Por Laura Nathalia Quintero

lquintero103@unab.edu.co

Gotas de pintura manchan el suelo blanco. Las paredes, las cortinas y las mesas también son víctimas de los colores aceitosos que usa en sus obras. Los hilos de pintura negra hacen una telaraña en la cortina que está detrás de los lienzos, los cuales descansan sobre el caballete, una estructura de madera que sostenía, al menos, tres cuadros apilados de 1.50 metros de alto y ancho, la misma altura de la artista parada frente a estos. Ella cuenta que sus obras son de ese tamaño porque lo pequeño la restringe, y el arte, principalmente, es liberador. 

Clemencia Hernández Guillén es una pintora que lleva más de 40 años de experiencia en la industria del arte. Cuando tenía 18 años decidió dedicarse al oficio y estudió en el Instituto Santandereano de Cultura, ya que en ese momento no existían facultades en la región, desde entonces, ha vivido de esta profesión. 

Su trabajo es pintar, sin embargo, no es solo distribuir sustancias de colores en una superficie, sino, como ella lo describe, es abarcar la creación y la reproducción de una idea: “Va más allá de lo técnico, es un proceso mental. A mí me cuesta inventarme esto, el arte no es fácil, es como cuando el ingeniero hace planos para construir o un médico va a operar a un paciente y debe saber qué hacer para no matarlo ahí en el quirófano”. En este caso, el quirófano de la artista es el taller, ubicado en el segundo piso de su casa que se encuentra en el centro de Bucaramanga.  

Para ella, esta tarea significa más que un trabajo: es un estilo de vida, uno que le enseñaron desde la niñez, pero que no estaba lleno de lujos “ni casas, fincas, ni nada de eso”. Su infancia se desarrolló entre la cultura, la música clásica y el ejemplo de sus padres: Mario Hernández Prada, pionero del expresionismo abstracto en Santander y Blanca Guillén, la primera profesora de historia del arte en la región. Cuando pinta los cuadros abstractos, huye de la figura y el pincel baila bajo sus dedos. Es como si estuviera escribiendo una historia en el lienzo “me siento en otro mundo, me elevo y se me olvida todo, hasta comer”, dice entre risas la mujer de 66 años, con sus ojos achinados y canas avisando la salida en el cuero cabelludo de su pelo corto y castaño claro. 

Al otro lado de la ciudad, en Piedecuesta, en un local que tiene por nombre “Estudio: La retratería digital”, el pintor Óscar Javier Suárez López, relata que su trabajo es la oportunidad de expresarse y liberar su parte creativa, “significa expresar las ideas y los pensamientos que cada uno tiene y poderlos manifestar de alguna manera, en mi caso, por medio de la escultura, la pintura y la fotografía”.  

Fue a los 28 años cuando empezó su camino en este oficio, momento en el que pudo ingresar al programa de Artes Plásticas de la Universidad Industrial de Santander, UIS. A partir de allí perfeccionó el talento que usaba para pintar las mesas de su casa cuando era niño. Hace aproximadamente tres años, en el 2018, empezó con un negocio de fotografías y pinturas, llamado “La retratería”, no obstante, desde que tiene memoria “ser pintor” ha sido mal remunerado si el apellido del artista no tiene renombre. 

La cultura en Bucaramanga

Alexander Ariza es testigo de la dificultad de vivir solo del arte. “Para mí es un placer más que un oficio. La verdad solo pocos del gremio viven de esto y aun así les cuesta”, dice el graduado en bellas artes de la UIS, ahora tiene 45 años y está ejerciendo, de forma paralela, su segunda carrera como Administrador público del Politécnico Grancolombiano para mantenerse independiente en los dos ámbitos.

Desde joven reflejaba sus preferencias, le gustaba leer y estar en constante aprendizaje de la cultura. Cuando llegó a la universidad, vio la oportunidad de cambiarse de la carrera de Ingeniería financiera a una relacionada con las artes y no lo dudó, estuvo viviendo de ello durante cuatro años a partir de su graduación, pero a pesar de que lo apasionaba, le era complicado.

“Es difícil, primero porque no tenemos cultura de coleccionar arte original y de apoyar al artista, si tú vas a una galería o a una exposición solo hay como dos o tres personas y la mayoría las trae el pintor, las personas no van de forma voluntaria”, añade. Él continúa pintando con menor constancia a comparación de su juventud. Desde diciembre del 2020 no lo hace con regularidad, espera dedicarse tiempo completo a las artes en un futuro, porque el oficio es de constante observación del ambiente que rodea al artista, de inspirarse, pintarlo y exponer sus obras a los ojos curiosos que la reciban, y eso requiere tiempo. 

 “Amigos míos la han pasado mal con lo monetario, en especial en la cuarentena… uno de ellos intentó suicidarse. Él vive solo del arte, pero le ganó la tristeza”, expresa con pausas en su discurso. Explica que el arte, además de un servicio social, es un trabajo, por lo que no vender, quita todas las entradas económicas a quienes dependen de esto.   

Durante el aislamiento preventivo, algunos artistas se vieron obligados a “colgar los pinceles” para ejercer diferentes empleos como transportadores o cocineros. /FOTO SUMINISTRADA ÓSCAR SUÁREZ

La pandemia y los artistas

Suárez dice que pudo pasar tranquilo la cuarentena gracias a sus ahorros. Sin embargo, las ventas de sus obras bajaron, en especial con la pintura. De 40 clientes que tenía, en la actualidad llegan tres o cuatro personas. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo -PNUD- en cifras del Departamento Administrativo Nacional de Estadística -DANE-, los sectores más afectados económicamente durante la pandemia de la covid-19 fueron las actividades artísticas y recreativas, el comercio y la construcción.  

“Fue difícil, y no creo que solo para mí, sino para muchas personas, fueron todos los del comercio: los del transporte, servicios de recreación, cantantes…”, comenta el pintor. El aislamiento social preventivo obligatorio del Decreto 990 y los “picos de contagio”, de agosto y diciembre, provocaron que los ciudadanos hicieran cuarentenas, tuvieran restricciones de movilidad y contacto social. Lo que, sin duda, afectó sus bolsillos.  

Durante meses hubo silencio en las calles, los carros y las personas se “guardaron” en las casas, pero pronto los músicos se empezarían a escuchar en las esquinas de los barrios. “Digamos que cada uno se pudo solventar durante la cuarentena y acá estamos vivos, que es lo importante”, reflexiona Óscar sobre la situación. 

Clemencia Hernández Guillén dice que el oficio se debe conservar a pesar de las dificultades económicas, el pintor, junto a otros artistas, tienen la responsabilidad de educar: “El arte es un servicio y el artista tiene que ser un servidor, es importante educar y sensibilizar a través de la cultura y nuestra función es cultivar a la gente. Cultura es cultivo”. 

Universidad Autónoma de Bucaramanga