliga a completar y reflexionar lo que se calla. Sin duda, como en la gran mayoría de los autores japoneses, en Ishiguro el silencio es una majestuosa estrategia de narrar una historia y de conectarnos con el mundo.
Por Julián Mauricio Pérez G.