Pedro Valenzuela Gruesso, profesor de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá y director del Instituto de Derechos Humanos y Construcción de Paz de esta institución. / FOTO XIOMARA MONTAÑEZ MONSALVE
Por Xiomara K. Montañez M.
xmontanez@unab.edu.co
Llegado el proceso de paz a la parte final, en la que se negociarán el punto tres y seis de la agenda, referidos al fin del conflicto y la implementación, verificación y refrendación de los acuerdos, respectivamente, se hace necesario analizar lo alcanzado hasta ahora en lo que sería el único proceso de paz exitoso con las Farc (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – EP) después de tres intentos fallidos. Esto tendría como resultado el fin de una confrontación que alcanza 60 años, la más larga del continente americano.
Igualmente, es importante que se conozca, por medio de la voz de los que han dedicado su vida a analizar las guerras, su negociación política y el posconflicto, lo que se vendría para el país en materia de reconciliación, y las consecuencias y rutas a seguir ante la no refrendación de los acuerdos, o en términos generales, el incumplimiento de lo pactado por las partes.
Si bien es cierto que la negociación se adelanta con actores armados, el posconflicto y la paz estable y duradera también dependerán del cambio de una cultura de la palabra armada a la deliberación de las ideas.
Pedro Valenzuela Gruesso, politólogo y doctor en investigación de Conflictos y Paz de la Universi- dad de Uppsala, en Suecia, asegura que esta ha sido una “oportunidad tentadora”, que le ha permitido a rrilla superar aquel discurso que solo hace referencia a la dejación de armas. Finalmente, como añade el también director del Instituto de Derechos Humanos y Construcción de Paz de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, es la oportunidad para hacer memoria, de replantear el papel de las Fuerzas Militares, de medir qué tan tolerante se puede ser frente a un desmovilizado que regresa a la vida civil y que le interesa dar su testimonio, que el Ejército de Liberación Nacional (Eln) también emprenda un proceso de paz y especialmente, qué tan comprometidos están los colombianos con la refrendación de lo acordado y con la paz, ya que como ha ocurrido en otros procesos en el mundo, esto puede ser rechazado por los ciudadanos en las urnas.
¿Cómo ve el avance del proceso de paz en Colombia? ¿Por qué finalmente las Farc y el Gobierno están en la Mesa de Negociación?
En términos comparativos, el proceso con las Farc (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – EP) ha seguido un curso con complicaciones como todos los procesos de paz, pero con unos tiempos bastante aceptables en comparación con otros, con puntos de agenda que son importantes no solo para los actores de la guerra sino para el país, con una partici- pación internacional de decidido apoyo, con acuerdos que se han logrado en tiempos relativamente cortos considerando que ha sido un conflicto violento, destructivo y de décadas de duración. Hago un balance positivo. Ha habido unos cambios en el contexto del conflicto que han llevado a ambas partes a decir que llegó la hora de la negociación. Creo que buena parte de la población colombiana le atribuye esto al de- bilitamiento militar de las Farc, pero ese es solo uno de los puntos. Tenemos muchos casos en la historiadeconflictosydeguerras en donde el actor más débil continúa en la ofensiva durante décadas porque tiene la capacidad de resistir, y las Farc, sin duda, lo tiene. Creo que desde la perspectiva de esta guerrilla han entendido que un triunfo armado es imposible, porque las condiciones no se han dado, ha habido rechazo a la lucha armada. Considero que la diferencia entre el gobierno de Juan Manuel Santos y el del expresidente Álvaro Uribe Vélez es que el último estaba exigiendo la rendición de las Farc, y esto era una condición inaceptable para ellos. La diferencia con el presidente Santos es en lo que la literatura se conoce como una oportunidad tentadora, que les ha dado el chance de traer el conflicto armado a su fin de una manera digna, mediante un proceso de negociación real, no solo mediante la exigencia de la entrega de las armas y la oferta de unos procesos de reinserción. Ahí se están negociando puntos en la agenda que aunque son reducidos en comparación con la agenda del Caguán (eran 12 puntos) son absolutamente claves para el país y para lo que ha sido el objetivo político de las Farc.
El 18 de octubre, en Oslo, Noruega, se instaló la mesa de negociación para los diálogos de paz entre el Gobierno y las Farc-EP, que se han adelantado en La Habana, Cuba. / FOTO PRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA
Algunos expertos como Alejo Vargas ( director del Centro de Pensamiento y Seguimiento al Diálogo de Paz, de la Universidad Nacional de Colombia) señalan que el éxito de esta negociación es precisamente que la agenda de los diálogos del Caguán tenía 12 puntos, y éste tiene solo cinco, y que no toca lo estructural. ¿Qué piensa sobre esta afirmación?
Si toca lo estructural. Lo toca por lo menos en la parte agraria. Claro, si se mira la agenda del Caguán, lo que se encuentra es un documento reducido en cinco puntos, pero son claves y sustanciales: la cuestión agraria, la participación política, la dejación de las armas, los cultivos ilícitos, son puntos que más o menos capturan en una fórmula general una buena parte de los puntos que estaban en la agenda del Caguán, que no eran agenda porque estos sí son una agenda. Lo otro eran unos puntos demasiado específicos de negociación.
¿Cuáles son los costos que tendrían que pagar las Farc y el Gobierno tras la firma de la paz?
Como lo plantea la literatura, cuando se ha estado tantos años en guerra se van acumulando unas consecuencias y costos que no son fáciles de medir. Tienen que ver mucho con la memoria, se siente como una traición a la memoria de los caídos en combate al entrar a negociar con quien se ha enfrentado en la guerra. Hay otros costos en término de que se han dedicado los mejores años de la vida, pues tantos jóvenes que han ingresado a la guerrilla convencidos que el proyecto de cambio debía hacerse a través de las armas y viene un comandante a decirles que esa era la estrategia equivocada cuando son personas de 50 y 60 años. Esto tiene que se un golpe muy duro. Esto en términos de los combatientes, la verdad no sé cómo plantearlo en términos del Estado. Tendría que pensarlo mucho más.
Usted comenta que el grueso de las Farc se desmovilizaría y que quedarían algunos grupos de combatientes. ¿En qué podría terminar el resto y cuál sería el papel del Estado colombiano?
Hay que verlo en perspectiva comparada. No hay proceso de paz que conozca donde todos los actores armados se desmovilicen, ni siquiera en un proceso como el del M-19 (Movimiento 19 de abril) que consideramos exitoso. Siempre quedó una incidencia que fue el ‘Jaime Bateman Cayón’, así como del Epl (Ejército Popular de Liberación) quedó la disidencia de ‘Francisco Caraballo’. A lo que podemos aspirar y a lo que aspiro yo es que los comandantes de las Farc tengan el suficiente ascendiente sobre sus tropas, que crean que esta es la decisión acertada y que por ende, el grueso se desmovilice. Van a quedar disidencias, algunas motivadas por razones políticas que no están de acuerdo con lo que se pactó en La Habana (Cuba), que son demasiadas concesiones sin unos profundos cambios estructurales, y otros sectores de las Farc que ya están muy descompuestos, entre otras cosas, por la forma de reclutamiento que han tenido en algunos años, que ha sido forzado. Esos sectores más criminalizados, creo, van a terminar en alianzas con grupos criminales. En este momento existen estas alianzas y es probable que ellos se queden en las montañas como miembros de organizaciones netamente criminales a las que habrá que combatir por métodos policiales. Buena parte de los reinsertados que deciden volver a las armas lo hacen justamente por el rol del Estado no es lo suficientemente bueno, los esquemas de reinserción y de rehabilitación son incompletos, no se cumplen todas las promesas que se han hecho. El Estado tiene que estar muy pendiente de cómo diseña el proceso de reinserción de estos combatientes, porque muchos van a volver a las montañas. No será un porcentaje grande, ni siquiera ha ocurrido eso con los paramilitares, se reestima que entre un 12 y 15 % de los que entraron a los programas de la reinserción han regresado a las armas. En el caso de las Farc, me imagino que van a ser muy particulares y que no les van a servir los esquemas de reinserción que están funcionando en este momento.
Tampoco se puede desconocer el incumplimiento del Estado, los asesinatos de líderes desde Rafael Uribe, Carlos Pizarro, Guadalupe Salcedo. ¿En reali- dad existen garantías para esta guerrilla?
Si fuera militante de las Farc estaría nervioso de entregar las armas, porque no tenemos una tradición de cumplimiento de los acuerdos. Ellos tienen muchas experiencias para decir entregamos las armas y a nuestros líderes los asesinan. A las Farc les tiene que estar pesando, como una espada de Damocles, lo que ocurrió con la Unión Patriótica (UP). Tiene que haber mucho nerviosismo en sus filas, si de verdad van a respetar sus vidas y si el Estado les va a cumplir sobre todo porque no es un Estado homogéneo, es débil en muchas partes del país, y hay otros actores armados que no van a hacer parte del proceso. Creo que sus vidas están en peligro, por lo menos para una parte de los combatientes. Por eso van a ser importantes los esquemas de reinserción, lo que se ha hablado de reinserciones individuales y no mucho más colectivas. Es un riesgo y ellos tienen que estar pensándolo.
Con respecto a la reinserción de los combatientes de las Farc, sectores radicales de la derecha afirma que desde 1990 el Estado colombiano no ha hecho cosa distinta que darle un mensaje a los jóvenes de que el crimen paga. Con ello, el mensaje que da este sector es que cualquiera en Colombia puede armarse, conformarun grupo y décadas después, sentarse a negociar. Esta afirmación, sin dudas, desconoce las causas sociales de la lucha campesina con las que inician las guerrillas o los elementos “foquistas”, en el caso del Eln, y los delitos del reclutamiento forzado. ¿Qué se puede decir sobre esto?
Este es uno de los puntos más controversiales de todos los proceso de paz que he estudiado, porque todas estas guerras se presentan en sociedades con muchas inequidades y exclusión. En África se hacía la comparación del ingreso per cápita de las comunidades, cuánto se invierte por cada combatiente reinsertado, y eso generó reacciones muy desfavorables. Y esa crítica: “nunca hicimos nada y resulta que ahora les van a dar educación o cualquier cosa”, no favorece. Por eso se han ido promoviendo más esquemas de reinserción en donde se beneficie la comunidad receptora y no solo el combatiente reinsertado. Por ejemplo, en esos esquemas que estamos desarrollando de paz territorial puede ser una buena iniciativa. Estos combatientes vuelven aquí, pero los beneficiados no son solo para ellos sino para toda la comunidad, porque si no eso genera resentimiento y lo explotan sectores políticos opuestos a los procesos.
Sergio Jaramillo Caro, Alto Comisionado para la Paz, junto a los miembros de la delegación de las Farc-EP, Luciano Marín Arango, alias ‘Iván Márquez’; Seuis Pausivas Her- nández, alias ‘Jesús Santrich’, y Ricardo Téllez, alias ‘Rodrigo Granda’. / FOTO PRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA
Mucho se ha criticado el viaje de miembros del secretariado de las Farc a La Habana y su regreso a Colombia para reunirse con las tropas. ¿Cuál es la importancia que esto tiene para el proceso?
Es crucial que la comandancia de las Farc tenga la suficiente ascendencia sobre las tropas, de convencerlos de que esa es la decisión. He oído que en algunas regiones ha habido escepticismo por parte de las tropas frente a lo se está negociando en La Habana. Es importante que vengan, socialicen y convenzan, porque de lo contrario se podrá firmar el acuerdo y muchos no lo van a poder acatar.
Se firma la paz y ante el mundo Colombia ya no tendría una guerra. Sin embargo, usted habla de que es necesaria la paz en las regiones. ¿De qué se trata esto?
El principio básico es que no todas las regiones han experimentado el conflicto de las misma manera ni en las mismas modalidades ni la misma intensidad, y por ende, ni con las mismas consecuencias. Es un reconocimiento de que hay que adaptar las fórmulas generales a las necesidades y las realidades regionales. Creo que es importante no solo tratar de bajar ese principio a las bases de una manera impositiva, es decir, que en las regiones simplemente se va a desarrollar lo que se pactó en La Habana, sino que la traducción, la materialización de esa fórmula general, realmente cuente con los insumos de la sociedad civil y de otros sectores, para dar respuesta a la fórmula general, pero respondiendo a las particularidades de cada región.
¿Qué hacer en regiones como Chocó y La Guajira, cuyos pobladores no solo han sido víctimas de la violencia histórica y su tanatología, sino de la violencia del Estado que hoy ve morir a los niños de hambre?
A lo que tenemos que apuntar, sin duda, es a lograr una justicia retributiva en el país. Por más que digan ciertos sectores que la violencia y la exclusión no tiene nada que ver con la violencia eso es una afirmación parcialmente cierta. Es cierto que la pobreza y la exclusión no conducen directamente a la violencia, pero con otra serie de circunstancias se van concatenando y llevan a este resultado. Buena parte de los conflictos en todo el mundo tienen que ver con eso. Sin duda la paz del país pasa por remediar todas estas situaciones de injusticia y de exclusión. Eso no significa que si no la remediamos va a haber otra guerrilla, que normalmente lo que ha ocurrido es que se generan más fenómenos de criminalidad común que ya no apuntan a un proyecto común de reforma del Estado
¿Cuáles son los retos y/o dificultades que tiene la Comisión de la Verdad en Colombia para no repetir experiencias de otros países?
No partimos de cero, partimos desde un punto mucho más avanzado que muchas otras sociedad del posconflicto, porque a lo largo del conflicto se han venido recogiendo testimonios de lo ocurrido. Lo han venido haciendo instituciones del Estado, las oenegés, instituciones internacionales, hay un acumulado de testimonio y documentación que va a ser importante, pero hay que ser un poco realistas, en un conflicto de sesenta años decirle a todas las víctimas exactamente lo que pasó con sus seres queridos será imposible, creo que un riesgo es el temor que puede haber a testificar, porque como lo decíamos antes, no es que aquí se acabó la violencia, hay actores que intentaran impedir que salgan la luz los hechos. Creo que una cosa importante en la creación de la Comisión Histórica es el amplio mandato que se le ha dado, se puede investigar todo lo que ocu- rrió en el conflicto por parte de todos los actores armados. Hay que crear las condiciones que faciliten la recopilación de testimonios.
Las víctimas siempre han preocupado en este proceso, pero como usted asegura, no se ha puesto atención a los víctimarios y lo que pueda pasar con ellos luego de que dejen las armas y regresen a la vida civil. ¿Qué debería hacer el Gobierno y cuál sería el papel activo de la sociedad civil en esto?
Me preocupa un poco ese aspecto. De acuerdo a las encuestas a las que he tenido acceso, no hay un espíritu muy conciliador. La gente sí quiere que se acabe la guerra, pero no se muestra muy dispuesta digamos a aceptar en su seno a los que han sido miembros de los grupos armados. Ahí existe un espacio importante en el que se puede trabajar, está el rol del Estado, de los empresarios que deben darles trabajo. Es preocupante porque en la sociedad colombiana no somos muy tolerantes, vemos con temor o con disgusto al que piensa diferente, a quien aboga por un proyecto de organización social, económica y política diferente. Eso es lo más difícil, cómo transformamos esas culturas de intolerancia, eso es lo que va a tomar mucho tiempo. Lo que se puede hacer inmediatamente es, por lo menos, garantizar que no van haber retaliaciones ni ciclos de venganza.
El 23 de septiembre de 2015 representantes del Gobierno y de las Farc informaron la instauración de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), la cual funcionará por medio de Salas de Justicia y un Tribunal para la Paz. En ella se juzgará a guerrilleros y agentes delEstado que hayan cometido delitos durante el conflicto armado. En la fotografía, tras hacerse el anuncio sobre la creación de la JEP,el presidente de Cuba, Raúl Castro, une las manos del presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, con la del comandante de las Farc, Rodrigo Londoño Echeverri, alias ‘Timochenko’. / FOTO PRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA
Una de las dificultades en la reconciliación es que pareciera que las instituciones jurídico – políticas encargadas de esta labor entendieran que el perdón es un concepto jurídico o político, y desconoce su verdadera naturaleza, ser un concepto teológico. Es decir, que el perdón no es susceptible de ser decretado o sentenciado por un juez, sino que al ser un concepto moral deberá ser trabajado, por dar un ejemplo, por las iglesias. ¿Qué opinión le merece esta posición?
Cuando hablamos de reconciliación tenemos varios problemas. Uno es la conceptualización porque parece que estamos hablando de reconciliación en diversos niveles, y eso implica mecanismos si no teología diferente. Una cosa es hablar de reconciliación a nivel macro en términos de, por ejemplo, pura coexistencia pacífica, donde no hay ni siquiera un reconstitución de las relaciones entre víctima y victimario (de no agredirse), pero en algún otro nivel, a nivel más micro, en algunos casos será posible lograr una relación entre victimario y perpetrador, en otros casos es imposible identificar el perpetrador. La gente puede tener una noción genérica de quién fue el victimario, pero no exactamente quién de ellos lo hizo. Es importante entender todas las perspectivas de las víctimas frente al perdón porque varían muchísimo. Un cree que es imposible para ellos perdonar pero a muchas no les interesa la cuestión de la justicia retributiva, punitiva para los perpetradores. Están más interesados en la restitución, la reparación, en las garantías de no repetición, que los dejen rehacer sus proyectos de vida, y muchas víctimas son capaces de perdonar, otras no. Creo que a ese nivel micro depende de las víctimas. Muchas verán el rehusarse como parte de su dignidad, y eso hay que entenderlo y respetarlo. Para no repetir lo que pasó en Sudáfrica, donde buena parte de las víctimas se sentían revictimizadas, pues hubo tanto énfasis en el perdón desde una perspectiva cristiana por Desmond Tutu y Nelson Mandela, que muchos no fueron capaces de perdonar, su opción es por supuesto no tomar venganza, pero no realmente perdonar al adversario.
David Riff, periodista y politólogo, quien ha recogido el testimonio de las víctimas en conflictos como el de los Balcanes, asegura que “no es cierto que quien no conozca la historia está condenado a repetirla”, asegura que quien la conoce “está también condenado a repetirla”. Por su parte, Iván Orozco Abad, investigador del Centro Nacional de Memoria Histórica, habla del deber de memoria en la justicia transicional, lo cual Riff contradice, ya que asegura que se debe hablar del trabajo de memoria para que ésta sea garantía de no repetición. ¿Es necesaria la diferenciación entre memoria y su uso?
Hay sociedades que prefieren olvidar. Uno de los problemas en el descubrimiento de la verdad después de la guerra civil en Mozambique fue que la gente decidió no habla de los muertos, entonces llegan estos esquemas occidentales que hablan de verdad, justicia y reparación, y la gente decía, “no, de esto no se habla”. Para traer el tema de Bosnia, no creo que el problema haya sido la memoria sino el uso que de la memoria hicieron las élites nacionalistas. Si uno dice que fueron los odios heredados de 1200 – 1300 uno no podría explicar tantas décadas de convivencia pacífica entre bosniatos,musulmanes, croatas y serbios, en Bosnia. De hecho, Sarajevo siempre se planteó como un paradigma de convivencia entre ortodoxos y tribus, pero lo que hubo fue un factor estructural: el colapso del Estado yugoslavo. Bosnia tenía un 35 % de familias que eran de diferentes culturas, era un país acostumbrado a la diversidad y a los lazos cruzados entre los sectores sociales. Lo que ocurre es que con el colapso del marxismo las élites del Partido Comunista empiezan a buscar otras ideologías que legitimen su permanencia en el poder. Como ya no puede ser el marxismo, lo encuentran en el nacionalismo. Empiezan a explotar esa memoria para propósito ya no de convivencia, como fue durante cinco décadas anteriores, sino de división y confrontación. Buena parte de la violencia en Bosnia proviene de los serbios contra los croatas porque había que romper los lazos intercomunales que prevalecían en la sociedad. El propósito es decir que no se puede encontrar protección si no es dentro de tu propio grupo. Fue muy difícil romper la tradición entre ellos, tuvieron que implementar mucha violencia. Muchos de ellos se consideraban bosnios, y cuando se les preguntaba su identidad, no decían que eran bosnios- musulmán, bosnio-croata, solo decían bosnios. ¿Qué uso le vamos a dar a la memoria?¿- Cómo lo vamos hacer? Eso sí es cierto, hay un riesgo.
Cómo ve un futuro proceso con la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (Eln), teniendo en cuenta que ellos quieren tocar temas estructurales del Estado y no quieren dejar muchas cosas en el congelador como sí lo hicieron las Farc?
Veo que el proceso va avanzando. La parte central de su agenda son los hidrocarburos, la industria de extracción, que va hacer muy complicado tocarlos, porque tenemos un Estado decidido que dice que esos son los sectores que van a jalonar la economía. ¿Qué peligro veo? Que consideren al Eln simplemente como una ‘apendicito’ más, que ya no representa ningún peligro, y que no se tomen en serio sus planteamientos. También veo el peligro contrario, que esta guerrilla no entre decidida al proceso porque se van a ver metidos en una situación difícil, ya que toda la fuerza, la represión, va contra ellos, y no tienen la posibilidad de alianza con las Farc, quizá la tengan con sectores descompuestos, pero eso iría muy en contra de lo que pretenden. Aspiro que vinculen y aspiro a que el Estado los tome en serio. ¿Van a lograr todo lo que se proponen en la negociación? Aseguro que no.
Y si no se refrendan los acuerdos, ¿qué ocurriría?
Sería un golpe muy duro. Hay formas de trascenderlo, por su puesto, como lo que hicieron en Guatemala, donde rechazaron los acuerdos, pero de todas maneras se debe entrar a una negociación política, promulgar leyes. Creo que hay que confiar que la mayoría va a entender que este es un proceso importante para el país, no dejar que aquellos sectores que se oponen digan “no sabemos qué se pactó”, porque sí lo sabemos, no hay nada oculto, y mostrar las bondades del proceso y lo que implica para el país. Hay muchos sectores que se oponen al proceso, sectores influyentes, el expresidente Álvaro Uribe Vélez tiene una tremenda ascendencia sobre eso.