Apenas hacía una semana estaba en Francia, haciendo una de las actividades que más le gusta, bailar y mostrarle al mundo una parte de lo que tiene Colombia. Pero al regresar a su país volvió a la rutina y a los pasillos de ese hospital de Bogotá donde últimamente pasaba más tiempo que en su propia casa. Sentía como si los huesos se le partieran lentamente y los músculos se contrajeran. Como cientos de agujas enterrándose en su cuerpo, era una sensación insoportable, un dolor que lo hacía desfallecer.

Los nervios aumentaban al mismo ritmo que la ansiedad. Pronto sabría qué tenía, por qué ya no podía ni caminar, al punto de tener que estar en silla de ruedas. Ese noviembre de 2017, Jhonny Rentería Martínez le dio un nombre a aquello que lo ha estado haciendo sufrir. “Cuando me dijeron que tenía un Linfoma No Hodgkin, o sea, un tipo de leucemia, me reí. Ya por lo menos sabía a qué me iba a enfrentar”.

Antes de ese diagnóstico final y con apenas 27 años de edad, este joven de Chigorodó, Antioquia, estudiante de Licenciatura en Danza (Universidad de Antioquia), hacedor y compositor de bullerengue –un baile canta’o de la región de Urabá y Los Montes de María–, llevaba alrededor de un año padeciendo esos dolores a los que ni los médicos le encontraban solución. Sin embargo, muchas cosas lo motivaban, por ejemplo, ser parte del proyecto ‘Rostros de la Cultura Colombia’, del Ministerio de Cultura, el cual recogió las historias de personajes con él que desde las regiones viven y luchan por las tradiciones.

“Lo sentía en todos los huesos, sobre todo en la parte sacro dorsal y de las piernas. Era impresionante, como si se succionara la carne. Me decían que la única forma era tratarme psicológicamente para que yo aprendiera a vivir así”, agrega.

En medio de la desesperación y la desilusión, había decidido consultar con sus médicos acerca del proceso de eutanasia. La enfermedad estaba avanzada y para ese entonces aún no se sabía a ciencia cierta qué tenía. De lo que sí estaba seguro era que le quedaba poco tiempo de vida. Y aunque su miedo a la muerte se esfumó, el temor de dejar a su familia, irse sin haber cumplido sus sueños y propósitos relacionados con el arte aún seguía vivo. “No estaba preparado para recibir un diagnóstico de ese tipo, además, toda mi vida había pensado que si recibía una noticia como esa, preferiría morir. Veía la muerte como una solución inmediata, pero me iría muy triste… lloraba mucho”, añade este urabeño, a quien le tocó vivir solo gran parte de este proceso, en la fría y caótica ciudad de Bogotá.

Empezar de nuevo

Actualmente Jhonny Rentenría recibe su tratamiento oncológico en la Clínica Vida Fundación de Medellín, Antioquia. /FOTO TOMADA DE FACEBOOK

Aunque algunos amigos sabían de su situación, él nunca quiso decirle a su familia, no obstante, compuso una canción en la que dejaba plasmado un mensaje claro: quería que lo despidieran con el sonar de los tambores y un canto bullerenguero. Era consciente de que su estado era cada vez peor. Ya no podía trabajar, parecía que su peso corporal bajaba al mismo ritmo con el que se movían las agujas de un reloj. Aun así, el día que le confirmaron que tenía leucemia –cáncer en la sangre– y que podía recibir un tratamiento de quimioterapia para, posteriormente, ser sometido a una operación en la que le trasplantarían la médula ósea, se sintió tranquilo. Sabía a qué se enfrentaría y cómo combatirlo.

Pero seguía pensando que lo mejor era que sus seres queridos no se enteraran, creía que su madre, Flor Martínez, no soportaría ese proceso. “Una amiga se tomó el atrevimiento de contarle a mi familia. Les dijo que yo estaba muy enfermo, que estaba solo luchando contra el cáncer, por eso mi mamá decidió viajar e ir a apoyarme”. Era la primera vez que ella salía de su pueblo, de su finca, para enfrentarse a los retos de la ciudad.

Ese día, finales de noviembre de 2017, mientras una amiga recogía a su madre en la terminal de transporte, él la esperaba en casa con tres sudaderas y tres buzos puestos para que no lo viera tan delgado. Al llegar, ella hizo como si no pasara nada, no soltó una lágrima, no mostró su dolor, no se derrumbó, sino que, por el contrario, se mostró fuerte y dispuesta a todo por su hijo. Sentirla ahí, cerquita, ver la casa con otro ambiente, sentir los besos, abrazos y cuidados de su madre, hicieron que él abandonara la idea de morir. Se repetía una y otra vez que debía mejorar, que tenía que utilizar la música y la danza para liberar esa depresión y estrés. En ese momento ya no podía cantar, todo el día lloraba al darse cuenta de que ya casi no podía hablar, siempre estaba acostado, con fiebre de más de 40 grados, su vida había dado un giro inesperado, además, no contaba con espacios suficientes para expresarse a través del arte. Por eso decidió pedir traslado a una clínica en Medellín. Sabía que todo sería más fácil si estaba rodeado de sus seres queridos, amigos y personas con las que compartía su amor por el folclor.

Para Ana Paola Moreno Quintero, licenciada en Musicoterapia de la Universidad del Salvador, en Buenos Aires, Argentina, “de acuerdo a diversos estudios, la música ayuda a afrontar secuelas del tratamiento al disminuir la percepción de dolor y, por ende, el consumo de opiáceos”. Por otro lado, a nivel psicológico reduce la ansiedad y el estrés, ya que proporciona herramientas para la expresión de emociones, inquietudes o miedos que también contribuyen a mejorar las relaciones interpersonales entre los mismos pacientes y su entorno.

Una herencia cultural
Se crio entre tambores, faldas de colores, bullerengues, alaba’os del Pacífico y mucho folclor. No importaba la hora o el día, cuando menos se lo esperaba veía en los parques, el colegio, en la iglesia o en cualquier lugar del pueblo, a niños, jóvenes, adultos y ancianos unidos por una misma tradición, todos cantando o bailando al son que marcaban esos instrumentos africanos que también son símbolo de la resiliencia que tuvo esta región del país a lo largo de la historia.

Entre los recuerdos que tiene de su infancia y su adolescencia está su abuela cantando alaba’os mientras cocina y lava. A su memoria llegan los rostros sonrientes de esas personas que han hecho parte de toda una costumbre cultural afrocaribeña. Según este cantador, “veía en ellos reflejada la felicidad y yo quería ser así de feliz. El hecho de haber nacido en ese pueblo me sirvió mucho para construir el artista que soy hoy”.

A sus 16 años empezó a ser partícipe de esta expresión cultural que se vivía en su entorno. No solo mostró habilidad para la danza y el canto, con el tiempo empezó también a componer. Su primera canción es una cumbia a la que llamó “A Colombia le canto”, con la que rinde un homenaje a este ritmo que identifica al país a nivel internacional. Luego, en 2011, escribió “Se fueron las cantadoras”, su primer bullerengue en ritmo de fandango que habla sobre esas despedidas repentinas que vivieron algunas maestras –así se le llama a quienes desde hace muchos años han mantenido viva esta tradición gracias a su labor–.

Medicina para el espíritu

Jhonny Rentería y Mathieu Ruz en Bucaramanga grabando un bullerengue para el cd “El tambor vive” del grupo folclórico Punta Candela, radicado en la capital santandereana. /FOTO TOMADA DE FACEBOOK


“Mucho antes de la enfermedad, yo sabía la capacidad que tienen la danza y la música para llevarse el sufrimiento, para transformar la vida de una forma positiva. A través de una composición uno puede descargar todo eso que le pesa”, comenta. El arte le ha permitido desahogarse. Su piel se eriza cada vez se sube a un escenario y de su mente se borran sus malestares por completo. No se siente solo, no se siente débil, no se siente enfermo.

Actualmente lleva 14 quimioterapias que lo han marcado de manera psicológica, ya que le han impedido trabajar con normalidad y hacer con mayor frecuencia lo que más ama: cantar y danzar. Ha sido un proceso extenso en el que muchas veces no tiene ánimos para seguir, sin embargo, la gente que lo rodea se ha encargado de recordarle que la paciencia es una virtud que se debe tener en estos casos y que, además, cuenta con el apoyo de todos ellos.

Desde hace un tiempo decidió compartir su experiencia con quienes lo siguen a través de las redes sociales. Jhonny Rentería no solo ha sido un referente de esta cultura sino también de fortaleza. Por medio de consejos de alimentación, cuidados de prevención, información sobre tratamientos y demás, ha liberado cargas y ha encontrado un nuevo motor para seguir, ya que siente que ayuda a más personas
como él.

Ahora no siente dolor, ni mareos, ni fiebre. En sus canciones ha dejado plasmadas sus tristezas y alegrías, se ha bailado sus dolores y cantado sus logros, todo esto lo ha ayudado a fortalecerse física y mentalmente. Asimismo, le ha permitido encontrar en varios rincones del país personas que han estado dispuestas a apoyarlo de muchas maneras, incluso económicamente.

Ya son 56 composiciones que han nacido desde la inspiración y las ganas de salvaguardar la tradición por medio del homenaje a maestros. “Tengo tres ejes de trabajo: primero, honrar la memoria de maestros y ancestros a través de investigaciones que terminan en letras y melodías. Segundo, hacer denuncia social e intervenir espacios sociales con nuestro quehacer artístico, y, por último, contribuir para que las nuevas generaciones reciban esta herencia cultural de una forma linda y original”, manifiesta este bailador que en varias ocasiones ha sido asesor del Ministerio de Cultura en danza.

El futuro
Uno de sus sueños es recorrer el mundo dando a conocer su cultura, resaltando la labor de muchos hacedores y volviendo canciones sus investigaciones, así como con “Pal’ lereo Pabla”, una de sus composiciones favoritas que ha traspasado fronteras. Asegura que fue una canción que hizo para visibilizar la labor de Pabla como nueva cantadora y heredera de una tradición, una mujer que aportó a la conservación de este género musical en Colombia y que prefirió su legado por encima de esa religión que le prohibía cantarlo por considerarla una manifestación diabólica. Su intención es hablar de esas mujeres que disfrutan de su tradición mientras están lavando, cocinando, pilando, echándole maíz a las gallinas o pescando, porque es algo que hace parte de su cotidianidad y naturaleza.

Cuando empezó a escribir esta historia, él solo pensaba en la posibilidad de construir una obra de danza y circularla por el país y el mundo. Pero como la música tiene la ventaja de viajar más rápido y dar un mensaje claro, la canción llegó a México, Argentina, Chile, Canadá, Estados Unidos y demás. “Llegaron investigadores, periodistas y gestores culturales de otros países a la casa de ella para entrevistarla, y no a mí que era el compositor (risas). Por eso me siento muy bien servido con lo que hice, esa era la intención”, explica este joven artista.

Se acerca el momento del trasplante para el que no necesita un donante, ya que es autólogo, es decir, le eliminan la médula ósea y le siembran una nueva con sus mismas células madre. Infortunadamente, como muchos en Colombia, se encuentra a la espera de la autorización por parte de la EPS Salud Total, a la que le ha hecho la solicitud incluso por medio de tutelas, pero aún no tiene respuesta. “Siempre he creído que el arte descarga todas nuestras emociones, las representa, las podemos vivenciar a través de una composición. Yo pienso que el cáncer no llega a la vida para acabarla, sino para reestructurarla y cambiarlo a uno desde adentro, es una enfermedad a la que hay que tenerle respeto y no miedo”, afirma.

Por Danyth Fandiño Lerma
dfandino664@unab.edu.co

Universidad Autónoma de Bucaramanga