
Por Lucía Estupiñán
lestupinan350@unab.edu.co
Saira Martínez Blanco nació en Piedecuesta en 1984, es la tercera de cuatro hijos del matrimonio Martínez Blanco, a raíz de la separación de sus padres y con 16 años, decidió independizarse. Aunque durante cuatro años no estuvo segura de lo que quería, sabía que “mi ideal de vida no era estudiar porque no sabía qué, lo único que tuve claro era que no quería ser docente como mis padres, y que la música era muy importante para mi vida”.
Desde su infancia siempre estuvo presente la música, en especial el género andino, gracias a su papá, Eduardo Martínez Manosalva. “Mi papá me ponía a cantar mientras tocaba la guitarra, canté frente a muchas personas; sin embargo, una de las cosas más difíciles para mí era hablar, me daba pánico hablarle a alguien”.
A los 20 años decidió casarse. “Por la ausencia de mis padres pensé que mi realización era tener un hogar, entonces conocí un hombre y me casé”. Con el matrimonio solo pudo llenar vacíos emocionales.

Al pasar el tiempo se dio cuenta de que no era feliz. “No tenía logros personales, entonces empecé a tener la necesidad de querer estudiar”. Saira hizo un curso de comida saludable, uno de belleza y uno de meditación, los celos de su esposo no le permitían salir de su casa -donde lo tenía todo menos felicidad- para hacer una carrera profesional.
Descubrió su vocación
En medio de sus cursos y las lecturas que le aconsejaban, Saira se interesó por estudiar psicología. La negativa del machismo que irradiaba su esposo la alejó temporalmente de este deseo. “Le dije que era el estudio o el divorcio, y me aconsejó clases de música”. Como a Martínez le gustaba este arte, decidió hacer caso a la petición de su pareja, empezó a cantar en la iglesia donde él ejercía como teólogo. “Yo era muy permisiva y sumisa”.
Sin embargo, poco tiempo después Saira se dio cuenta de que la música no era para ella más que un medio para desarrollar habilidades, y quería realmente un desafío que le permitiera realizarse como persona. Fue así como dejó de lado la intimidación de su esposo y decidió que sería psicóloga.

A pesar de sus miedos e inseguridades, esta santandereana conoció en sus primeros meses como estudiante universitaria a profesores y compañeros que le hicieron sentir que alguien creía en ella, y la motivaron a esforzarse para terminar su carrera y luchar contra su pánico escénico. Y la música fue clave en ese proceso. “La música logra despertar emociones, abarca la dimensión completa de los seres humanos ya sea en la parte mental, emocional o física”.
Desafíos
Cuando estaba en quinto semestre de psicología, Martínez Blanco tomó una decisión drástica por presión de su esposo: “Renuncié a mi carrera y tuve que asumir el ‘rol que dios me había dado’. Decidí quedar embarazada y así fue”.
A los cuatro meses de embarazo encontraron una bacteria en su cuerpo que podía tener consecuencias irreparables en su hijo. “El doctor me dijo que podía afectar a mi bebé y nacería ciego. Entré en llanto, oraba mucho, pedí perdón, en ese momento solo quería un hijo feliz, sin importar la condición que viniera”. Dos meses después se enteró de que la bacteria no tocó la placenta y su hijo Daniel finalmente nació en perfectas condiciones.
Mientras criaba a su hijo continuaba sus estudios en modalidad virtual en la Universidad Católica del Norte. Poco después se mudó con su esposo a Bogotá, donde movió su carrera a la Universidad Ciencias de la Salud.
En búsqueda de su felicidad
Cuando Daniel tenía tres años Martínez se cuestionó realmente si siendo una mujer infeliz iba a poder criar a un niño feliz. La negativa a su interrogante le dibujó una sola opción en el camino: el divorcio. “Cogí mi chinito, la maleta y me fui a Cimitarra, Santander, donde vivía mi hermana”.
Al llegar a Cimitarra, en busca de un ingreso que le permitiera vivir bien con su hijo, abrió un restaurante vegetariano y empezó a dar asesorías de tareas a los niños que no supieran leer, escribir, ni sumar. “Mi metodología era que ellos se divirtieran y aprendieran a través de la música, les llevaba un micrófono y ponía tonalidades en el televisor, nos divertíamos mucho”.

Entre las risas y los juegos, esta santandereana les enseñaba a los pequeños a descubrir el potencial que a ella le tomó décadas.
En 2015 Martínez decidió migrar hacia San Gil, donde primero que todo buscó una escuela de música para su pequeño. Explorando el mundo cultural que se esconde entre las montañas de Santander, la piedecuestana notó que hacía falta una educación más profesional sobre la música en la región, y convenció a su hermano, Roberd Martínez Blanco, de dejar su trabajo y emprender juntos la Escuela de Formación Musical José A. Morales.
El nombre fue en homenaje al compositor y tiplista socorrano José Alejandro Morales, quien compuso la primera canción protesta de Colombia, Ayer me echaron del pueblo. “Mi hermano vio el nombre en un folleto, era sobre el concurso que se celebra en el Socorro, a los dos nos gustó y le dije: no busquemos más, ese va a ser el nombre de la escuela”.
Aprender con música
Graduada de psicología en 2016, las prioridades de Saira no van más allá de la felicidad de su hijo y el trabajo en la Escuela, que ahora es enteramente suya, luego de que su hermano tuviera que dejar el proyecto. “A mí no me interesa tener inscripciones por montones, sino que el niño viva una experiencia de felicidad, así como la vivió mi hijo. El aprendizaje de los niños ha sido tan positivo que hasta los adultos se animaron a estudiar instrumentos musicales”, afirma. Hoy tiene 50 estudiantes de entre tres y 71 años, y procura que cada día disfruten y aprendan más del mundo musical.
Sin embargo, debido a la pandemia del covid-19, la profesora tuvo que migrar al ciberespacio. “Casi me quiebro, pero poco a poco se dieron las cosas”.
Saira se ve como una mujer que inspira a otros a dejar a un lado los temores y las etiquetas, cree que a través de la música el ser humano puede dejar sus miedos y desarrollar sus habilidades. “Quiero inspirar a niños, jóvenes y adultos, y mi carrera me ha dado la oportunidad de hacerlo. Junto a Carlos Vásquez Soto, tiplista de la región, crearon Entre Ritmos y Acordes, un programa transmitido por Facebook que resalta la música regional y permite visibilizar a los artistas santandereanos, este programa se emite cada 15 días, los sábados a las 6: 30 p. m.