El chuzo o pincho es un plato típico en las calles y esquinas de Bucaramanga. María Omaira Tirado, creadora de la microempresa ‘Delicias Doña Omaira’, asegura que la tradición de consumirlos es “porque ese olor de la carne es exquisito”, y añade que “no hay que dejar la esencia, hay que seguir y ayudar para que otros trabajen y mantengan esa tradición”.

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Y fue en un recorrido hecho por el Periódico 15 que se encontraron varias historias alrededor de este plato, que se convierten en estaciones obligadas para los rumberos, los vigilantes, los que salen de sus trabajos en la madrugada,
e incluso, la policía que patrulla.

Una de ellas fue la de Gloria Anaya. La opción de tener un empleo menos arriesgado la llevó a la venta de estos productos en la calle. Trabajó durante cinco años trayendo mercancía venezolana, “era arriesgada. ¡Dios mío! Pero la necesidad tenía cara de perro”, dice. Después empezó a trabajar como taxista y por el estrés que le producía, lo abandonó.

Mientras el ruido de los carros y de un secador de cabello que utiliza para avivar las brasas de su venta de chuzos, Gloria habla de las diferentes funciones que ejerce en su puesto ubicado en la carrera 33 justo antes de la calle 100 con diagonal 33. “Aquí todos los días uno se ríe y llora. En un puesto de estos uno es vendedor y se vuelve doctora, psicóloga, consejera”, dice en medio de risas.

Desde que dejó de trabajar como taxista se unió a su Francelina Anaya, que había empezado a vender pinchos por la misma situación, el desempleo: “Mi hermana se quedó sin trabajo y con hijos, y fue vendiendo pinchos que los levantó”, cuenta Gloria mientras le daba vuelta a los pinchos de carne, pollo, chorizo y chunchulla que asa en la parrilla. Asegura que el gobierno local no les presenta oportunidades. “Estoy aquí con el temor de que me corran”.

Por su parte, la propietaria de ‘Delicias Doña Omaira’ empezó a trabajar hace 20 años como vendedora ambulante en el barrio Nuevo Sotomayor. Recuerda que los ofrecía con arepas de maíz pelado, pero solo vendía dos. Hoy día, luego de cuatro años de dedicación, recibe mínimo 50 comensales “Lo único que no he vendido es mi cuerpo, pero de resto he trabajado de todo”, dice sin titubear.

“Mi esposo me dejó con dos hijos y salí adelante. Vendía ajos por los barrios, naranjas, chance, hacía aseo, pero en las noches seguía con mis chucitos porque a mí me gustaban y mis hijos eran felices con un pedacito de carne”, comenta.

Maria Omaira Tirado y sus hijos Adán y Moisés. / FOTO CAMILA GÉLVEZ.

Y esta lucha no es solo económica sino también física pues el 24 de mayo de 2016 se le presentó un problema intestinal y los médicos le diagnosticaron colon irritable. El tratamiento no funcionó y como asegura, su colon se abrió. “De noche dormía y al otro día tenía que desarmar las camas y ponerlas en un rincón para cocinar en el mismo lugar o en un pedacito de cocina que me daban, porque en esa pensión vivíamos como 15 familias. Aún se llora, por ejemplo cuando veo que es 15 (refiriéndose al día del mes) y no tengo ni la mitad de lo del arriendo, pero las raíces que uno hizo con tanta dificultad por allá ahorita sirven”, cuenta con nostalgia.

Como le ocurrió a Gloria, María Omaira Tirado también se vio afectada por los controles a las ventas ambulantes impuestos durante la administración de Luis Francisco Bohórquez Pedraza y que el gobierno actual, en cabeza de Rodolfo Hernández Suárez ha seguido ejerciendo. Adán, su hijo mayor, dice que”llegaron y nos sacaron de donde estábamos, nos quitaron nuestros productos como si fuéramos ladrones”, pero no se quedaron de brazos cruzados. Las amistades que hizo su mamá durante 16 años de venta y otras labores, le tendieron la mano y les permitieron establecerse en el local que aún conservan en la calle 48 con 21.

Otras alternativas
Aunque no hace referencia a los chuzos o pinchos, Smith Forero eligió McBurguer como nombre para su local en 2002, luego de vender este plato en inmediaciones del Parque Gabriel Turbay durante seis años. Hoy tiene su negocio en la carrera 26a con 50 – 74.

Mientras ordena las botellas, recuerda que durante la alcaldía de Fernando Vargas Mendoza la policía los sacó de la zona, pero ella siguió con su negocio informal por un tiempo hasta que ese mismo año pudo abrir el local.

Cuando empezó este trabajo, las únicas sillas que tenía para sus clientes eran unas cajas de gaseosa y una tabla, hoy el negocio se ha expandido, ha podido darle empleo a otras madres cabeza de familia y con las ganancias lo ha acondicionado. Actualmente sigue recibiendo a algunos clientes que le compraban desde que trabajaba en el parque. “A los que conocí siendo niños ya están grandes y tienen hijos”, comenta.

Completa la ruta del chuzo un lugar tradicional llamado Azao’s, diagonal al centro comercial La Quinta. Mercedes Martínez González y Ligia Celmira Díaz tenían un almacén y fábrica de ropa llamado Lichas, pero debido a la inestabilidad económica y el anhelo de innovar con los pinchos decidieron abrir la venta de comidas. Hace 27 años abrieron el primer Azao’s, cerca a la Concha Acústica.

Cuando vieron la necesidad de crear la nueva sede dijeron que cerrarían el almacén de ropa cuando acabaran de pagar la última factura y así lo hicieron. Hoy día el lugar es uno de los más tradicionales de la ciudad.

Por Camila Katyrina Gélvez S.
cgelvez460@unab.edu.co

 

Universidad Autónoma de Bucaramanga

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