Gilma Sarmiento de García, de 71 años de edad, entre alegría, determinación y unos ojos brillantes que demuestran que el dolor aún persiste en su diario vivir, comenta que hace más de 45 años ha sufrido de depresión. “Asistí un día al médico general porque me sentía mal, triste, no tenías ganas de hablar con nadie y sabía que algo estaba mal en mí así que lo primero que hice fue buscar ayuda”, dice con orgullo, pues se considera una sobreviviente de esta enfermedad que, según el boletín de salud mental y depresión de la Subdirección de Enfermedades no Transmisibles, del Ministerio de Salud y Protección Social, de 2017, afecta a 350 millones de personas en el mundo, de las cuales se estima que 800 mil se suicidan cada año.
Aceptar que se tiene la enfermedad y buscar ayuda es un primer paso. Sin embargo, en Colombia, un 15 % de la población mayor de 45 años es la que menos busca atención, como lo dejó ver la última Encuesta de Salud Mental realizada por el Ministerio de Salud en 2015.
Para el médico psiquiatra Germán Eduardo Rueda, director del Centro de Investigación de Neurosiquiatría de la Universidad Autónoma de Bucaramanga, en la mayoría de los casos es difícil saber si una persona está sufriendo esta enfermedad, porque los síntomas se asocian al sentimiento de tristeza, pero “la diferencia está en que esa sensación de abatimiento, tristeza, falta de interés, pérdida o ganancia del apetito duren más de dos semanas y estén acompañados de sufrimiento, culpa, desesperanza, muerte y los pensamientos suicidas, que son la complicación más grave”, explica Rueda.
Y añade que, en ocasiones, “la gente supone que porque alguien perdió a su pareja y se deprime entonces fue esto lo que ocasionó el trastorno depresivo, y no es así. Para que una persona reaccione ante la pérdida de un ser querido con depresión tiene que haberse presentado primero un factor genético”.
Por su parte, un estudio publicado por la Fundación Saldarriaga y Concha en 2018, explica que los adultos mayores cambian los hábitos alimenticios y presentan alteraciones en sus conductas, acompañadas de la presencia de síntomas como aislamiento, dificultades para dormir o dormir en exceso, dificultad para concentrarse, irritabilidad, llanto fácil y sensación de angustia, que pueden obedecer a un cuadro depresivo.
Gilma Sarmiento dice que es consciente de que el factor que desencadenó la depresión fue un mal matrimonio. Relata que se casó joven, con muchas ilusiones, pero que no alcanzó a cumplir ocho días de casada cuando empezaron los problemas maritales que fueron afectando su estado anímico y físico. Meses después fue enviada a psiquiatría. “Llevaba varios meses en tratamiento, pero mi estado de ánimo no mejoraba. Le cogí fastidio a los hombres, y un día, en la mañana intenté tirarle agua caliente a mi marido. Debido a este episodio, los médicos decidieron darme una orden de separación e internarme en una clínica de reposo llamada San Pablo”. Recuerda esa experiencia como algo amargo, pues en su opinión, estar internada no ayudó en nada a su situación, ya que permanecía encerrada todo el día.
Al cumplir dos meses de tratamiento, los médicos acordaron darle de alta y le recomendaron cambiar de ambiente. Fue entonces cuando decidió mudarse a Bogotá. Su enfermedad resistía a irse y al poco tiempo de estar en la capital empezó a sentirse mal. Recuerda que un doctor fue el que la hizo darse cuenta que, a pesar de haber cambiado de ciudad, seguía haciendo las mismas cosas que antes. Decidió obedecer el consejo del médico y empezó a sentirse mejor.
A diferencia de muchos colombianos que padecen esta enfermedad, Sarmiento derribó barreras y buscó ayuda. Y es que, como lo evidencia la Encuestas Nacional de Salud Mental de 2015, adelantada por el Ministerio de Salud, existen distintas barreras de acceso a los servicios de salud mental que se relacionan con lo geográfico y lo actitudinal. Es decir, “las creencias negativas frente a los sistemas de salud, la mala interpretación acerca de las consecuencias a los tratamientos, la baja necesidad percibida de requerir ayuda y el autoestigma”, limitan el acceso al servicio
Pero Sarmiento comenta que “nunca le importó el qué dirán. No había tiempo de pensar en qué iban a decir de mí, era eso o estar bien para mis niños”, dice en una mezcla de firmeza y risa, pues añade que al fin y al cabo nunca sintió que fuera una mujer acorde a su época y que no sabe por qué razón hablaron más mal de ella, si por querer curarse o por los métodos que utilizó para hacerlo.

La psicóloga especializada en el área organizacional, Silvia Paola Parra González, plantea que, como está concebido el sistema de salud también se limita la identificación de los pacientes. “En ocasiones el entrenamiento del personal de salud no es el correcto y estas patologías pasan desapercibidas. A las personas les da pena consultar por motivos psicológicos, el estigma social que aún se tiene sobre las enfermedades afectivas es grande, pues la gente piensa que si alguien va al psicólogo es porque está loco”, expresa Parra.
Para el siquiatra Rueda, existen diversas causas biológicas que pueden producir depresión y que el psicólogo no está en capacidad de poder diagnosticar. “Lo mejor es que la vía de entrada sea el médico general y este determine si ese estado lo debe ver un psicólogo o un psiquiatra, de acuerdo con el grado de gravedad”, añade.
Pese a los tratamientos, los riesgos persisten
Gilma Sarmiento manifiesta que durante los dos años que padeció de depresión nunca tuvo pensamientos suicidas, no dio cabida a que la enfermedad afectara al extremo su realidad, y aunque vivió momentos duros, su polo a tierra siempre fueron sus hijos. Cuenta que los especialistas no fueron de mucha ayuda, lo justifica diciendo que en su época las enfermedades mentales eran tratadas de otra forma, pues se curó por sí sola, eso sí, con ayuda espiritual que fue buscando y con los consejos de ese médico general.
Para Rueda sí es posible curar una depresión sin ayuda médica, ya que se trata de una enfermedad que se presenta por episodios que en promedio duran ocho meses, lo que quiere decir que, aunque no todas las personas mejoren a los ocho meses, hay una cantidad que sí lo puede lograr. El problema, es que, aun así, existe el riesgo de suicidio. Por eso el detectar a tiempo la depresión y el tratamiento a seguir es crucial.
Por Silvia Juliana Parra García
sparra35@unab.edu.co