Por Natalia Arias Almeida / Daniela Bueno Ruíz / Wilson Vargas Ramírez
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Una tradición que ha trascendido en los años y que se ha ido perdiendo a lo largo del tiempo. Los artículos hechos a mano han permitido plasmar la cultura de los lugares. Un aprendizaje que se ha transmitido de generación a generación, pero que con el paso del tiempo se han ido agregando técnicas y elementos que han hecho que hoy en día se deba diferenciar la artesanía tradicional de la convencional.
Los productos 100% naturales se han dejado a un lado, y la producción a gran escala se ha convertido en la prioridad. La industrialización ha reemplazado las manos de los artesanos, y su esencia se ha ido perdiendo en cada cesta, tallaje, tejeduría y pintura. Para que algo sea considerado artesano es necesario que cumpla con dos características: elaboración en su totalidad a mano o con la ayuda de herramientas manuales manipuladas por sus mismos artesanos, y productos de la materia prima, conservando los colores y texturas que estos dan.
Si bien, ahora hay nuevas maneras de producir, esto ha hecho que se establezcan las diferencias. No obstante, aún en varios rincones de Santander la tradición continúa viva. Las máquinas no han podido reemplazar las horas tejiendo un canasto, un bolso, un tapete o una ruana; ni los productos sintéticos le han quitado el lugar al fique, ni a la lana, ni a la calceta de plátano.
Son días y horas con la aguja en la mano. Muchas de las artesanas que se dedican a tejer lo hacen por pasatiempo. Pueden tardar una semana haciendo un solo producto si solo utilizan su tiempo libre para tejer, como es el caso de Olga Rojas Rojas, la representante de artesanas de Charta (casi no hay hombres en este oficio). Ha mostrado sus productos en lo que se conoce como “voz a voz”, sus clientes hablan de sus trabajos y la contactan por WhatsApp. Siempre debe justificar sus precios, ya que para la gente continúa siendo caro un jarrón tejido en $80.000, sin saber que para obtener la calceta de plátano, Olga debe viajar 3 horas a la vereda donde viven sus padres, en el mismo municipio, y traer un costalado de hojas.
Los accesorios también tienen su toque artesano. La plata, el oro y las manos de Álvaro Arias Gómez dan como resultado aretes, cadenas y anillos hechos a mano. Son dos días para sacar 6 productos y subirlos a Facebook para venderlos. Lo que antes era un negocio rentable ahora se ha convertido en un oficio desvalorado. “Antes había buen trabajo porque se hacían anillos de 15 años o de grado, pero ahora la gente prefiere que le regalen un celular”, dice Don Álvaro, quien desde su casa hace todos los accesorios.
Según Artesanías de Colombia, una asociación a nivel nacional, en el 2016 había 25.651 artesanos registrados en el Sistema de Información Estadístico de la Actividad Artesanal (SIEAA). De estos, se estima que hay 3.000 en Santander. La mayoría son mujeres, según la SIEAA ellas representan el 70.5% y los hombres el 29.5%. Son varias las actividades, entre las cuales se encuentran el tallaje de madera y piedra, la tejeduría de crochet, en fique, en seda natural, la cestería y sombrería. Entre los metales está la platería, orfebrería, fundición. La cerámica y los productos lúdicos como la muñequería en trapo y madera, también hacen parte del grupo.
Santander brinda diversas muestras en cada municipio, por esto en un pueblo se encuentran fachadas de iglesias hechas en barro, pero también mochilas tejidas, o elementos decorativos en madera. Sin embargo, los cultivos también determinan las materias primas de las artesanías. Hay lugares como Curití que sobresale por sus tejidos en fique, y otros como Oiba, la tierra de la cerámica, que brinda el caolín para moldear figuras artesanales.
Un recuerdo, una obra de arte que permanece en el tiempo, pero que como han manifestado varios líderes artesanales, su tradición ha ido desapareciendo. Rescatar sus raíces es la manera de inmortalizar el trabajo hecho a mano y comprarlos es la forma de mantener viva la artesanía tradicional.
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