
Por: Sofía Hernández Pasachoa / shernandez381@unab.edu.co
No recuerdo la última vez que vi el cielo, ni de día ni de noche, simplemente no recuerdo cómo se ve. He estado cuatro años viendo solo una fila de rectángulos de madera sostener el colchón podrido donde descansa el hombre que hace cuatro años, un 8 de marzo, decidió acabar con mi vida.
Todos los días es la misma rutina, suena la alarma a las siete de la mañana y él se levanta de inmediato a apagarla. Baja de la cama y se dirige al baño. Escucho el agua correr. Uno, dos, tres, cuatro veces abre y cierra la llave. Revisa su celular, se registra en la app para la que trabaja y le llega un pedido a unas pocas calles de ahí. Sonríe y sale de la habitación.
Así empezó su día cuando me asesinó.
El 8 de marzo a las nueve de la mañana yo tenía una clase de sustentación. Me levanté a eso de las siete para prepararme y, de paso, ensayar un poco lo que debía decir. Me tomé un café doble para despertarme por completo.
Faltaba un cuarto para las ocho cuando ingresé a la aplicación de Transfer para ordenar un servicio de transporte barato. Quería ahorrar dinero para el fin de semana, pues el sábado cumplía años Alejandra, una de mis mejores amigas, y tenía planeado invitarla a comer.
Ofrecí $ 5.000 en la aplicación, que es la tarifa más baja y por la que casi nadie acepta, pero en la pantalla saltó la solicitud de un conductor que tomaba ese dinero por el viaje.
Descripción del usuario:
Manuel Contreras Uribe. 5 estrellas en todos sus viajes. + 8.000 viajes.
Destino: Universidad Autónoma de Bucaramanga. Valor: $ 5.000
Aceptar o rechazar
Supongo que es mi día de suerte. Acepto y espero a que la aplicación me avise que el conductor está esperando afuera de casa. En esa espera me llega un mensaje de Alejandra que ya llegó al salón.
8:00 a.m. Reinaaaaaa
8:00 a.m. ¿Dónde estás? Estoy solita en el salón, el profe ya llegó y está preguntando si podemos pasar de primeras.
Me rio de imaginarme lo nerviosa que debe estar ella sola en el salón. Le contesto.
8:01 a.m. Estoy esperando el carro, no te preocupes. En diez minutos creo que llego. Dile al profe que yes, que pasamos primero.
Una notificación aparece en la parte superior de mi cel:
Manuel Contreras Uribe ha llegado a tu ubicación.
Apago el cel, me pongo audífonos y salgo de casa para subirme al carro. Me inquieto un poco al ver que el auto no es el mismo que se marca en la aplicación. Pregunto.
– Buenos días, oye, en la aplicación sale que tu vehículo es un Chevrolet Spark Gris – me fijo que está enviándole un mensaje a alguien y luego voltea a verme.
– Buenos días, señorita. Sí, no he podido cambiar el tipo de carro porque la aplicación no me deja, pero no se preocupe, yo soy el conductor que aparece, fíjese –me enseña la foto en la aplicación. La comparo con la que sale en mi celular y me subo confirmando que sí es el conductor.
El trayecto comienza. En mis oídos suena “Flowers” de Miley Cyrus y me pongo a revisar Instagram. Lo primero que se presenta en mi inicio son letreros de “Feliz Día de la Mujer”, uno que otro meme y un bombardeo de noticias que recuerdan porque hoy se celebra la feminidad.
El conductor me habla.
– Señorita ¿le importa si me desvío un momento? Es que necesito recoger una cosa que me pidieron enviar al mismo lugar al que usted se dirige –al hablarme siento que por el espejo retrovisor me escanea sin parpadear.
Reviso la hora: ocho y veinte de la mañana. Aún tengo tiempo y no estoy tan lejos de la universidad.
– Sí, sí señor, no hay problema –vuelvo a fijar mi mirada en mi celular.
Recibo un mensaje de Alejandra.
8:21 a.m. Reina, tengo un presentimiento extraño. ¿Cómo vas? ¿Por dónde vienes?
Está más nerviosa de lo que esperaba.
8:21 a.m. Cálmate, ¿vale? Nos irá bien en la sustentación. Yo en unos diez minutos llego, el señor se tuvo que desviar a recoger algo.
8:21 a.m. ¿Qué? ¿Así de la nada? Eso está raro. Mándame tu ubicación.
8:22 a.m. No seas paranoica, Aleja. Estoy bien, en menos de nada llego. Pero para que estés tranquila, ahí te mando mi ubicación.
UBICACIÓN EN TIEMPO REAL COMPARTIDA
El conductor se parquea frente a su garaje. El barrio se ve tranquilo y una que otra persona trota con su perro. Ingresa a la casa. Con cada minuto mi preocupación crece. No sale.
Ocho y cuarenta. Se está demorando mucho. Veo que dejó su celular en el carro así que no puedo llamarlo para apurarlo. Si en diez minutos no vuelve, contactaré con otro conductor. Pasan cinco minutos. Sale.
Ingresa de nuevo al carro, pero no está cargando ningún paquete. Decido no preguntar y espero a que arranque. No lo hace. Se queda viendo al frente. Son segundos, pero siento que son horas. Su mirada está muy fija. Me empiezo a asustar. No habla. No se mueve. Me concentro en mi celular y le escribo a mi mamá. Ya estoy aterrada.
8:45 a.m. Mami, el man del Transfer está muy extraño.
Soy puros nervios. No sé qué hacer, no pienso claro y de la nada, le envió una foto de cómo voy vestida, junto con un pantallazo de la solicitud de viaje en la aplicación.
El silencio se rompe.
– Señorita –dice de repente y me asusto.
– ¿Sí? ¿Hay algún problema? –pregunto sonriendo amablemente.
– Perdóneme, pero es que usted está muy bonita y sé que viva no va a querer nada conmigo.
Me congelo, las manos me empiezan a sudar y la música ya no se oye. Rápidamente, intento abrir las puertas del auto. No puedo, están cerradas.
El supuesto Manuel empieza a acercarse lentamente con un pañuelo en la mano. Intento con todas mis fuerzas gritar, pero no salen las palabras. Los que pasan corriendo o paseando a su perro no hacen nada, ni miran. Mi vida está en peligro, ellos están a metros, pero sus vidas no se inmutan. ¿Por qué no hacen nada? ¡Ayúdenme, por favor! Solo tengo 20 años, debo sustentar una tesis, me quiero graduar y ayudar a mi familia con un buen trabajo. No quiero ser un número más, por favor. ¡AYÚDENME!
Y con esas ilusiones pasando frente a mis ojos, mi atacante pone el pañuelo en mi boca y, aunque intento defenderme con todo lo que soy, caigo inconsciente. Al despertar me encuentro con esa imagen que he visto desde hace cuatro años: rectángulos de madera que sostienen el colchón donde el conductor me asesinó. Donde me asfixió mientras violaba mi cuerpo inerte. Fueron al menos nueve veces.
En el mismo lugar donde dejó mi cadáver pudriéndose y desde mi putrefacción veo lo plácido que duerme cuatro años después.
Voces no escuchadas
En mi hogar ya no me siento segura. Me encuentro encerrada para siempre junto a las sábanas sobre las que alguna vez dormí. En el baúl de mi carro donde fueron hallados mis restos. Mi pareja sentimental, mi asesino, me arrebató la vida en un arranque de ira.
No hubo sospechas por el olor que mi descomposición levantó, pues mi asesino era carnicero y el olor era común. Fue difícil encontrarme.
Barrancabermeja, Santander. 18 de marzo de 2022. Johana Paola Chávez.
2.
Floto. A veces las aguas son turbulentas. A veces tranquilas. Pero siempre floto. Nunca conoceré en persona a mi sobrino. No pude contestar las llamadas que me dejó mi mamá preocupada. Las autoridades no saben aún si mi cuerpo fue violado, pero tengo la sensación de que sí.
Tenía 19 años cuando la pareja de mi mamá, mi padrastro, me arrebató la vida con sus dos manos alrededor de mi cuello. Mi cadáver fue encontrado flotando en el río Carare.
Corregimiento La India de Landázuri, en Santander. 23 de febrero de 2019. Duleini Yused Moreno Mateus.
3.
En mi tienda viví muchas cosas. Compartí con mis hijos. Conversé más de una vez con los vecinos que a las seis de la mañana, puntualmente, compraban los huevos del desayuno. Uno que otro tinto fue protagonista de las tardes justo antes de cerrar.
En esa tienda también fui asesinada.
Mi pareja sentimental, con quien llevaba 27 años casada, decidió acabar con mi vida. Eso de que “nada en la vida es para siempre” no aplicó con nosotros. Me quise separar y eso fue suficiente para merecer morir.
Tenía 45 años cuando sucedió. Mi hijo tendrá por siempre el recuerdo de haber encontrado el cadáver de su madre en esa tienda que alguna vez fue su sitio de jugar al escondite.
La Cumbre, Floridablanca, Santander. 4 de agosto de 2022. Sandra Liliana Díaz Galindo