Por Felipe Jaimes Lagos / fjaimes349@unab.edu.co
Cada fin de semana y después de la misa de las 10 de la mañana, la plaza de Villabel, ubicada en la calle 13 con carrea 12 del barrio del mismo nombre, en Floridablanca, se encontraba llena de personas. Entre los pasillos del recinto con 205 puestos, los sonidos de la
multitud realizando las compras y los constantes regateos entre comprador y vendedor eran parte de una rutina que se vio mermada a finales de marzo por culpa de un virus.
Los más de 350 empleados que vendían sus productos a la comunidad del sector, de un día para otro escucharon el silencio absoluto de la parroquia Santa Isabel de Hungría, ubicada a escasos metros de la plaza. Debido al distanciamiento social y la implementación del ‘pico y cédula’, actividades cotidianas como madrugar a hacer ejercicio, realizar los mandados a
la tienda y salir a mercar se convirtieron en plan de un día, en unos de los múltiples deberes que se deben aprovechar en el día correspondiente a ‘x’ número.
Al disminuir el flujo de clientes en los puestos de alimentos, la incertidumbre aumentaba entre
quienes se les denomina coloquialmente como “placeros”. La opción de tomar unas vacaciones
remuneradas o ampliar el contrato un mes más no existe en la comunidad que depende del día a día y la frescura de sus productos. Ellos forman parte del club de los 11 millones de personas que son trabajadores informales en el país, según la Asociación Nacional de
Empresarios de Colombia (Andi).
El carro de compras lleno
Jesús Borrero Ramírez, de 48 años, es trabajador informal y también es uno de los 60.000 migrantes venezolanos que residen en Bucaramanga y su Área Metropolitana, de acuerdo con las cifras entregadas por Migración Colombia a finales de 2019. Hace dos años, Borrero junto a su familia dejaba San Cristóbal, estado Táchira, para buscar mayor estabilidad económica en Colombia. Justamente en su búsqueda, encontró la oportunidad de montar su puesto de frutas y verduras en la plaza de mercado del barrio Villabel.

“placero” sobre ruedas. / FOTO FELIPE JAIMES LAGOS
Con ocho meses vendiendo papaya, aguacate, cebolla larga, zanahoria y madrugando para
surtirse en la Central de Abastos de Bucaramanga, Borrero se encontraría con el duro panorama de mantenerse en casa durante días, “más de un mes encerrado”. Su preocupación no solo era dejar de salir sino también la exigencia de un certificado para ingresar a
Centroabastos, el cual no tenía.
Debido al afán por mantener a los cinco integrantes de su familia, Borrero Ramírez volvió
a emprender una búsqueda para traer a casa el sustento del día a día que le otorgaban sus frutas y verduras. Con un carrito de supermercado lleno de tomate, cebolla, plátano, papaya y aguacates, desde las 7 de la mañana y hasta mediodía, al ver que no podía atraer tantos compradores a su puesto, decidió llevarlo hasta la puerta de la casa de la clientela: “Compro revendido y voy ofreciendo los productos a un precio similar, pero pasando casa
a casa”.
De los zapatos a las naranjas
En febrero, antes de que la covid-19 se expandiera en el país, el Departamento Administrativo
Nacional de Estadística (Dane) revelaba que la cifra de desempleo estaba en un 12,2 %, es decir 3’045.000 personas. Después de implementar el aislamiento obligatorio se registraron aproximadamente 1’146.000 nuevos cesantes a causa de la pandemia, acorde con los cálculos de la Gran Encuesta Integrada de Hogares realizada por el Dane. Gracias a las cifras, se puede afirmar que en cuestión de escasos dos meses pueden cambiar más de medio millón de vidas. Dentro de ellas se encuentra José Luis Marín Hernández, quien solía ser zapatero por vocación y ahora es “placero” de cuarentena.

para ofrecer el mercado. / FOTO FELIPE JAIMES LAGOS
Con gorra para el sol y tapabocas por seguridad, don Luis, como ya se le conoce entre los vecinos del barrio, recorre las pendientes de Villabel ofreciendo naranjas. A sus 50 años y siendo padre de familia, tiene claro que “en la casa no esperan los gastos”. Por tal motivo, aunque estuviera más acostumbrado a hacer suelas que a gastarlas, decidió salir a la calle
para rebuscársela. En este nuevo empleo, la vitamina C y D nunca faltan debido a que “las doce del mediodía es apenas la mitad del trabajo”, afirma con vehemencia José Luis, quien no finaliza su jornada laboral hasta que no haya una sola naranja en la canastilla.
Él no sale a trabajar solo, lo acompaña su bicicleta amarilla, la cual le ayuda a transportar los
más de nueve kilos de sustento.
La bicicleta es de cambios, pero estos no funcionan como deberían, para José Luis esto no es
de importancia porque según él: “Ya tuve suficientes cambios, no necesito más”, agrega con un tono entre anhelo e impotencia, “sí, quisiera echarle no solamente naranja, sino toda clase de productos; sin embargo, la bicicleta no resiste tanto”. La capacidad es el único desperfecto que le ve a su nuevo rol de vendedor de naranjas sobre ruedas, del resto sabe que con covid o sin covid aquí se trabaja duro, sea formal o informal.
La ayuda es entre todos
En el decreto 553 del 15 de abril expedido por la Presidencia de la República y con la firma del
Ministerio de Trabajo, se incrementaron los recursos del fondo que administran las 43 cajas de
compensación del país para que sean entregados a los trabajadores que queden sin empleo. De acuerdo con este decreto, los recursos financieros para ayudar a los cesantes serían de 339.000 millones de pesos. No obstante, dicho incremento difiere de los 3,7 billones de pesos que se necesitan para poder ayudar a todos los cesantes, según los cálculos realizados por el Gobierno Nacional.
Mientras transcurrían los días y las entidades seguían haciendo sus desiguales cálculos, Daniel Ricardo Díaz Patiño, de 32 años y habitante del barrio Villabel, ve con buenos ojos la iniciativa de las personas como Jesús Borrero o José Luis Marín. Hace dos semanas que merca desde la puerta de su casa; para él ha sido una ventaja ya que: “No podía comprar todos los alimentos en mi día de ‘pico y cédula’, porque usualmente compro alimentos perecederos”. Al vivir con su padre y madre, adultos mayores, Daniel se beneficia del funcionamiento de la plaza sobre ruedas. “Me deja más tiempo para los quehaceres de la casa y además llegan
a la puerta”.
Otros habitantes del sector como Alberto Caballero Aponte, al ser despedido del centro
de atención al cliente donde trabajaba, vio la oportunidad para hacer valer la famosa expresión que dice “hoy por mí y mañana por ti”. Él relata cómo ideó una solución a su desempleo: “Tomé la iniciativa de sacar un permiso para hacer domicilios a la tercera edad, sabiendo que ellos deben estar resguardados y no pueden realizar sus compras”.
Equipado con los implementos de bioseguridad, la lista del mercado de los vecinos y su bicicleta, Alberto encara un día más de trabajo en el que, “algunas veces consigo cinco o siete
domicilios y en un día movido, unos diez u once”. Demostrando que a la expresión salir a mercar se le puede retirar el verbo salir, porque gracias al rebusque, el mercado junto a la plaza puede ser sobre ruedas.