Por Julián Mauricio Pérez G.*
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Mientras leemos La noche de los alfileres de Santiago Roncagliolo debemos aceptar, con angustia y zozobra, que los hechos se desarrollen paulatinamente, que los personajes siempre nos dejen con la intriga de qué fue aquello que sucedió hace veinte años y que no podemos confiar en ninguno de los cuatro narradores. Mientras avanzamos en la lectura, notamos que un mismo hecho parece tener diferentes verdades y mentiras. Esto sucede porque, al estilo de los cuentos de Faulkner, Roncagliolo presenta varias voces que narran desde su propia perspectiva un monstruoso acontecimiento. Como en todas sus novelas, el autor peruano elabora un relato cuyo trasfondo es un momento de violencia en la historia de su país. En este caso, es la época de la inseguridad civil que vivió la ciudad de Lima durante comienzos de la década de los 90, siendo el atentado de la calle Tarata, en Miraflores, uno de los más funestos. Perú se encontraba a merced de ataques, en contra de dirigentes, políticos y sociedad civil, perpetuados por el autodenominado “Partido Comunista del Perú – Sendero Luminoso”.
Aunque esto se muestra secundario en el relato, lo cierto es que este ambiente de tensión y caos en que crecen los cuatro estudiantes de cuarto grado los influencia notoriamente. La violencia los arropa como un manto oscuro que no les permite ver sus acciones con claridad o que, en el peor de los casos, los lleva a creer que hacen lo correcto. Huelen la violencia, la respiran, la viven y están de acuerdo con ella.
Si bien en las primeras páginas la trama no es muy persuasiva, con el transcurrir de la narración cada palabra, silencio e insinuación adquieren sentido. Los testimonios aclaran las causas y las consecuencias. De esta manera, y por momentos, sentimos afinidad con las decisiones que cada adolescente toma, pues conocemos los motivos que poseen para vengarse de su profesora. Sin embargo, en otros instantes se siente repudio por sus actos, ya que la frialdad y crueldad de los menores parecen sacadas de una película de terror.
Con esto, podemos aceptar que Roncagliolo elabora un thriller inquietante y fatal. Las justificaciones de los personajes son como flechas que se clavan, cada vez con más fuerza y destrucción, en nuestra imaginación.
Con un discurso directo, como lo hace García Márquez en Crónica de una muerte anunciada, y un manejo del tiempo y del suspenso, al mejor estilo de Agatha Christie, el autor logra construir una historia que desborda los “límites” de la violencia infantil o que, tal vez, la representa tal y como es en la vida real.
Esta no es la historia en que un grupo de adolescentes juega a transgredir la ley y la moral; es, en realidad, un relato que nos muestra que la violencia y la venganza no tienen edad. Para causar daño, de cualquier tipo que este sea, solo es necesario desear, idear y llevar a cabo un plan. Así pues, Roncagliolo nos presenta a cuatro estudiantes que parecen sacados de El barril de amontillado de Edgar Allan Poe. Para ellos, una injuria o una afrenta no puede pasar desaperciba; esto es imposible. Siempre es necesario castigar al transgresor y llevar la venganza hasta las últimas consecuencias.
*Docente del Programa de Literatura Virtual, UNAB.