Por: Emmanuel D. Sánchez Prieto / esanchez381@unab.edu.co 

Para encontrar a uno de los embajadores de la literatura en Bucaramanga, hay que atravesar la vía que conecta la capital del departamento con Bogotá. Ahí llego, exactamente a la vereda Árbol Solo, zona rural de Curití y ubico la finca Los Guayacanes. Me recibe un hombre con sonrisa amable, gafas con aumento respetable y dueño de una delgadez quijotesca. Me invita a seguir, me ofrece tinto, whisky o cerveza, mientras fuma sin freno. Le lanzo la primera pregunta: volvamos al pasado, ¿qué me puede contar de sus padres? Rymel se toma su tiempo, agarra la colilla a punto de extinguirse y con esa misma enciende un nuevo cigarrillo Premier de su cajetilla. 

Mi papá se llama Rymel Serrano Uribe y es de Piedecuesta, mi mamá se llama Paulina Novoa Novoa y es de Bucaramanga. Mi papá se fue a estudiar a Bogotá y comenzó a trabajar. Se conocieron en Bogotá y se casaron, se quedaron a vivir y ahí nací yo. Soy el segundo de ocho hermanos. Mi hermana mayor se llama Sitca. Se les dio por unos nombres raros, como el mío.

¿Recuerda cuál fue el primer libro que leyó?

El primero no. En casa de mis papás estaba un librero grande y apenas sabía leer. Había unos libros que de pronto me va a fallar la memoria, pero sí fueron claves, era una serie de libros sobre unas aventuras de nazis en el desierto de Gobi. Creo que los personajes debían ser jóvenes. Recuerdo que fue una lectura que llevé mucho tiempo. Me demoré mucho leyendo toda la serie, pero me fascinaba, hace rato, no me acordaba de eso porque yo miraba los libros y me gustaba ir mirando y leía los títulos. El hombre que fue jueves de Chesterton, por ejemplo, siempre me llamaba la atención, lo leí apenas hace unos dos años, pero ese título me incitaba. Yo leía novelitas de vaqueros, leía cómics, iba leyendo y fui cogiendo el gusto por leer.

Rymel en su cumpleaños número cuatro en el jardín de infancia en la casa de Bogotá. Foto: cortesía de Rymel Serrano

¿Qué le queda en la memoria de esa Bogotá?

Bogotá estaba llena de rolos que se creían distintos a los bogotanos de ruana. Había una Bogotá que venía desde La Violencia, existía esa afluencia de gente de todo el país que sobre todo a comienzos de los sesenta fue muy fuerte. Por ejemplo, mis papás venían de Santander, uno tenía vecinos del Tolima, de Antioquia, de España, los otros de tal lado. 

¿Le gustaba la amplia oferta cultural de la capital?

Sí, claro, porque la literatura, la poesía, que me gusta más llamarla así, es un arte. En esa época el cine era sensacional. No creo que haya una época mejor que otra, pero recuerdo que el cine era sensacional. Fue un momento del cine impresionante, porque gente como Luchino Visconti y François Truffaut eran directores que estaban arrancando y el cine comenzaba a ganar en la parte artística. 

¿Qué es la literatura para Rymel?

Muchas cosas. Yo no creo que escribir pueda ser una profesión, es una vocación que en un momento dado roza la fortuna y a la persona se le paga por un trabajo que hace, ¿no? Porque una vocación es también un oficio, pero tiene unas búsquedas muy diferentes. La vocación es más el sentir que el vivir, tiene que ver con eso que haces con sembrar, con cantar, con dedicarte a algo y profesarlo. No a la búsqueda de un dinero, ni de una productividad económica.

¿Cómo vuelve a Bucaramanga?

Porque me enamoré de una mujer santandereana y tenía el recuerdo bonito de niño con mis abuelos. Pero detesté el regreso porque me trataban de marica por el pelo largo, mis colores en la ropa y mis pantalones bota campana. Y yo llegaba y veía estos muchachos, pues de mi edad, y se vestían igual a los papás. eso a mí me parecía muy llamativo: zapatos de viejo, ropa de viejo, pantalones de viejo, todo como quedado en el tiempo. 

¿Cómo empezó a dar clases?

Un día un tío me agarró del brazo en su oficina y me dijo: “acompáñame a dar una vuelta por los salones”, como él era el rector, me fue llevando y de pronto entró a un salón de segundo bachillerato. Les dijo: “les presento a mi sobrino Rymel Serrano, de aquí en adelante él es profesor de civismo”. Yo odiaba el civismo. Era un muchacho rebelde, anarquista me creía yo. Oiga, y me pasó el libro de civismo y se largó. Me dejó metido: hijo de puta. Y estos muchachos comenzaron a burlarse de mí y me tiraban tiza y botaban papelitos, terribles. Yo no sé, duré ahí como dos meses en una pesadilla. Los otros profes me acogieron y fui aprendiendo poco a poco. 

Rymel a los 15 años. En esta imagen ya había descubierto su pasión por la literatura. Foto: cortesía de Rymel Serrano.

¿Y cómo llega a la universidad?

La enseñanza universitaria es una vocación, también en sí es muy chévere el mundo de los profesores, porque uno siente que puede aportar y que está fuera de todo el caos social. Lamentablemente, creo yo, que la academia ha ido derivando hacia unas partes administrativas y hacia una serie de procesos que a mí no me parecen convenientes y me parecen muy estériles. Antanas Mockus una vez recuerdo que hizo una conferencia muy chévere, eso como hace ya casi 30 años que le preguntaban «¿cuál era la Universidad del futuro?» Y él decía que debía ser un campus universitario en donde no había salones. Había profesores que estaban andando por ahí tomando tinto sentados en un jardín y los estudiantes los buscaban. El estudiante iba a buscar a su profesor, iba a que la universidad le diera lo que él quiere, iba a hacer preguntas. Si tú dices yo quiero periodismo, entonces llegas a un lugar y vas y lo buscas y lo pretendes tú y lo evalúas tú, no es que te pongas a entrar a un salón donde un profesor y un sistema y un pensum organizan un poco de cosas y el estudiante va en una actitud muy pasiva a amoldarse al profesor y a pasar la materia, hasta que me den mi título.

Entonces lo que debe haber es el estudiante que va y busca el profesor que quiere. Hombre este tipo Rymel se mueve en la parte literaria. Yo quiero saber algo de Dostoyevski, de García Márquez de tal o de literatura o que me diga que me muestre poetas. Y yo contesto preguntas o conversamos o no, porque no te gusta. Ah, tú tienes como este interés, como que te gusta leer. Es el estudiante quien debe aprender y buscar a su maestro, ¿no?, así era la educación en la Grecia antigua, buscaban a Sócrates, ¿dónde está Sócrates? ¡Ah! Ese se la pasa por allá, por los platanales de al lado del templo. Caminando por ahí lo buscaban, le hablaban y se sentaban a conversar.

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Universidad Autónoma de Bucaramanga