Por María José Rojas / mrojas856@unab.edu.co
Luego de más de 40 días de encierro y de las vacaciones obligatorias que dieron como solución en la oficina de Ana María Núñez Serrano a la cuarentena que estableció el Gobierno colombiano para la prevención de la pandemia, todos en su familia están a la expectativa de hasta cuando se prolongará. Uno de los sectores que fue retomando sus labores, poco a poco, fue la industria automotriz, en la que se desempeña Núñez Serrano, en la empresa Dismacor. El 12 de abril, el jefe de esta mujer hizo una reunión con todos sus empleados y les mostró el comunicado en el cual se establecían los parámetros para el nuevo comienzo.
Al mismo tiempo, los colegios llegaron al acuerdo de brindar clases con apoyo virtual y así poder seguir con la jornada académica. Según Ana María, las cosas para ella en su hogar se convirtieron poco a poco en una pesadilla. “Emilio (Buelvas Núñez, su hijo) ya se siente enfermo, le da dolor de estómago, dolor de cabeza, llora. Está muy asustado y grosero todo el día. Esto realmente le está afectando… A todos”, dice.
Se desató el caos entre el tiempo de trabajo y la necesidad de ayudar a su hijo con las clases, las cuales hasta el momento el niño ha tenido que tomar paulatinamente, pues debía atender su trabajo, y así era la situación de toda la familia. “Ya no sé qué actividades ponerle a hacer, nada es suficiente para que esté tranquilo. Es desesperante tanto para él como para mí en varias ocasiones, ni las clases, ni los juegos o la tecnología funcionan para mantener a mi hijo tranquilo”, manifiesta esta mujer de 46 años de edad, madre de un niño de cinco años.
Antes del encierro, su hijo se levantaba a las 5:00 de la mañana para arreglarse y salir al colegio donde cursa transición. Su horario, de 7:30 de la mañana a 12:00 del mediodía. Sus jornadas las dedicaba a jugar, aprender de forma creativa y compartir con sus compañeros. Para Jerónimo González, de cinco años y compañero de Buelvas Núñez, la diversión antes de la cuarentena también era ir al colegio, cocinar e ir a cine, según su madre Liliana González, de 43 años.
Cuando la covid-19 llegó a Colombia, para los niños se hizo imposible salir de sus hogares y
seguir con las actividades cotidianas, pues junto con los adultos mayores, se convirtieron en población en riesgo. “Creo que él (Emilio) no entendía muy bien la situación, no entendía que no podía salir y lloraba varios minutos por no poder ir a la tienda o recibir un domicilio, algo tan básico como eso”, expresó la madre de Buelvas Núñez.
Dice que los primeros días no representaron novedades para él, pues creía que eran vacaciones, pero con el paso del tiempo su madre le explicaba la situación del mundo entero; parecía entenderlo como un adulto comprendía la necesidad de quedarse en casa.
Después de un mes, Emilio Buelvas empezó a experimentar ahogo, fatiga y dolores fuertes de cabeza. Su familia atribuyó esto a la necesidad de salir y no poder hacerlo, tal como
les pasaba a ellos.
Para Liliana González, los días cada vez se complicaban más, pues su hijo se tornaba
grosero, quería llamar la atención realizando cualquier tipo de acción inadecuada, y lo más importante para ella, la culpaba por no poder salir. “Ellos también sufren el aislamiento, pero no saben expresar lo que sienten y tampoco saben por qué lo sienten”, expresó la madre. Estas dos mujeres seguían sus deberes laborales desde su casa, incluso por situaciones extremas debían salir de ahí, lo que hacía más difícil el desempeño en su trabajo, pues los niños requerían tiempo y no podían concentrarse y rendir en ninguna actividad. “Yo me sentaba en el computador a responder correos o realizar un documento y llegaba él a pedirme comida, a pedir que jugáramos y como yo le decía que no, que estaba trabajando y que debía esperar. No se puede”, expresa Núñez Serrano.

Según la Academia Estadounidense de Pediatría, entre uno y cinco años de edad los niños asumen muchos cambios importantes a nivel físico y cognitivo, incluso realizan una transición entre ser muy calmados y ser hiperactivos.
Los niños en edad preescolar (3 a 6 años) sufren cambios físicos, por lo tanto, un óptimo desarrollo incluye correr, saltar, jugar pelota e incluso montar bicicleta, pues lo anterior ayuda a un adecuado crecimiento de su cuerpo. Ahora bien, las habilidades cognitivas como el lenguaje, aprender a escribir, y las habilidades de memoria, también se afianzan en esa edad. Entre otras está el comportamiento, que se encarga de moldear los buenos hábitos del infante, se aprenden en ese lapso, según establece la Biblioteca Médica de Estados Unidos.
La preocupación de las madres iba desde la duda del verdadero aprendizaje de las clases
en línea, pues a finales de año el infante debe salir leyendo y escribiendo para poder entrar a primaria, y también entre la salud y la marca psicológica que puede dejar en el niño esta situación. “A veces llora sin saber por qué, no quiere ir a ningún lado solo porque le da miedo. Grita y contesta mal cuando se le ordena algo, ya no se tiene una rutina, todo lo hace cuanto quiere”, cuenta Ana María Núñez.
Los niños sufren a su manera las consecuencias del encierro. La falta de orden en sus jornadas, el cambio radical de educación, la falta de actividades al aire libre y ver a sus compañeros, son algunos aspectos que han afectado los últimos meses más importantes
de su desarrollo. Sin embargo, las madres se mantienen positivas pues en algún momento esto pasará y sus hijos podrán volver poco a poco a la normalidad.
Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane), Santander cuenta con una población de niñas y niños entre 0-5 años de 41.540, de los cuales el 48,85 % corresponde a niñas y el 51,15 % a niños, representando un 7,86 % del total de la población, algunos de ellos no cuentan con las condiciones apropiadas para crecer de manera adecuada o para afrontar un aislamiento, teniendo en cuenta recursos y espacio en sus hogares.

Emilio aprendiendo los números en una de sus clases en medio del aislamiento. /FOTO MARÍA JOSÉ ROJAS
Desde el 11 de mayo, día en que en Colombia se permitió que los niños salieran a la calle en jornadas cortas, en compañía de sus padres, la situación para estas madres ha cambiado un poco, y la ven con optimismo. “Le compramos tapabocas para niños e incluso una máscara de acetato para que no llevara nada a su cara. Verlo correr así era desesperante, se ahogaba. Pero se veía feliz”, contó Ana María Núñez.
Decisiones como continuar con su hijo en preescolar, pausarlo o enseñarle en casa, siguen rondando en la cabeza de las madres. Para estas mujeres lo más importante es que sus hijos sigan el transcurso normal de su vida, dentro de los protocolos de seguridad.