En Piedecuesta, municipio de Santander, vive Claudia Patricia Parra Silva, quien quedó embarazada a los 21 años, a los 26 fue víctima de violencia y hace parte de cerca de la mitad de las mujeres colombianas que, según la última Encuesta Longitudinal Colombiana (Elca), realizada por la Universidad de los Andes y el Instituto de Familia de la Universidad de la Sabana, son cabeza de hogar en el país.

Claudia o ‘Pato’, como le llaman sus amigos, llegó del socorro a Bucaramanga en 1978 junto a su familia, entre ellos sus padres y ocho hermanos. Seis años más tarde quedó embarazada y debido a que su pareja no se hizo cargo, tuvo que enfrentar la maternidad sola. “En esa época era más difícil tener hijos solas. Toda mi familia estaba en mi contra, sufrí maltrato psicológico por parte de mis papás y mis hermanos, me humillaban por el error que había cometido, pues para ellos había sido la deshonra de la familia”.

La sicóloga Juliana Pinto Moreno explica que la violencia intrafamiliar hacia las mujeres ya sea en las relaciones de padre a hijos o de pareja recae en el machismo, en una sociedad patriarcal en la cual el hombre ha tenido dominio sobre el cuerpo y mente de las mismas y el pensamiento de que son propiedad privada del hombre.

Parra Silva recuerda entre nostalgia y unos ojos brillantes, a lo mejor por el dolor que vivió, que los primeros meses de embarazo fueron complicados. Para que su papá no se enterara de su situación, pues era un señor chapado a la antigua, su mamá la internó en el convento para madres solteras Hogar Corazón de María (barrio Niza). Allí solo salía para ir a las consultas médicas e iba acompañada por una de las monjas, la hermana Belén Aguirre.

“Mi vida allá era triste, lloraba mucho, me daba ‘mamitis’ a esa edad, pero mi mamá no me quería ni ver, mi papá seguía sin darse cuenta, porque decían que si él se enteraba había problemas”. A los nueve meses de embarazo Aura María González, esposa de un tío, fue a visitarla. La vio deprimida, decidió sacarla del internado y llevarla a su casa. A pesar de la ayuda que recibió de Aura González, su vida continuó en un círculo de maltrato.

Una vida diferente

Fuera del convento, Parra Silva se enteró de que iba a tener una niña. La bebé nació el 14 de enero de 1985 y fue bautizada como Nathaly. “Ahí empezó mi vida como madre soltera, la esposa de mi tío me abrió las puertas, me ayudó en la dieta y me quedé en su casa durante dos meses”, cuenta mientras rememora cómo sacó a su hija adelante.

Cuando Nathaly cumplió dos meses, ella volvió a su casa. Dos de sus hermanos le habían contado la verdad a Alberto Parra Alonso, su padre. Para regresar tenía que cumplir una condición que él le puso: aunque vivieran “bajo el mismo techo”, no se podían ver. “Siempre que él llegaba me tocaba esconderme en la habitación. Cuando me encerraba veía por la rendija de la puerta que él pasaba y consentía a la niña en silencio”, añade Claudia.

Claudia Parra Silva cumpliendo su rutina diaria, “para mí no existe un día en que no me tome mi café y me fume un cigarrillo”. /FOTO SILVIA JULIANA PARRA GARCÍA

Conseguir empleo fue difícil, se presentó a muchas vacantes, pero no la llamaban, vendió tortas y mantecadas mientras conseguía un trabajo estable. Seis meses después de estar intentándolo obtuvo un empleo en la Cooperativa del Magisterio de Santander y con lo que ganaba cubría sus gastos y los de la niña.

Actualmente existen parámetros establecidos por la Corte Constitucional para ostentar la calidad de madre cabeza de hogar y poder recibir ciertos beneficios de ley como lo son la protección laboral, derecho a vivienda y educación, aun así, según Diego Leal Carreño, abogado de familia, “son pocas las mujeres que se benefician del ‘retén social’, nombre de la ley, pues los requisitos (que esté a cargo de hijos menores o incapacitadas para trabajar permanentemente, que no tenga apoyo de su pareja o de demás miembros de la familia) son difíciles de cumplir”.

Violencia física

A los seis meses de estar con su madre, conoce a Obdulio Angarita, quien la acompañó por más de 21 años, y agregó miedos e inseguridades a su vida. “Yo solo pensaba que en cualquier momento iba a llegar y me iba a matar”, cuenta mientras piensa en esa época difícil, porque no solo la afectaba a ella sino también a sus hijos. Según la sicóloga Pinto Moreno, el maltrato intrafamiliar trae varias secuelas en la vida de los niños. Ellos van a asumir una postura frente a esa violencia, puede que queden paralizados, algunos pueden no saber qué hacer y esto va a influir en el crecimiento de la persona en cuanto a expresar sus emociones.

Se conocieron fuera de la casa de su mamá ubicada en Lagos (Floridablanca), empezaron a hablar y las cosas marcharon rápido. En su cabeza persistía el deseo de irse, pues no aguantaba más las humillaciones y el maltrato psicológico de su madre. Él le propuso vivir juntos y ella accedió. Con el paso del tiempo conoció realmente a la persona con la que estaba viviendo. Angarita llegaba tarde, tenía problemas con el alcohol, y las groserías iban y venían para ella cuando él estaba borracho. También en ocasiones la golpeaba fuertemente.

Parra Silva dice que tenía una relación de apego con Angarita, por eso, pese a las señales de maltrato, seguían construyendo un hogar. De esta relación nace su segundo hijo, Manuel Angarita Parra, quien creció en este ambiente. “Ya nosotros nos preparábamos, él llegaba borracho de jueves a domingo y nos quitaba la tranquilidad”, comenta, y añade que en esos actos de pelea no solo se metía con ella, cuando su hijo cumplió 14 años se la “empezó a montar” también.

Cuenta que una noche en su casa era escuchar gritos, golpes, insultos y quedarse sin luz porque él bajaba los tacos. Duró dos años pidiéndole a Angarita que se fuera de la casa, pero nunca accedía. Un día, el 1 de julio de 2013, llegó más ebrio y agresivo, le pegó un puño muy fuerte en la espalda, su hijo escuchó y se le iba a enfrentar. “Yo cogí a Manuel y nos metimos los dos en la habitación, fue una noche larga, pero yo sabía que él ya se tenía que ir de mi casa”. Al otro día, después de tantos años de pedirle que se fuera, él accedió a hacerlo. Durante seis meses siguió molestándola, pero después de un año de estar separados la dejó tranquila.

Seis años después de haber liberado su vida, acepta que no fue del todo víctima, pues permitió que esa persona la maltratara aun cuando no necesitaba nada de él. Sacó a sus dos hijos adelante, “por ellos logré salir de ahí”, y ambos son profesionales.

Por Silvia Juliana Parra García

sparra35@unab.edu.co

Universidad Autónoma de Bucaramanga