Hace cuatro años, en el barrio Campo Hermoso de Bucaramanga, nació la iniciativa de crear el Club de la Pelea, bajo el nombre en el que fue traducida para Latinoamérica la película “Fight Club”, del director David Fincher.
Según recuerdan algunos de sus habitantes, todo resultó debido al incremento en las riñas entre pandillas, así que un grupo de jóvenes se les ocurrió generar un espacio para que se pelearan con algunas medidas de seguridad y con un mediador, teniendo en cuenta que, al final, ya no iba a haber ninguna clase de rencor.
Uno de sus líderes y quien apelando a la rebeldía e irreverencia dijo llamarse simplemente ‘Morgan’, contó que el grupo está conformado por hombres y mujeres de todas las edades “cansados de ver cómo se destruyen las cosas y no hacemos nada, cómo nos dejamos consumir por el tiempo y por lo que se vive a diario, como el trabajo y el estudio que nos hacen quedar en esa monotonía”.
El Club de la Pelea de Bucaramanga tiene varias diferencias con respecto al “Fight Club”, pues rompen la primera regla que se plantea en la película: en la versión bumanguesa sí se habla del Club, este no es clandestino, y por el contrario se ha hecho público en internet y las redes sociales, como asegura ‘Morgan’, quien además agrega que es “un espacio para todo el que quiera llegar”. Otra diferencia con la película, protagonizada por Brad Pitt, Edward Norton y Helena Bonham Carter, es que acá se pelea con guantes, así que nunca se verán nudillos rotos y sangre en abundancia como para trapear el sótano ni mucho menos a los contendores agonizando en el suelo del lugar.
En este espacio se tienen tres únicas reglas que se dicen antes de cada pelea. La primera es que la contienda acaba cuando tenga que acabar, cuando uno de los dos quiera que acabe o cuando, el que esté dirigiendo la pelea, lo diga; la segunda es que, si alguno de los dos peleadores practica algún arte marcial, se le debe manifestar al contendor para llegar a un acuerdo; y la última es que en el Club nadie gana y no se pelea con rencores.
Desde sus inicios y hasta hacer tres semanas, los integrantes del Club de la Pelea se reunían a las 7 de la noche a darse y recibir golpes, literalmente, en el Parque de los Niños, ubicado sobre la carrera 27 entre calles 30 y 32, paradójicamente junto a la biblioteca pública ‘Gabriel Turbay’ y frente al Colegio La Normal y la Clínica Comuneros de Bucaramanga. La Policía Nacional los vigila y debido a la prohibición impuesta por las autoridades, se trasladaron a los alrededores del Estadio ‘Alfonso López’.
Las peleas se manejan a simple vista de manera sencilla. Cada persona que llega temprano –porque los que llegan tarde no pueden participar– echa un papel con su nombre en un sombrero y uno de los organizadores saca dos papeles y decide entre quienes será el enfrentamiento. No importa si uno es más alto que otro, o si tiene más kilos. “En la calle todo se vale”, dice ‘Morgan’.
Empiezan por ponerse los guantes; los que no saben cómo hacerlo reciben ayuda de los más experimentados. Cuando están
listos, el juez lee las reglas y da inicio a la pelea Ese viernes, como si no fuera suficiente y previo a vivir esta experiencia, había asistido a una clase gratuita de Jiu-Jitsu. Sentía que cada uno de mis músculos estaban atrofiados, pero había acordado con ‘Morgan’ vía WhatsApp que asistiría. Después de esperar un poco y cruzar unas cuantas miradas con un grupo, porque no sabía cuál de ellos era ‘Morgan’ y otros no tenían idea de quién era yo, nos sentamos y lo primero que me dijo fue “le doy la entrevista, pero tiene que pelear”.
Sin prestar mucha atención a la propuesta dije que sí. Pensé que podría zafarme fácil haciendo que estaba ocupado con las fotos. Al terminar la conversación ‘Morgan’ dijo que, como ocurría en la película, el que iba por primera vez veía la pelea, así que creí que era un caso especial, pero cuando vi incluir mi nombre dentro del sombrero supe que no había marcha atrás. Dije, “imposible me toque, pues hay como 30 personas”, y cuatro peleas después me estaba poniendo los guantes.
Sentí nervios porque nunca había peleado. Mi máximo enfrentamiento ha sido con el público en las funciones de teatro o en la vía pública, cuando me visto de mimo y hago parte de alguna campaña. Para mi fortuna enfrenté a un joven con características físicas similares a las mías, 1,60 de estatura, 55 kilos. Tal vez tenìa unos diez kilos más en su cuerpo, lo que no terminó por preocuparme en demasía. Me despertó temor ver la seguridad con la que se alistaba y lo serio que asumía su rol. Se dio inicio a la pelea. Al fondo el sonido de los carros, el reflejo en mi cara de las lámparas del parque y un grupo de jóvenes ansiosos de ver mi debut para nada periodístico.
Después de recibir el primer golpe sentí que el miedo desapareció y lo único que quería era no pasar por la vergüenza de caer noqueado.Recibí varios golpes, conecté unos tres jab o rectos, algunos ganchos, y también sentí que salió un swing. Al final la pelea se detuvo porque estaba muy cansado y decidí aplicar la regla de parar. Antes de decidirlo me preguntaron tres veces si deseaba hacerlo, porque no quería verme como perdedor, así que aguanté hasta donde más pude. Después de quitarme los guantes todos se reían y daban palabras de aliento, lucían felices.
Con un poco de dolor de cabeza pensé que efectivamente todos eran un escenario de resistencia a la monotonía, al egoísmo, al rechazo y a la burla.
Dentro del Club
La iniciativa no quedó solo en un espacio para darse golpes y liberar estrés. Hace dos años lo que era una simple reunión para ponerse los guantes y darse golpes trascendió a una organización llamada Acción Libertaria, conformada por jóvenes artistas, deportistas y defensores de los derechos humanos e “inhumanos”, como aseguran sus creadores.
Estos jóvenes anarquistas –como se autodenominan–, también cuentan con iniciativas sociales totalmente autogestionadas como lo son los Parches Antimilitaristas y Objetores por Conciencia, la Organización Animalista, la Organización Ambientalista, la Organización Feminista, la Escuela de Skate y la Escuela de Circo, a los que llaman espacios sociales, populares y políticos que buscan “generar cambios y defender la vida”.
‘Morgan’ –y sus compañeros- dicen que pueden seguir moviéndose de lugar, pero que no quieren que se deje de hacer los viernes porque hacer el Club de la Pelea ese día significa “tener todo el estrés de una semana acumulado y poder tener la oportunidad de venir y desahogarlo acá. Pero eso sí, teniendo en cuenta no ver a las demás personas como el adversario o el enemigo porque acá nadie va a ganar”.
Además, añade que “la finalidad es ver el cuerpo como un escenario de resistencia hacia toda la destrucción que generamos, y es prepararnos para eso y ser parte de esa resistencia. Y también tener un cuerpo sano”. También argumenta que “nos encontramos con la violencia diaria, y debemos entender que hay que prepararnos para eso porque nosotros no somos pacifistas y tampoco somos una organización que profese la violencia, pero entendemos que hay un punto medio en donde existe gente que ejerce violencia y ante ellos tenemos que defendernos, así como también hay gente que debemos
defender”, concluye el integrante de este grupo.
Por Brahyand Arango
barango@unab.edu.co